Lepisma Saccharina acabó viviendo entre mis libros al no superar el difícil examen de acceso a una residencia en una biblioteca pública; un examen cuya dureza no debería sorprenderos si sois sabedores de que para los pececillos de plata nada hay más sagrado que lo público. Prueba de ello es que entre estos insectos no existen los chistes de funcionarios, sino que las burlas recaen sobre los denominados «cargos de confianza» y sobre los presuntuosos emprendedores que dicen partir de cero desde la casilla de salida que es la jugosa herencia que les deja su familia. Y cómo olvidar el descrédito que representa para unos padres el llevar a sus larvas a una escuela privada, como dando por hecho que sus ninfas no sabrían adaptarse al mundo real y han de fabricar uno a la medida de sus vástagos… y de su cartera.
—Pero Lepisma —le dije—. ¿No es una incongruencia defender tan encarnizadamente lo público para después comeros los libros de una biblioteca?
Así me lo reconoció, pero el devorar las páginas de un libro al tiempo que las leen, destruyendo así lo que aman, está en la naturaleza de estos insectos, y nada pueden hacer por remediarlo. O sí, puesto que me explicó algo que no todos los humanos sabemos, que ellos fueron los inspiradores de Johannes Gutenberg a la hora de inventar la imprenta; se multiplicaba así el número de libros a devorar y lo mejor era que ahora podían comerse un ejemplar sin miedo a que se perdiera con ello la obra: si se zampaban una novela de una biblioteca ahora era fácilmente reemplazable. Me quedé estupefacto al conocer la influencia que esos pequeños seres habían ejercido en la historia de la humanidad, y aún más cuando Lepisma me explicó que sólo en una ocasión los pececillos de plata habían intentado destruir una obra: Mein Kampf. Dispuestos a acabar con la perniciosa influencia que ese ensayo podría provocar, se conjuraron para impedirlo: devorarían el único manuscrito del libro la noche antes de que lo llevaran a imprenta. Se formó un comando de siete selectos y hambrientos funcionarios para llevar a cabo un plan sin fisuras, y que sin duda hubiera funcionado de no ser porque los integrantes del grupo decidieron hacer juntos a la misma hora el descanso que marcaba el convenio.
Pero esa es otra historia que posiblemente sea contada en otra ocasión.
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