—¡LA REVOLUCIÓN COMIENZA POR UNO MISMO! —gritó un exaltado Maximiliano, justo antes de decapitarse con una guillotina que había construido a escondidas en su celda del psiquiátrico de San Humbertigo
Su reinado del terror, a diferencia del de Robespierre, había sido efímero (los 50 segundos que tardó la cuchilla en cumplir con su cometido), pero sin embargo nos enseñó una importante lección: las revoluciones son necesarias, pero no así los fanáticos, que como había quedado demostrado tardaban menos de un minuto en perder la cabeza.
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