A Chaves Nogales empecé a leerle en 2011, cuando todavía no había terminado la carrera e intentaba buscarme la vida escribiendo. Ya era fácil hacerlo (leer a Chaves). Libros del Asteroide había editado unas versiones muy bonitas del Juan Belmonte y de A sangre y fuego, entre otros, que se podían comprar en cualquier lado y llevártelas por ahí a presumir de escritor a medio descubrir todavía. Recordemos que Chaves viene del polvo de la librería de viejo, y con algunas obras suyas, ni eso. Tengo un amigo devoto del Juan Belmonte que nunca lo tiene pese haberlo comprado varias veces, porque siempre lo termina regalando. Ambos preferimos la preciosa versión asteroide (tan magenta, tan cofrade), no tanto la de Alianza ni la de Renacimiento. “¿Un libro de toros?”, me preguntó un día mi tío, tras descubrirme leyendo. Recompongo y adorno la respuesta: “De todo menos de toros”.
Mencionaba las diferentes ediciones del libro porque, preparando el programa en el que hablamos de las excelentes Obras completas que se han currado Ignacio Garmendia y Luis Solano (de nuevo Libros del Asteroide), descubrí algo que todos ya debían saber: la edición de Alianza lleva incluyendo, desde 1969, un magnífico epílogo de Josefina Carabias. Son 15 páginas de reivindicación completamente pionera de Chaves Nogales (1969) por parte de quien le conoció y trató, Josefina, en plena época de olvido total del autor. Me corto para no seleccionar siete fragmentos y hundir a los amigos de Zenda. Me quedo sólo con dos. El primero es puro noveleo y en él pregunta Carabias: “Cuando usted empezó a armar aquellos alborotos todo el mundo pronosticaba que le mataría un toro, ¿no es eso?”. Y responde Belmonte, que ya peinaba canas, versionando el famoso pasaje con Valle-Inclán: “Sí. Todavía quedan profetas de aquellos, que no me perdonan el haberles dejado mal”.
Le hago sitio distinto al segundo pasaje, y confío en que resulte revelador. Dice Josefina: “Sin la pluma de Manuel Chaves Nogales la vida de Juan Belmonte, aun siendo la misma, no habría tenido el interés que tiene, sobre todo para el lector no taurino, ni se habría traducido al inglés ni se reeditaría hoy formando parte de una colección del mejor tono literario. Pero debo reconocer también que una figura como la de Juan Belmonte era lo que necesitaba Manuel Chaves Nogales para que su talento de periodista y escritor diera de sí todo lo que podía”.
En esta simbiosis indistinguible y promiscua entre realidad y ficción está la fuerza mayor de Chaves Nogales. Asisto a la vida de Juan Martínez y su mujer, la Sole, dos bailaores pasando hambre y esquivando la checa en la Rusia bolchevique, y no tengo la menor idea de qué es inventado y qué no lo es, ni me importa. Leo con fascinación el pasaje sobre el miedo en el toreo de Juan Belmonte (“El día que se torea crece más la barba. Es el miedo”) sin alcanzar a imaginar muy bien con qué método científico o demoscópico ha llegado el autor a esa conclusión. Acaso fue un simple comentario ensoñado de Belmonte, espigado al vuelo por Chaves y convertido en tesis. Da igual.
El Chaves Nogales repórter vale un Premio Mariano de Cavia y tantas cosas más (lo ganó con sólo 30 años por sus crónicas sobre la aviadora Ruth Elder), pero su tendencia ocasional a sermonear aplana un poco su escritura. En La agonía de Francia, directamente, le echa la bronca a los franceses durante más de cien páginas. Y precisamente desde París escribe los relatos de A sangre y fuego, donde la documentación provino, en buena parte, de su hermano, que sirvió con Miaja en la defensa de Madrid, y que le pudo contar muchas cosas, y eso es suficiente; y empieza diciendo, nada más y nada menos, y le perdonamos que no estuviera allí: “Al sol de la mañana la bomba de aviación que cae es como una pompita de jabón que en un instante raya el cielo azul de arriba a abajo”.
Más rebuznan los Echeniques y Abascales, más medicinal resulta Chaves Nogales, pero su versión más política (de la que somos más responsables nosotros que él), y que es la más exitosa y recurrente, corre el riesgo de opacar al escritor, cuyos textos trascienden la coyuntura y la riña y algo más importante todavía: eso que llamamos la Tercera España. Liberen a Chaves de la ejemplaridad. Porque es irónico que el hombre que fue en avión hasta el corazón mismo de la Unión Soviética (cuando volar era jugarse el pellejo) alcanzara su mayor altura literaria con una biografía de un torero de Sevilla. “Yo no sé cómo saldrá el libro”, oyó Josefina Carabias decir una vez a Chaves, en una de sus sesiones con Belmonte en Madrid, de batallitas y jamón cortado, “pero nadie nos podrá quitar lo que nos estamos divirtiendo Juan y yo mientras conversamos”.
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