Polifemo era un don nadie, y aunque alardease de ser el más poderoso de entre los cíclopes sólo era un tuerto más; que sí, que en un país de ciegos hubiera podido ser el rey, pero resulta que no vivía en una nación de invidentes, sino que, por clavarse un lápiz en su ojo izquierdo, estaba ingresado en el mismo psiquiátrico que yo. Él jura y perjura que fue un marinero griego el que con malas artes le vació el globo ocular tras una noche de borrachera, pero yo sé de buena tinta que se automutiló: tener dos ojos cuando sus padres, unos apasionados de la cultura grecorromana, le habían bautizado como Polifemo Gómez Torralba, le hacía sentirse un fraude y había decidido ciclopeizarse, y perdón por tan torpe neologismo. Dicen que el nombre hace la cosa, y sin salir de Carfax teníamos varios ejemplos: Angustias había ingresado por sus constantes ataques de pánico, si le explicabas algo a Olvido a los cinco minutos ya no lo recordaba, Cristal era una chica de lo más transparente, lo cual se reflejaba en su preciosa mirada, y Prudencio no daba un paso sin tomar todas las precauciones posibles.
Pero ni aún así Polifemo era feliz. Seguía sin ser considerado un cíclope por nadie excepto por Cándido, lo cual era hasta previsible; se lamentaba por haber perdido visión periférica y percepción de profundidad y además su novia, Galatea, zanjó su relación con unas palabras hirientes como un cuchillo:
—Lo siento, Poli, pero lo nuestro ha acabado. Nunca podría estar con alguien tan asimétrico como tú.
Se transformó en una sombra de sí mismo, aquello que había ansiado toda la vida no le había reportado la felicidad, más bien lo contrario, y ahora paseaba cabizbajo su anhedonia de aquí para allá. Hasta que un día vi una luz diferente en su gesto, entre la nebulosa de su depresión había asomado una idea; yo entonces no sabía cual era, pero era la de desciclopeizarse (vuelvo a pedir disculpas). Lo descubrí una noche en la que un grito femenino nos despertó; salí al pasillo como el resto de internos, y vi a Polifemo con las manos en el rostro; cuando las retiró la grotesca imagen hizo que el corazón me diera un vuelco.
Se había puesto un ojo de Cristal.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: