A mí me pasa lo mismo que a Lepisma Saccharina: si está a punto de estrenarse un largometraje y en mi biblioteca está sin leer la novela en la cual está basado, empiezo una lectura frenética, una carrera para acabar el libro antes de ver su adaptación cinematográfica. Por dos motivos: que ver la película no me fastidie el final de la obra y para poder decir, como en aquel chiste de las dos ratas que están comiendo un rollo de celuloide: no está mal, pero me gustó más el libro.
Tenía yo 15 años cuando se estrenó La última tentación de Cristo y debido a la polémica generada a su alrededor ardía en deseos de ver el film de Scorsese. En dos semanas el film llegaba a nuestro país, así que disponía de catorce días para leerme la Biblia; hubo quien me dijo que si el argumento versaba sobre Cristo me sería más fácil leer sólo los cuatro Evangelios, pero, completista que es uno, me obcequé también en leer lo que entendía que era una precuela: el Antiguo Testamento. Empecé, como no, por el Génesis (bastante entretenido aunque el autor no sepa mantener el trepidante ritmo inicial al embarcarse en unos aburridos pasajes referentes a genealogías y edades de unos personajes que, con pocas excepciones, apenas disponen de arco narrativo), siguiendo por el Éxodo, el Levítico, los Números…reconozco que me atasqué algo con el Deuteronomio, pero mi obstinación me permitió continuar adelante, página tras página, libro tras libro…
…hasta llegar al día en que quedé con mis amigos para ver la película.
No había sido capaz de leerme la Biblia entera, pero alcancé a leer los evangelistas, así que conocía la historia de Cristo, sus antecedentes y el sorprendente deus ex machina que acontecía al final de la historia. Incluso, preparándome para una posible secuela del film, me dio tiempo a leer los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas; el último Libro de la Biblia lo tuve que dejar para más adelante.
Al llegar al cine vimos que la entrada estaba siendo bloqueada por una veintena de fanáticos, y no precisamente del Séptimo Arte. Scorsese, cabrón, tú no tendrás resurrección era el grito que proferían mientras besaban pesadas cruces; como lema era francamente flojo y sin gancho, pero lograron su objetivo. Los dos individuos que lideraban la protesta se abrazaron exultantes: habían podido suspender la proyección de las cuatro de la tarde y para celebrarlo fueron a la parroquia del barrio a rezar el rosario. Y en ello debían estar mientras nosotros veíamos tranquilamente La última tentación de Cristo en la sesión de las seis.
Y todos estos recuerdos acuden a mí no sólo por la viñeta de Lepisma, sino porque hoy, tantos años después, he visto en las noticias a los dos cabecillas de aquella manifestación. Uno, como líder provincial de Vox, había organizado una misa Por La Sagrada Unidad de España y la Canonización de Don Pelayo mientras que el otro, candidato a la alcaldía por el Front Nacional de Catalunya, lideraba una peregrinación a Montserrat Por la Independencia de los Países Catalanes y la Reconquista de Neopatria. Escuchando sus discursos agoreros sobre la pérdida de las esencias patrias y la profusión de enemigos, internos y externos, me di cuenta de que ambos habían leído atentamente el libro bíblico que a mí no me había dado tiempo a leer. Sí, ya sabes cual: el Apocalipsis.
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