Hace unos días publiqué en este rincón de mi celda un artículo sobre libros que habían sido difundidos en clandestinidad. Siguiendo el consejo de mi compañero de prisión Bowman, continúo este somero relato por la literatura “a escondidas” deteniéndome en obras (y autores) que durante el Franquismo se movieron en secreto.
Bowman me puso sobre la pista de otros títulos que, cito textual, “en tiempos del insigne ferrolano” circularon clandestinamente, valga pues este pequeño recorrido para satisfacer la curiosidad de todo lector de Zenda que se ha visto en el mismo brete intelectual que mi eximio amigo. Disculpen que no estén todas las obras que son (nunca sería posible que estuvieran y las omisiones son imperdonables) pero me consuela levemente que todas las que están son.
Tras la victoria del bando franquista fueron muchos los autores que debieron marchar al exilio (Juan Ramón, León Felipe, Salinas, Guillén, Cernuda, Alberti, Ramón J. Sender, Aub, Rosa Chacel, Arturo Barea, Ayala, Machado,…) Algunos autores que no se exiliaron (Aleixandre o Dámaso Alonso) dieron constancia en sus obras de la autocensura que imprimían en sus textos, una especie de exilio interior, con la intención de darles una salida y vida literaria. García Lorca fue un caso aparte, pues le ofrecieron exiliarse desde Colombia y México y lo rechazó, optando por dirigirse a la finca de verano familiar en Granada (hoy Casa-Museo de Federico García Lorca).
Las duras condiciones de la represión, las purgas de libros, la censura, la depuración del sistema educativo y de las instituciones culturales, la creación del NO-DO y la política de imposición del castellano en los espacios públicos no sirvieron más que para provocar un estallido de publicaciones y de nuevas generaciones de literatos, científicos, intelectuales,…que poblaron el páramo cultural que atravesaba nuestro país.
Si el cine veía censurados sus diálogos (cambios en el doblaje), sus escenas (eliminación o corte) o películas enteras (“El último tango en París” que no se vería hasta 1977), la literatura se vió obligada a dar testimonio de la importancia del espíritu nacional. La Dirección General de Seguridad – principal órgano censor- establecía la conveniencia de publicación de una obra y así determinó que no se podían publicar en nuestro país las traducciones de obras como Ulises de James Joyce, El Conde de Montecristo de Dumas,…
Además de la censura (y autocensura) de las obras publicadas, muchos de nuestros autores optaron por editar sus obras en otros países (es lo que se denomina literatura trashumada), mientras que hay obras (como Luciérnagas de Carmen Laforet, 1953) que nunca vieron la luz, por lo que durante todo este periodo carece de sentido hablar de “obras completas” de muchos autores pues muchos títulos continúan aún hoy día bajo siete llaves.
En 1961 cinco españoles refugiados fundaron en París la editorial Ruedo Ibérico con el fin de publicar obras contrarias al régimen que serían introducidas clandestinamente una vez publicadas. Gracias a la labor de esta editorial y de su director, José Martínez Guerricabeitia, más de 150 obras se editaron entre 1966 y 1977, entre ellas encontramos Historia de la guerra civil española de Hugh Thomas, El laberinto español de Gerald Brenan o Falange. Historia del fascismo español de Stanley G. Payne. (Puede consultar la bibliografía completa de esta editorial que cesó su actividad en 1982).
En Argentina ocurrió algo semejante, pues Gonzalo José Bernardo Juan Losada Benítez que estaba al frente de la sucursal argentina de Espasa Calpe fundó una editorial, Losada, en el exilio. Esta editorial publicó toda la obra literaria de la Generación del 27 (su catálogo fue prohibido en España), de autores como Machado, García Lorca, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez, que posteriormente burló la censura entrando en nuestro país.
Durante el franquismo, rezan los libros de secundaria, la sociedad española se reflejó sabiamente en la literatura (también lo hizo en el cine, aunque ese es otro tema), dando paso a diversas corrientes: desde una literatura social propia de los primeros años de posguerra que reflejaba la situación en que se encontraban los españoles (pobreza, desigualdad social y económica, hambre,…) hasta una literatura más experimental que busca nuevos modelos y abraza la renovación que proviene de hispanoamérica (el Boom de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar,…).
En esta corriente de literatura social encontramos algunos de los poetas más laureados (y olvidados, por qué no): Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dámaso Alonso, Blas de Otero, José Hierro, Miguel Hernández (condenado a muerte en 1942)… Con los años la poesía también intentó pasar página de esa “intención social” con autores como Gil de Biedma o José Ángel Valente que en la década de los 50 trataron de conocer la realidad como tal y plasmarla en sus obras. En las siguientes décadas triunfó la poesía de los novísimos que poblaron sus textos de referencias a la cultura popular (cine, música,…), entre ellos situaríamos a Ana María Moix, Azúa o Pere Gimferrer. Gloria Fuertes publicó fuera de España, en Caracas, algunas de sus obras, como Antología y poemas del suburbio y Todo asusta.
También en novela vemos el mismo recorrido: desde las novelas más duras de los 40 (Nada de Laforet o La familia de Pascual Duarte, de Cela) , la novela social (La Colmena de Cela o textos de Delibes, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute) o la novela experimental de los años 60 que va olvidando esa tendencia al realismo previa. Encontramos en este periodo a autores como Martín Santos (Tiempo de Silencio), Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.), Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa), etc.
Camilo José Cela tuvo sus primeros coqueteos con la censura con su novela La familia de Pascual Duarte cuya primera edición fue publicada en 1942. La segunda edición de 1943 fue prohibida y la tercera edición se llevó a cabo en Buenos Aires. También publicó en Argentina La Colmena en el año 1951(aunque el publicarla fuera de España no le libró de la censura, pues el régimen peronista también censuró algunos pasajes). En 1955 fue posible su publicación en nuestro país, un caso paradigmático dado que el autor era protegido del régimen. Hace pocos años se desveló que aquella primera versión que el autor envió para valoración nunca fue la versión completa y original, puesto que él mismo autocensuró los textos más eróticos de la obra. Desde 2014 este manuscrito se puede ver en la Biblioteca Nacional.
“Este libro lo empecé en Madrid, en el año 1945, y lo medio rematé en Cebreros, en el verano del 48; es evidente que después volví sobre él (de ahí su fecha 1945-1950), corrigiendo y puliendo y sobando, quitando aquí, poniendo allá y sufriendo siempre, pero la novela bien hubiera podido quedar redonda en el trance al que ahora me refiero. Antes, en 1946, empezó mi lucha con la censura, guerra en la que perdí todas las batallas menos la última” (Camilo José Cela).
Hace escasos días la RAE y Alfaguara presentaron una edición conmemorativa de La colmena que incluye un apéndice con las escenas que fueron suprimidas en su día. Fin de la batalla, por tanto, para el escritor, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento.
Ramón J. Sender publicó durante su exilio El rey y la reina (1949), que en España no vería la luz hasta 1970. Torrente Ballester publicó Javier Mariño en 1943, pero veinte días después de la puesta en venta se recibió una orden de retirada de librerías y almacenamiento. Tras ello el texto sufrió numerosos recortes.
En teatro el orden de los factores no alteró en ningún caso la calidad del producto. En los años 40 los dramaturgos apostaron por una tendencia a la comicidad y al absurdo (Miguel Mihura, Jardiel Poncela), en los 50 sí que hubo esa corriente centrada en lo social (un buen ejemplo es Historia de una escalera de Buero Vallejo), y ya en los 60 y siguientes décadas triunfaría lo experimental con autores y compañías como Fernando Arrabal, Els Joglars o Tábano. Algunos de nuestros autores más insignes que sufrieron censura en sus textos fueron Jardiel Poncela (en ¿Pero…hubo alguna vez once mil vírgenes? que el propio autor se autocensuró para evitar posibles problemas de moralidad- sexual- en la obra) o Buero Vallejo que vió como algunas de sus obras no lograban ser estrenadas. No fue hasta 1967 cuando se pudo ver en escena El tragaluz en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
Habría que esperar hasta 1966 con la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta para que desapareciera la censura previa (aún se mantenía la consulta voluntaria) y apareciese el depósito legal. Ésta ley, popularizada como Ley Fraga, contenía una serie de limitaciones sobre la libertad de expresión pues realmente promovía esa consulta voluntaria con el fin de evitar secuestros de obras como había ocurrido con Javier Mariño en el 43.
Para concluir esta ligera revisión les añado de nuevo el apunte que me llevó a este discurso: aún pueden acercarse a la exposición, Letras Clandestinas, en la Imprenta Municipal Artes del Libro (c/Concepción Jerónima, 15) hasta el día 30 de octubre.
A Federico García Lorca
Sal, tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte, amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.
(Poema de Rafael Alberti)
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