Una persona que me quiere mucho me ha traido esta mascarilla de Wuhan, rezaba la careta que me regaló mi psiquiatra tras volver de sus vacaciones; desde que mi ex me trajo una camiseta con la frase Estuve en Guarromán y me acordé de ti nada me había hecho tanta ilusión.
Sin embargo, pronto descubrí que yo no era alguien tan especial como pensaba, puesto que el doctor Seward había regresado con mascarillas para todos los internos, con idéntico lema pero en tres colores distintos: rojo, azul y gris marengo. A partir de entonces cada uno de nosotros, de manera inconsciente, comenzó a interactuar preferentemente con quien vestía el mismo color: era curioso ver cómo en el comedor los rojos se sentaban con los rojos, cómo a la hora de los juegos los azules hacían equipo con el resto de azules y cómo, si los gris marengo tenían que pedir un favor, tenían predilección por solicitárselo a quien tuviera la mascarilla de la misma tonalidad. A posteriori me enteré de que habíamos sido conejillos de indias en un experimento que estudiaba la dinámica de grupos en hospitales psiquiátricos; incluso pude hojear las conclusiones del experimento, y me irritó sobremanera ver cómo extrapolaban lo sucedido a temas como la xenofobia o la marginación del diferente. Valiente tontería.… ¿Qué tendría que ver la evidente superioridad de los que lucíamos gris marengo con nada mínimamente similar al racismo? ¡Ni que fuéramos como esos rojos o esos azules!
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