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Liberación animal

Más de veinte años después de su publicación, Ética en acción de Peter Singer sigue inspirando a nuevas generaciones de activistas con su retrato de Henry Spira y el movimiento por los derechos de los animales. Con un nuevo prefacio del autor, esta edición celebra la importancia que siguen teniendo los movimientos sociales y ofrece un camino para lograr cambios positivos en nuestro mundo.

Zenda ofrece un fragmento de esta obra editada por Plaza y Valdés.

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Si hemos aprendido algo de los movimientos de liberación animal, debería ser lo difícil que resulta tomar conciencia
de las formas en las que discriminamos hasta que nos obligan a verlas. Un movimiento de liberación exige una expansión de los horizontes morales que lleve a que prácticas que anteriormente veíamos como naturales e inevitables pasen a considerarse intolerables.

Peter Singer, «Liberación animal»

La extensión lógica

A los cuarenta y cinco años, Henry apenas pensaba en los animales. Nunca había tenido un gato o un perro. Comía carne sin preguntarse de dónde venía. Sin embargo, en 1973, dos hechos coincidieron para cambiarlo todo. Para empezar, Henry se hizo con una gata:

Alguien que se trasladaba a Europa me había dejado su gata. Yo ni siquiera era la primera opción para adoptarla, solo era el plan B o el recurso de emergencia si fallaba otra persona que había aceptado hacerse cargo de ella. Finalmente, esa persona no pudo quedarse con el gato, y me la acabaron endosando. Yo tenía cosas más importantes que hacer que jugar con esa gata, pero el animal me sedujo en cuestión de minutos, y esa adoración por los gatos me ha acompañado desde entonces.

Poco después, Henry leyó lo siguiente en una columna de Irwin Silber publicada en The Guardian, un periódico de izquierdas estadounidense:

«Yo tenía cosas más importantes que hacer que jugar con esa gata, pero el animal me sedujo en cuestión de minutos…». 

Henry con Savage, la seductora que le endosó un amigo que se mudaba a Europa.

LIBERACIÓN ANIMAL

Es muy probable que los lectores del New York Review of Books pensasen que el artículo principal de un reciente número de la prestigiosa publicación intelectual era una gigantesca broma. Ciertamente, comienza autoproclamándose «un manifiesto por un movimiento de liberación animal».

El propio autor, Peter Singer, indica que es consciente del problema, y admite que «El término “liberación animal” suena más a una parodia de los movimientos de liberación que a un objetivo serio».

Sin embargo, si algo queda claro en las cuatro páginas, y los varios miles de palabras del escrito es que Singer no solo va en serio, sino que se opone apasionadamente al trato de segunda clase que considera que todas las sociedades humanas dispensan a los integrantes del reino animal. Como cabría esperar, su argumento principal se basa en la moral. Previsiblemente, Singer invoca la analogía con la opresión de negros y mujeres para «lanzar un reto a todos los seres humanos para que reconozcan que su actitud hacia los seres no humanos es una forma de prejuicio no menos censurable que el racismo o el sexismo».

Singer denomina a este prejuicio «especismo».

Su programa es sencillo y directo: vegetarianismo; fin de los experimentos científicos con animales; supresión de todas las ropas y productos obtenidos de la piel animal; abolición de «deportes» como la caza de ciervos o de patos; prohibición de la pesca, etcétera.

¿Cómo nos debemos tomar todo esto? Por supuesto, lo más tentador es observar que el colapso social del capitalismo provoca un cierto colapso del intelecto de algunos sectores de la intelectualidad burguesa y detenernos aquí. Sin embargo, esta curiosidad cultural podría mostrarse en cierto modo instructiva en otros ámbitos, ya que sirve para dejar al descubierto la quiebra moral e intelectual de ese tipo de liberalismo que se basa en los principios abstractos de la «justicia» o la «verdad», en lugar de apoyarse en el mundo real históricamente evolucionado en el que vivimos.

El blanco de las mofas de Silber era mi primera obra publicada sobre la ética en nuestra relación con los animales.2 El ensayo estaba construido alrededor de una reseña de Animals, Men and Morals, una recopilación de ensayos editada por Stan y Roslind Godlovitch y John Harris. Conocí a Stan, Ros y John en Oxford, donde entonces estudiaba un posgrado en Filosofía. Formaban parte de un reducido grupo de vegetarianos éticos y me retaron a pensar críticamente acerca de cómo tratamos a los animales. Yo trabajaba en los ámbitos de la ética y la filosofía política y, como todo el mundo, pensaba que todos los seres humanos eran iguales, pero no había reflexionado a fondo sobre lo que ello significaba. Nunca se me había ocurrido que, cuando decimos que todos los humanos son iguales, hacemos algo más que incluir a todos los seres humanos en la esfera de la igualdad moral: también excluimos a los animales no humanos de esa esfera, con lo que concedemos a todos los miembros de nuestra especie, incluidos los psicópatas, los bebés y las personas con una discapacidad intelectual profunda, una condición moral superior a la de los perros, los cerdos, los chimpancés y los delfines. Mis amigos me retaron a justificar los motivos de esta situación. ¿Por qué era justo comer animales no humanos o experimentar con ellos cuando nunca se nos ocurriría hacer lo mismo con otros seres humanos?

Como diligente estudiante de Filosofía, respondí al reto buscando respuestas en las obras de filósofos más viejos y sabios. No encontré ninguna que resultase nada persuasiva. Muchos filósofos sencillamente ignoraban la cuestión. Se limitaban a declarar alegremente que todos los humanos son iguales y nunca se planteaban por qué los animales no deberían también ser iguales. Y lo hacían a pesar de que los argumentos con los que apoyaban la igualdad humana, como por ejemplo que todos los humanos tienen intereses que pueden salir bien o mal, son manifiestamente aplicables a muchos animales no humanos. El hecho de que los animales fueran tan invisibles era significativo por sí mismo. Otros filósofos que al menos se preguntaban por qué el estatus de los animales era tan inferior, daban respuesta a la pregunta recurriendo a nobles ideales que pedían a gritos una revisión profunda. Afirmaban que todos los humanos poseen una «dignidad» o un «valor intrínseco» de los que carecen los animales, pero pasaban al siguiente tema sin detenerse a explicar el motivo por el que todos los seres humanos, independientemente de lo moralmente monstruosos o lo incapaces de pensar o sentir que pudieran llegar a ser, deberían poseer una dignidad o un valor que quedaba fuera del alcance de cualquier otro animal. Otro grupo de filósofos apelaba a algo más específico como la capacidad de razonar, la autoconciencia, la capacidad para planificar nuestra propia vida o la posesión de un sentido de la moral, sin abordar ni por un instante el hecho obvio de que algunos seres humanos carecen de estas capacidades o sentidos. ¿Significaba eso que podíamos comérnoslos o experimentar con ellos como hacemos con los animales? Una pregunta más que quedaba sin respuesta.

Los únicos pensadores que parecían ofrecer una explicación coherente acerca del motivo por el que los animales quedan excluidos de la esfera de la protección moral eran quienes afirmaban que los humanos gozan de un estatus especial porque son los únicos hechos a imagen de Dios y poseen un alma inmortal. Como yo no creo en Dios ni en el alma inmortal, tampoco podía aceptar esa respuesta, pero, al menos, tenía sentido. Empecé a pensar que nuestras ideas preconcebidas sobre el estatus moral superior de los seres humanos eran el legado obsoleto de una era en el que la visión religiosa del mundo impregnaba las ideas de la práctica totalidad de las personas.

Finalmente, fui incapaz de dar respuesta al reto que me habían planteado mis amigos. No había ninguna justificación ética que explicase la concesión de un estatus moral a todos los humanos por encima del resto de los animales. De hecho, llegué a la conclusión de que deberíamos otorgar el mismo peso a los intereses de todos los seres vivos, en tanto que podemos establecer comparaciones a grandes rasgos entre distintos seres, independientemente de la raza, el sexo o la especie del ser en cuestión. Esta conclusión teórica tenía consecuencias prácticas. Los animales criados en el marco de las técnicas modernas de cría intensiva de animales no se pueden mover con libertad, estirar las extremidades o socializar con otros miembros de su especie. Se ignoran sus intereses más fundamentales. Por este motivo, deberíamos dejar de prestar apoyo a este sistema de ganadería. Como la forma más directa en que lo apoyamos es comiendo sus productos y sabía que me podía nutrir perfectamente bien sin comer carne, me hice vegetariano.

Animals, Men and Morals se publicó en Gran Bretaña en 1971. Mis amigos y yo teníamos la esperanza de que inspirase un debate público a gran escala acerca de estos temas, pero pasó desapercibido. No lo reseñó ni un solo periódico de gran tirada. Probablemente lo consideraron un libro más sobre el bienestar animal, un tema que solo interesaba a solteronas que vivían con gatos. En 1973, el libro de mis amigos estaba destinado a las estanterías de las «librerías de viejo» británicas. La única chispa de esperanza era la edición que estaba a punto de publicarse en los Estados Unidos. Para intentar evitar que corriera la misma suerte que la británica, escribí a la revista intelectual con más lectores de la época, el New York Review of Books, y les ofrecí un ensayo reseñando el libro.

«Liberación animal» apareció en el New York Review of Books el 5 de abril de 1973. En el texto, resumía la postura ética que yo defendía en los siguientes términos: «Si un ser sufre, no puede existir justificación moral alguna para negarse a tener en cuenta ese sufrimiento, y si podemos establecer comparaciones a grandes rasgos, cabe compararlo con el sufrimiento de cualquier otro ser». Apoyándome en los ensayos de Animals, Men and Morals, pasé a demostrar lo lejos que están de esta postura nuestras prácticas de experimentación con animales y cría intensiva de ganado.

La columna de Silber fue la primera reacción al artículo que apareció publicada. No resultaba muy alentadora, pero quedó demostrado que es preferible que te ridiculicen a que te ignoren. Silber expuso lo suficiente de mi argumentación para que Henry pensase que quizá no era tan absurda como era obvio que opinaba el propio Silber. Se hizo con una copia del New York Review y lo leyó. Más tarde, escribió sobre el momento en el que empezó a convivir con una gata:

Todavía no enfocaba el bienestar animal como un problema político, aunque […] pronto empecé a cuestionarme si era adecuado mimar a un animal mientras clavaba un cuchillo y un tenedor a otros.

Entonces leí el ensayo de Peter Singer. […] Singer describía un universo donde más de cuatro mil millones de animales morían cada año solo en los Estados Unidos. Su sufrimiento es intenso, generalizado, expansivo, sistemático y aceptado por la sociedad. Y las víctimas son incapaces de organizarse para defender sus propios intereses. Sentí que la liberación animal era la extensión lógica de todo aquello entorno a lo que giraba mi vida: la identificación con los indefensos y vulnerables, las víctimas dominadas y oprimidas.

Por aquel entonces, no sabía nada de las reflexiones de Henry acerca del ensayo, pero nuestros caminos seguían un rumbo convergente. En aquella época, yo trabajaba como profesor asociado en el University College de Oxford, un trabajo temporal que terminó en junio de 1973. Mi siguiente trabajo fue en la Universidad de Nueva York, cuya Facultad de Filosofía me había invitado a ocupar un puesto de profesor visitante. Por ese motivo, en septiembre me mudé a Nueva York con mi esposa y nuestro primer hijo. Además de las clases que impartía en la facultad, la Escuela de Educación Continuada me preguntó si estaría dispuesto a dar un curso para adultos por la tarde. Acepté, en parte porque estaba desarrollando mis ideas sobre la liberación animal en un libro y las clases me ofrecían la oportunidad de recabar algunas opiniones sobre el primer borrador. Así pues, en 1974, la Universidad de Nueva York anunció que Peter Singer iba a impartir un curso de educación continuada titulado «Liberación animal», que consistía en un seminario semanal de dos horas por la tarde programado para durar seis semanas. Los temas por tratar incluían la ética de la liberación animal, una breve historia del especismo, la cría intensiva de animales, los experimentos con animales, argumentos a favor del vegetarianismo ético y objeciones a la liberación animal. Cada uno de estos temas se convirtió en un capítulo de mi libro Liberación animal.4

El curso atrajo a unos veinte alumnos, la mayoría de los cuales ya trabajaban en favor de los animales de uno u otro modo. Como el formato dejaba mucho tiempo al debate, todos llegamos a conocernos bastante bien. Un hombre destacaba del resto. Estaba claro que no se trataba del típico «amante de los animales». Para empezar, su aspecto era muy distinto al resto, y hablaba con un marcado acento de la clase trabajadora de Nueva York. Expresaba las cosas de una forma tan directa y tajante que, a veces, tenía la impresión de estar escuchando a un personaje de una película de gánsteres. Llevaba la ropa arrugada y el pelo revuelto. En general, me pareció un tipo de persona que era poco probable que se matriculase en un curso para adultos sobre la liberación animal. Sin embargo, allí estaba, y no pude evitar que me gustase el modo tan franco que tenía de decir las cosas. Se llamaba Henry Spira.

Si a mí me gustaba la forma de ser de Spira, a él también le agradaba la mía:

Singer me causó una enorme impresión porque su preocupación por los otros animales era racional y defendible en un debate público. No dependía del sentimentalismo, ni de la belleza de los animales o su popularidad como mascotas. Desde mi punto de vista, él simplemente decía que está mal hacer daño a los demás, y que por pura coherencia no debemos acotar quienes son los demás; si distinguen entre el dolor y el placer, tienen el derecho fundamental a que no les causen daño.

Otro de los asistentes al curso sería crucial para el trabajo posterior de Henry. El Dr. Leonard Rack era un psiquiatra con un bagaje científico y preocupaciones éticas relativas a la experimentación con animales. Rack, que se graduó en la universidad a los dieciséis años, impactó a Henry, que lo consideraba «Lo más parecido que había visto a un genio. […] Era capaz de ver veinte facetas a un tema que nadie más era capaz de identificar». Rack participaría de lleno en las primeras campañas de Henry, a las que aportó los conocimientos biomédicos de los que Henry carecía.

«Lo más parecido que había visto a un genio» fueron las palabras con las que Henry describió a Leonard Rack, que aquí aparece con Henry en una típica sesión de planificación estratégica. Rack, psiquiatra con bagaje científico, aportó conocimientos de biomedicina a las primeras campañas de Henry. Murió en enero de 1990.

El curso ayudó a Henry a consolidar la idea de que los animales ocupan el peldaño más bajo de la escalera, son los más oprimidos y explotados y, por lo tanto, son quienes más necesitan nuestra ayuda. «Ese semestre, entre las clases y las conversaciones, comenzó a fraguarse todo».6 Durante el curso, se hizo vegetariano gradualmente. Empezó por abandonar la carne roja; después, el pollo y acabó dejando el pescado. Había solucionado el dilema personal que le provocaba mimar a un animal y comerse a otro, pero no pensaba detenerse ahí:

Supongo que la mayoría de las personas creen que es bueno poseer conocimientos por el simple hecho de saber más. En mi opinión, si ves que algo está mal, debes hacer algo al respecto, y en la última sesión del curso pregunté a los demás si querían que nos siguiésemos reuniendo, no para seguir debatiendo cuestiones filosóficas, sino para ver si querían actuar para resolver el problema.

Diseñado veinte años después de que Henry se hiciera vegetariano, este anuncio resume el sentimiento que le llevó a dejar de «mimar a un animal y clavar un tenedor y un cuchillo a otro».

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Autor: Henry Singer. Título: Ética en acción. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Todostuslibros

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Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
22 ddís hace

MÁS DE ANIMALES, Y RACIONALES
Pues ya que estamos, sigamos estando y continuemos …, con los animales, los derechos, y lo humanos.
Un punto que es difícil de encajar en mi (y de muchos) deber-derecho, es la protección de especies en peligro de extinción; acabo de averiguar que en el siglo XXI se han “evaporado” dos, el colobo rojo y el delfín del Yangtsé, lo cual me entristece mucho, y lamento profundamente que ya nunca tendré la opción de topármelas. Esto suena a humanismo ciertamente, pero se puede entender (¡empezamos el debate!) no hacia los animales, sino hacia el Sapiens. Éste ama la diversidad zoológica (y la botánica), la belleza de la naturaleza, la complejidad en ella, extraemos placer de ello. Pero está la razón “fuerte” de conservar en óptimas condiciones el ecosistema; ya sabemos la historia de que si eliminamos un depredador la población de rumiantes puede crecer de manera exponencial, poniendo en riesgo el equilibrio en el hábitat. Conocemos también casos de estos con la introducción de peces muy agresivos en aguas que no habitaban.
En fin, es el asunto de preservar el equilibrio, porque si lo rompemos, ¡uf! No sabemos qué podría pasar, incluso con consecuencias negativas para nosotros. Pero he hablado muy en serio cuando aludía al goce del Sapiens en la contemplación del esplendor de la Naturaleza, en toda su versatilidad.
Confieso que me dolería mucho no poder ver más rinocerontes, tigres, elefantes o ballenas azules …, pero he hablado de MÍ, de mi disfrute, ¡no del rinoceronte per se! En fin, ahí está toda esa caterva de filósofos que mantiene que el amor a sí mismo (incluyendo el goce estético) es la motivación esencial del bípedo implume.
Pero sí, la causa “de peso” es no modificar el ecosistema, porque romper el equilibrio provoca incertidumbre, incluso para nuestra especie. Ciertamente también existen especies de árboles protegidas, lo cual me parece magnífico, y pienso de nuevo en mi disfrute (¡egoísmo!) al contemplar ese paisaje, y no sólo en el ecosistema. Desde luego nadie diría que tales especies forestales poseen derechos humanos …, aunque, ¡un momento”, he leído en alguna parte la propuesta de conceder derechos humanos a las plantas, que son seres vivos.
Si me pongo casuístico (lo cual no me gusta) podría argüir que respecto p.ej. al rinoceronte, el supuesto derecho se refiere a la especie, no a los individuos. Yo parto de la premisa de que los derechos humanos son siempre de un individuo concreto, algo muy de la Ilustración; pero sé que hay defensores de los derechos de las etnias, de las razas, de grupos minoritarios, de poblaciones específicas. ¡Aquí se discute por todo!
Asimismo está el espinoso asunto de la vivisección, y maltratar/torturar a los animales. Mi esquema deber-derecho puede arrastrarme fácilmente en esta área a la incorrección política. Recuerdo (espero que bien) leer sobre las maldades de la vivisección, hace decenios, en Bernard Shaw, mi dramaturgo favorito; ya entonces pensé: si es ello preciso para experimento biológicos/médicos, i.e. vacunas y mejora de medicamentos, ¡pues habrá que realizarlo! Los humanos tenemos prioridad, esto es tenemos derechos, y los irracionales no.
Si vemos a un tío pegando con saña, con un gran palo, a un perro seguro que vamos a experimentar un profundo malestar, y probablemente intervendremos. Yo en ocasiones he pensado, como en la vivisección, que gran parte de nuestra desazón es causada por la “bestialidad” del humano, más que por el dolor del canino (¡qué también!). Si un chiflado se pone s berrear como un poseso en medio de nuestra calle, también experimentaremos desasosiego, empezando por la contaminación acústica. Los chillidos, de la especie que sean, nos alteran (reacción darwiniana). Me temo que en muchos pueblos y aldeas todavía se mata a los cochinos, ovejas, cabras, vacas, a la antigua usanza, con profusión de chillidos; sí, éstos pueden ponernos histéricos, ¡pero hay que hacerlo!, para comer, y para obtener un dinero comprar zapatos y ropa para los niños. La prioridad es el Humano, siempre.
Si el can tiene derechos, entonces: por pegarle un mes de cárcel, por romperme una pata 6 meses, por dejarle inválido un año. Yo desde luego no admito como razonables tales castigos, porque el código penal no se aplica a los chuchos (no van a juicio, y a la cárcel), ni “sobre” ellos.
Establecido esto, como teoría del deber-derecho, a mi entender un tipo que muestra una violencia feroz y descontrolada contra un animal, muestra su carácter, i.e. posiblemente sea igual de sádico contra sus congéneres; ergo, ¡ojo con ese paisano!, con su conducta en sociedad. Pero siempre acabamos (empezamos) con los seres humanos.
¿Qué animal es el que más sufre?, pues aquel que posee el sistema nervioso más complejo. i.e. nosotros. No digo que los animales no experimenten dolor, simplemente que no es equivalente al nuestro nada más; esto sí recuerdo bien haberlo oído de labios de zoólogos, y referido no sólo al dolor. Cada especie posee su peculiar dotación sensorial, con diversas capacidades visuales, auditivas, olfativas …, cada especie “siente” de una manera. Yendo a lo fácil …, los animales no sienten remordimiento, mala conciencia, celos desenfrenados, amor apasionado, depresión, angustia existencial, deseos suicidas, éxtasis espirituales etc.; ¡por qué lo sé?, porque su cerebro no es tan complejo como el nuestro. Bueno en realidad no lo sé, ya saben eso tan citado:
-los elefantes también “ven” crecer la hierba -eso lo sabe porque es Vd. un elefante, o porque se lo ha dicho un elefante.
Lo deduzco de la selección natural, del darwinismo; admito que éste es uno los pilares de mi teoría omniexplicativa, y mi guía principal en mi rechazo a los derechos animales.
Y sigo adentrándome en las peligrosas aguas pantanosas de la incorrección. Desde mi cosmovisión, a un irracional se le puede hacer (mucho) daño pegándole, pero “torturar” es sólo para (contra) los seres humanos. Porque en ello, además de inmenso dolor físico, lo hay “moral”, violación de la intimidad, humillación, impotencia ante al torturador, ¨vergüenza” posterior por las secuelas, amenaza con los instrumentos, espera a la próxima sesión de tormento …, a veces la espera al maltratador es igual de horripilante. Esto por supuesto lo conecto con la capacidad única del Homo Sapiens de experimentar remordimiento, e inquietud (ante lo futuro).
Otro perfil muy de disentimiento es lo conceder derechos sólo a los animales superiores. Pero, claro, los bolcheviques replicarán que ya estamos comenzando con categorías, elitismo, distinción de clases: hay especies animales mejores que otras, como en el capitalismo. Desde luego el dilema es dónde pone el linde entre animales superiores e inferiores; yo desde luego no me introduzco en ese jardín, pleno de trampas intelectuales, y corto el nudo gordiano: ningún animal tiene derechos.
Aún más para pelearnos, ¡dialécticamente! … Una opción se encontraría quizás si damos Derechos Universales a los seres humanos, y positivos (algunos) a las bestias. Pero desde Las Luces, origen de los Derechos Humanos, cualquiera de ellos es producto de una Convención, del Contrato Social (aquí añado junto a Rousseau añado a John Rawls); por consiguiente podríamos también conceder Derechos Naturales (que ahora no son de origen divino) a los brutos. Pero no, no admito que éstos tengan derecho a: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad (ni a la propiedad privada); desde mi posición intelectual & darwiniana, los irracionales no son “felices” (ni infelices), porque su sistema nervioso no es lo suficientemente complejo. Ellos no sienten ni arrepentimiento ni complacencia.
“Sólo le falta hablar”, pues no señora, a su can lo que le falta es un córtex más evolucionado.
Ciertamente todas estas “razones” pro-Animalismo son para tener en cuenta, pero sin ser dogmático (en absoluto, se lo aseguro a Vds.) me reafirmo en mi proposición: deber-derecho.
Repitiendo mi línea de argumentación, y pensando en la situación originaria de John Rawls & la Ilustración, el Pacto Social es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, i.e. por y para ciudadanos. Sí, es cierto que hay culturas que poseen animales sagrados, con derechos (p.ej. las vacas, o monos), y también árboles, ríos, senderos, montañas sagradas; es más si cortas un árbol sagrado ¡te pueden cortar a ti la cabeza, humano con derechos naturales! Pero ello se da en colectividades del modelo mítico/religioso de pensamiento. Los Derechos Humanos (¿y animales?) de que tratamos en este texto surgen del modelo racional/filosófico, o incluso del científico.
Si nos ponemos marxistas podríamos aducir que los animales carecen de derechos porque no participan en el proceso de producción de bienes: no tienen manos. No eres ciudadano, no tienes derechos de ciudadanos; es más, sabemos que éstos no los disfrutan los inmigrantes sin papeles, los sólo residentes, los metecos, los periecos, los ilotas, los no-romanos (Caracalla) etc.; ¡mucho menos los tendrán los brutos!
La consecuencia es que el Homo Sapiens es Superior a todas las demás especies, las utiliza en su provecho, pone la Naturaleza toda a su servicio como Amo y Señor …; pues sí, así es. Y ello ocurre no desde Las Luces, ni desde la Civilización (Sumeria), ni desde el Homo Sapiens, sino desde el homínido: homo habilis, ergaster, faber. Recordemos otra vez lo de Ibn Jaldún: el hombre no es el más veloz, fuerte, mejor vista, oído, olfato, ágil, mejores pezuñas, garras, colmillos …, pero lo compensamos porque tenemos gran cerebro; y claro manos que son su expresión, con las cuales fabricamos herramientas, y de este modo dominamos la Naturaleza, y a los animales en ella. Esto significa que los utilizamos en nuestro provecho (carne, leche, tracción, vigilancia etc.); así ha sido, es y será …, si sobrevivimos como especie. ¿Somos egoístas los Sapientes?, no, solo sobrevivimos (utilizando la los recursos del entorno): es pura selección natural; la respuesta la encontró Charles Darwin.

Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
21 ddís hace

… MÁS DE ANIMALES, Y RACIONALES …
… Sólo que ahora en ésta emerge lo “artificial” (artefacto), la no-Naturaleza en verdad: la cultura, creada por el animal que fabrica útiles. Aquí hay que recordar una vez más 2.001 Una Odisea del Espacio: el hueso-herramienta que se transmuta en nave espacial.
¿Cómo vamos a dar derechos a los animales si vivimos a partir de su explotación, y de la Naturaleza en su totalidad?
Reconozco de buen grado (sin tortura) ante todos Vds. que me encantan los perros (los gatos no, que son muy ariscos), y también los delfines, y curiosamente las orcas. Pero no les otorgo derechos humanos, entre otras razones (darwinianas e ilustradas) porque pueden chocar contra los míos, si p.ej. una ballena asesina decide zamparme (sería el primer humano víctima de ellas), o un dóberman se me lanza a la yugular, o un toro de lidia me embiste … Por supuesto si sobrevivo al ataque del dóberman ¡ni siquiera podré llevarle a juicio y que el juez lo condene a seis años de reclusión!
Me ha dejado pensativo la posible comparación entre los potenciales derechos de un perro, ya que al igual que un bebé o un enfermo en coma no tiene obligaciones, y los dos últimos sí son objeto de derechos. Después de tanta argumentación y racionalismo cartesiano & ilustrado, aquí me cobijo bajo la pura emoción, el estricto sentir: un can y un recién nacido, o una persona en coma …, ¡no, y no!, ¡no se pueden comparar!

Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
20 ddís hace

… MÁS DE ANIMALES, Y RACIONALES …
… ¿Cómo vamos a dar derechos a los animales si vivimos a partir de su explotación, y de la Naturaleza en su totalidad?
El valor (económico) de una mercancía es el resultado del esfuerzo (aplicación) del trabajo humano; ello puede medirse en horas de trabajo …, esto lo he leído en la introducción a un libro reciente (2.023) sobre economía política marxista. Yo no soy ni marxista, ni comunista, ni bolchevique, ni leninista, ni maoísta, ni, ni, ni …; tampoco soy “nini” desde luego, porque mi edad me impide aspirar a ello; aunque de joven tampoco lo habría pretendido.
Ya he expuesto en otros textos mi rechazo a la teoría marxista del valor-trabajo, empleando para ello el precio (desorbitante, apabullante) de las angulas (ñam, ñam), o la diaria variación de los precios de los distintos tipos de tomate en el supermercado de mi barrio. Por lo tanto, me apunto a la teoría subjetiva del valor (económico), y a la teoría marginalista, con todo lo que conlleva.
Va de suyo que el asunto me ha arrastrado a la explotación del proletario; y ello a pesar de que sólo un 10% de los celtíberos se define como de clase obrera, y sólo un 0,1% como proletario. ¡Cielos, demonios, glub, ay, canastos, cáspita, por dios, por todos los santos, uf, el acabose, el colmo, habrase visto, increíble! … todo esto es para los partidos marxistas desde luego.
Bien, pues el término “explotación” me ha hecho transitar de la clase trabajadora, y “abusada”, a los animales (y quizás plantas & Naturaleza en general), que según cierta cosmovisión también lo son.
El caso es que no he podido (ni querido) evitar ese paralelismo entre sojuzgados: bestias y asalariados. Según el estricto comunismo la esencia de un empresario es ejecutar un aprovechamiento indebido (¡criminal!) de los currantes (de su laboro); obtener plusvalía a través de ellos y no cedérsela, sino quedarse con ella, ¡granujas!; los marginalistas, neoliberales, keynesianos y demás hierbas niegan la mayor, la menor y la conclusión. Pero no voy a adentrarme aquí en esa zona pantanosa macroeconómica (engullidora de teóricos), y lo dejo para las angulas y los tomates …
¿Y si los auténticos proletas, objeto de abusos indecibles (lengua) e innumerables (matemáticas …, troncales ambas en educación), son los brutos?; y quizás también los arbolitos/flores/arbustos/setos etc. Desde este perfil del materialismo histórico, ¡estaría de pleno acuerdo!; porque afirmo, con los darwinistas y los antropólogos sociales, que el Hombre es explotador de la naturaleza, tanto vegetal como animal; de todo lo que se mueve o vive (o se le pone por delante); es el p … Amo, Señor de “esclavos” (zoológicos y botánicos), que exprime su entorno para extraer beneficios como si plusvalía fuesen. Y por supuesto no devuelve ésta a los que la han generado, los seres vivos no-humanos.
Bueno, bueno, aquí principia mi disenso con los epígonos de El Treviriano, porque, porque, ¡tachán!, ¡niego todo el silogismo!; tenía que llegar, era inevitable, como Thanatos y los impuestos. Ya que, en otras palabras (o con las mismas si Vds. prefieren), rechazo de plano (y de volumen) que esa plusvalía obtenida por el Sapiens del ambiente externo la hayan generado las fieras y los arbolitos. ¡No!, la ha causado él mismo, con su techne, empezando por hachas, raspadores, punzones, lascas, cinceles, martillos. El bípedo implume es quien, dueño de “esclavos” naturales, ha causado esa plusvalía, ese valor extra, con su capacidad para fabricar herramientas; ejemplos típicos, y de sobra conocidos por todos Vds.: del jabalí al cerdo, del lobo al perro, de teosinte a maíz, de planta silvestre + aegilops a trigo (¡rico, rico!, me gusta muchos más que el maíz), etc. etc. etc. etc. etc. etc. …, no tengo espacio para tantos etcéteras, hasta llegar al transbordador espacial y el ordenador cuántico; y ya veremos (o verán) en el futuro.
Pues efectivamente, el Ser Humano domina, controla, exprime, la Madre Naturaleza, como hijo “desnaturalizado”, porque su esencia es la cultura/nomos no la physis; aquí dejo el campo libre a la antropología social y social. El término correcto es “domesticar”, tanto el reino vegetal como el animal.
Ergo (estamos con silogística), la relación del Ser Racional con la Naturaleza no es (ni puede, ni debe) de igualdad, equilibrio, respeto, hermanamiento; es lo opuesto, esto es, explotación, conveniencia. Si no fuera de este modo (recordemos a Ibn Jaldún), ¡desapareceríamos como especie!, la selección natural nos borraría de la faz de la Tierra. Pero es que nosotros hemos “inventado”, ¡gracias a dios!, la selección artificial, entroncada con la techne/cultura/sociedad. Un ejemplo señero es el perro, especie creada por el Humano. Es más que probable que el can sea la primera especie domesticada (y generada), lo cual siempre me ha dejado en modo Rodin (pensativo): no nos da ni leche, ni carne, ni tracción, ¡hum!
¡Animales (y vegetales) de todo el mundo, uníos!, ¡acabad con la explotación milenaria del Racional!, ¡romped vuestras cadenas, colocadas por el Bípedo!, ¡dictadura del animalado (y vegetado)! Soy plenamente consciente (puesto que pertenezco a la clase opresora, i.e. racional) de que esta llamada a la liberación animal es políticamente correcta, porque muchos establecerían un símil con la liberación de la mujer y la dictadura del feminado. Pero como darwinista debo oponerme a la manumisión de las bestias (y de los entes del entorno); porque si ello ocurriera, ya sabemos, ¡adiós a la especie humana!; y francamente eso no me apetece, ni en este momento, ¡ni en ningún momento!