Durante mi estancia en San Humbértigo conocí a Daniel, un interno cuya estética de añejo heavymetalero contrastaba con su fanatismo por Los Pecos.
Para mí, una opinión así ya hubiera sido merecedora de su internamiento, pero no era ese el motivo por el que se encontraba en el psiquiátrico. Daniel afirmaba ser capaz de adivinar cualquier tipo de contraseña de cualquier persona: no sabía explicar cómo, pero era así. Como tantas veces me pasó en este extraño lugar, lo que en un principio me parecía una locura acabó revelándose como una verdad.
—El número pin de tu tarjeta de crédito es 5150 y elegiste esa cifra porque es el título de un disco de Van Halen— me dijo, acertando de pleno. Boquiabierto, rogué que no supiera también que la banda norteamericana había titulado así el LP porque 5150 era el código de la policía californiana para referirse a una persona dañada mentalmente.
Como es lógico, Daniel se había aprovechado de esa capacidad para vaciar unas cuantas cuentas bancarias a su favor, y una vez atrapado logró fingir un desequilibrio mental para ser recluido en un psiquiátrico en vez de en una cárcel. Cuántas veces se arrepentiría de tal decisión… pero es que nadie podía sospechar lo que pasaba tras los muros de San Humbértigo.
—No sólo nuestros perfiles en internet o nuestras tarjetas, nosotros mismos tenemos varias claves, y nuestro nombre de pila es la primera de ellas: nuestros padres nos la eligen, y ese nombre será al que responderemos durante toda nuestra vida. Aparte, cada uno de nosotros tiene varias contraseñas que, una vez accionadas por cualquiera de nuestros sentidos, abren nuestros recuerdos o sentimientos: el olor de una magdalena hace que Marcel Proust reviva episodios de su infancia. Como a ti, Nuria —y se dirigió a mi vecina de celda— la visión de las moreras del patio te recuerda a esos gusanos de seda que dejaste morir de hambre y que se convirtieron en tus primeras víctimas. O a ti —me miró directamente— el olor de plancha, que te transporta a esas tardes en que tu madre ocupaba tu cuarto para quitar las arrugas a la ropa mientras escuchaba el programa de Elena Francis y tú jugabas con tus airgam boys.
Ya hace meses que me dieron de alta en el sanatorio, pero hoy he vuelto a pensar en Daniel, al recibir notificaciones relativas a una actualización de estado aparecida en mi perfil de facebook: un video musical que yo no había subido porque de hecho llevaba meses sin conectarme a esa red social.
—¿Pero qué coj…? —me dije en voz alta.
Alguien había publicado en mi nombre la canción Mediterráneo, pero no en la voz de Joan Manuel Serrat, no, que era algo que a mí me hubiera gustado.
—Será cabr…
Era la versión de Los Pecos.
Muy bueno. He reído mucho.