Debía de tener diez años cuando decidí que mi objetivo vital sería ser millonario sin madrugar y escribiendo los libros que a mí me gustaría leer; sería un escritor de éxito, pero para conseguirlo no me bastaría sólo con escribir un ratito cada día después de la siesta, también necesitaría herramientas de trabajo: así que a los Reyes Magos les pedí un Diccionario de Sinónimos y Antónimos.
Como cada 8 de enero los niños de mi escuela nos mostramos los regalos que nos habían traído sus Majestades de Oriente; entre Tragabolas, Playmobils o Nenucos, ese año algo llamó la atención de la chiquillería, que se quedó unánimemente boquiabierta
—¿De verdad pediste un diccionario?
A partir de entonces mi propio nombre también se convirtió en un sinónimo y en un antónimo: de estar fuera de onda y de ser guay del Paraguay, respectivamente.
Que no os extrañen estas expresiones, no olvidéis que eran los 80, muchos años antes de que Lepisma Saccharina se zampara ese diccionario… Pero esa es otra historia y la podéis leer en estas viñetas
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