Miren, les voy a ser sincero, estaba buscando la manera de empezar este artículo de la forma más bella, pero ha sido imposible. Buscaba letras de canciones actuales que gustan a los jóvenes para ilustrar la excelencia literaria de los músicos, y en esto que Google me ha llevado sin piedad a los Greatest Hits del Trap y el Reggeatón. ¿Grandes canciones formando libretos de ensueño? ¿Cantantes espectaculares mostrando con soltura su fuerza vocal? No, para nada. Una retahila de malotes rancios disfrazados de modemidad, con temas aburridos, simples hasta el tedio y bien repleto de barbaridades. He visto vídeos donde hombres y mujeres, jóvenes o muy jóvenes, tararean en estado de comunión con el “cantante”, maravillas como:
“Quiero una mujer bien bonita callada que no me diga naaaaaa, que cuando me vaya a la noche y vuelva en la mañana no digaaaaa naaaaaa. Que aunque no le guste que tome se quede callada y no diga naaaaaa. (…) Quiero que sepa bailar, que nunca salga sola, que nunca quiera pelear”.
Entonces, se preguntará el lector más exigente, ¿a qué se debe el éxito de semejante bazofia? Supongo que, como dice Carl Wilson, autor de Música de Mierda (Blackie Books), “los más jóvenes viven la música de otra forma, pueden pasar de un tema musical a otro completamente distinto con un solo click. Esto hace que sus gustos se están formando en base a unas reglas completamente diferentes, en comparación, a las de cualquier subcultura juvenil de la época analógica».
En el fondo, es una cuestión generacional. Al Rock, el Punk o el Heavy Metal les ocurrió como a Los Simpson, que en su día también fueron subversivos, transgresores y revolucionarios. El problema es que en estos “nuevos ritmos” la idea de escandalizar llega desde un lugar donde no hay reivindicación social alguna y la contracultura brilla por su ausencia, algo que sí había en el rap de donde nacen estas formulas musicales.
«Madres y padres de todo el mundo / no critiquéis lo que no podéis entender. / Vuestros hijos e hijas están más allá de vuestro control…». cantaba Bob Dylan en los sesenta. Nada comparable al «Y es que yo quiero la combi completa. ¿Qué? Chocha, culo y teta» de Daddy Yankee. En el futuro veremos cuál es el impacto en las actitudes de los jóvenes después de unos cuantos años escuchando este tipo de mensajes. Que los dioses nos pillen confesados.
Pero seamos optimistas.
También ocurre todo lo contrario. Hay músicos maravillosos que no tratan de hacer del mundo un sitio peor. Son muchos y enloquecen a mucha gente joven (o no), y además de su música, transcienden en su arte para llegar a más público escribiendo libros que entran por derecho propio en el mundo de las letras. Músicos, cantantes y compositores de canciones, que ocultos bajo la melodía de sus canciones, son hallazgos literarios de altura, capaces de emocionar.
Santi Balmes (1970, Cataluña), por ejemplo, comenzó con su grupo Love of Lesbian en 1997 y desde ese momento fueron una de las bandas más importantes del país con una presencia casi absoluta en todos los festivales de música. Paralelamente, Balmes, también, ha hecho crecer su carrera como escritor, cosechando su primer éxito en 2001 con Mataré monstruos por ti (Principal de los libros), junto a la ilustradora Lyona, un cuento infantil que arrasó entre los más peques (y los mayores) por su ternura. En 2012 publicó la novela ¿Por qué me comprasteis un walkie-talkie si era hijo único? con ilustraciones del artista Ricardo Cavolo, sobre la historia de Constancio Obs, alias Cuchi Cuchi, un artista que casi consiguió triunfar en los sesenta y que ya nadie recuerda. Después vino La doble vida de las Hadas y Canción de bruma, textos y poemas que no nacieron para ser cantados. Para terminar, hace apenas un mes, ha publicado El Hambre Invisible (Planeta), una novela con pinceladas autobiográficas, mucho ensayo y algo de poesía que narra la necesaria búsqueda de nuestra esencia como personas, de comprender lo que nos define, y de paso, identificar a nuestro enemigo interior a través del diálogo con uno mismo. El libro se completa con maravillosas ilustraciones de Sergio Mora.
En la misma línea, Ramón Rodriguez (1977, Cataluña), líder del grupo The New Raemon, publicó Martín Lunallena (Principal de los libros), un cuento infantil inquietante sobre el poder de salvación de la oscuridad. Antes, había colaborado con Cristina Bueno (guión y dibujo respectivamente) con el cómic Ausencias (Astiberrí), un relato autobiográfico por su infancia ochentera. Para llegar a su última incursión literaria con Quema la memoria, un volumen con todas sus letras acompañadas de ¡ilustraciones de la artista Paula Bonet. “Me pareció una forma bonita de reivindicar la figura del cantautor, en la que sus letras tienen un peso. El libro es un objeto especial, donde cobran una dimensión las palabras. Realmente, lo puedes leer como sí fuera un poemario”.
Más cañero, rotundo, contestatario y afilado es Francisco Contreras (1985, Elche), es decir, Niño de Elche, el cantaor exflamenco (como le gusta denominarse) más vilipendiado y también admirado del panorama musical español. Con No comparto los postres (Bandaaparte) hace su primera incursión literaria. «Hay cosas que el cante no permite decir con exactitud y claridad”, una obra híbrida entre lo personal, la creación y lo ensayístico donde Niño de Elche pone el dedo en la llaga sobre su forma de entender el arte, la música y el flamenco.
De esta forma, es decir, desde la claridad, El Niño de Elche viaja a su infancia para reflexionar y poner patas arriba el flamenco, la política, la cultura y las redes sociales. «El libro es un análisis y una reflexión sobre el tránsito que me ha llevado hasta el lugar que ocupo ahora, y una construcción de la memoria de lo que ha podido ser”. El libro alterna charlas, aforismos y recuerdos. Cuenta que el primer artista del que fue fan es de Tino Casal. También que «Mi madre me llevó al médico porque meaba sentado». También enumera algunos de los calificativos más chungos que ha recibido: mamarracho, moderna, ignorante, soez, aburrido, mataó, penoso… Pero eso da igual, El Niño de Elche, es un creador extraordinario y con una resistencia y confianza en sí mismo asombrosa. Sabe lo que quiere, aunque dude del camino a coger para llegar allí. El resultado es siempre mágico, diferente, apabullante. Maravilloso.
Víctor Coyote (1958, Tui), conocido también como Victor Aparicio, es cantante, músico, diseñador, ilustrador, guionista, escritor, director audiovisual… Su carrera artística, ha tenido la música como eje central desde principios de los 80 cuando funda la banda Los Coyotes. Víctor también es actor, aunque no se prodigue: debutó con Almodóvar (Átame) y estuvo en los tres films de La Cuadrilla (Justino, Matías y Atilano):
Víctor Coyote también ha practicado la literatura: ha guionizado y dibujado cómics desde los 80 para revistas, fanzines y prensa nacional. Pero se lanzó a la narración con el libro de relatos Cruce de perras y otros relatos de los 80 (Visual Books) que mezclaba ficción y vivencias personales y por el que desfilan como personajes muchos músicos de aquella década, desde el propio Victor Coyote hasta Poch, Alaska o Santiago Auserón, entre otros. Eso sí, sin un ápice de nostalgia.
“No soy un tipo que odie el pasado, ni la nostalgia, ni los filetes rusos. Pero sí tengo que vivir en un filete ruso, acabo de él hasta las narices”. Por eso el trabajo de Victor es un continuo viaje: llustró el cuento infantil La fantástica niña pequeña y la cigüeña pedigüeña (Destino), con textos de Lucía Etxebarría. Luego se han sucedido más discos, Ilustraciones, teatro y por fin nuevo libro Tío Budo (Fulgencio Pimentel), su primer libro infantil escrito e ilustrado por él, conjugando su talento gráfico y literario con mucho sentido del humor. Tío Budo, más que un cómic, es un cuento infantil con un apéndice para adultos: el Manual del perfecto tío”. El protagonista, Budo, un hombre barbudo, gordito y sencillo, que quiere regalar a sus sobrinos un muñeco en forma de elefante blandito, pero algo ocurre que todo se tuerce, y debe dar rienda suelta a la imaginación para suplir el regalo. Un homenaje muy tierno a la relación entre sobrinos y tíos, esa que es diferente a cualquier otra: llena de caprichos, locuras y complicidad.
¿Te interesa algún libro de los que hablamos?
Música de mierda, de Carl Wilson:
Yo mataré monstruos por ti, de Santi Balmes
No comparto los postres, Niño de Elche
Cruce de perras y otros relatos de los 80, Víctor Coyote
Tío Budo, Víctor Coyote
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