Gran idea la de inaugurar los pasos de la nueva editorial Firmamento con este texto híbrido de Eduardo Lago (Madrid, 1954), y mejor idea presentar la reedición de su Cuaderno de México (2000) con un prólogo que vale como declaración de intenciones literarias y recuento de vivencias bibliográficas, las logradas y las que siguen en ciernes. El autor de Llámame Brooklyn (2006) ha titulado ese prólogo “El lado oculto de la escritura” y es una delicia de no más de veinte páginas en las que deja constancia de querencias, algún drama doméstico y, por encima de todo, su pasión por Nueva York, la ciudad que lo acogió desde 1987 y que, al parecer, tiene en ella los días contados. “Últimamente el sentimiento que preside mis días es que ha llegado el momento de decir adiós a Nueva York, aunque como me pasó al llegar, no estoy muy seguro de que se trate de una decisión que esté en mi mano tomar”, escribe antes de entregarnos de nuevo las páginas del diario de su viaje a Cancún, a Playa del Carmen, a Cozumel, a Chiapas, a Isla Mujeres, Palenque, San Cristóbal de las Casas, San Juan Chamula y otros destinos que quedan consignados en las libretas que luego acabaron reordenando la memoria de este también profesor y traductor que ya tiene en su haber importantes galardones literarios como el Premio Nadal, el Premio Ciudad de Barcelona o el Premio de la Crítica.
De él ha dicho Enrique Vila-Matas que “en su afán por no perderse ni un detalle de cuanto veía y vivía en su viaje por el delirante gran México, Eduardo Lago acabó escribiéndolo todo, anotándolo todo en este cuaderno en el que juraría que nos entrega una meticulosa y excepcional descripción del infierno, la más perfecta que he leído”. Pero Vila-Matas es amigo y a lo mejor el lector no se fía de ese juicio tan categórico, casi con la mano sobre la Biblia, sobre la descripción del Averno. Sabemos que exagera, pero no demasiado. Y eso es lo importante, porque ciertos ritos mayas como los que se nos relatan en esta crónica infestada de vivencias dispares se acercan a ese estado febril en el que se cae cuando uno se acerca a lo desconocido. Espejos mágicos, velas desconocidas por tribus ancestrales, presencias anímicas salvajes y recorridos en autobús que más parecen rallies selváticos que paseos turísticos… Todo cabe en este viaje por los estados mexicanos de Yucatán y Chiapas, en julio de 1995, donde, como dice el propio autor, “el ADN de mi escritura está presente ya, mostrando las nervaduras de su futura evolución.” Como estudioso, Lago conoce los secretos que conducen al resultado de sus ficciones y a la cadencia de sus escritos ensayísticos, o en la entrevista se hace fuerte al ser considerada otra más de las bellas artes: Norman Mailer, John Updike, Philip Roth, David Foster Wallace, Paul Auster, Jonathan Franzen y otros muchos lo atestiguaron.
Como el resto de sus cuadernos, repartidos en tantos años de aprendizaje y vivencias, también el de México le sirve para no olvidar, como adelantábamos. Pero es un trasiego de recuerdos productivo, pleno de hallazgos formales y de estímulos que explotarán años después, cuando el poso de lo acontecido acabe el trabajo que inició entre maletas, aeropuertos y ciudades. En sus palabras, “el lugar, el viaje entendido como experiencia emocional, intelectual y estética, es lo que da forma y sentido a la escritura”. Al final uno descubre que el infierno al que se refería el amigo autor de Lejos de Veracruz es un infierno también simbólico, ese lugar en el que ingresa todo aquel que se enfrenta a la búsqueda de la perfección en la creación literaria. Desde allí habla al lector Eduardo Lago con este Cuaderno de México. Es el precio que han de pagar escrituras valientes como la suya. En cuanto al asunto de las bibliotecas del autor de El ladrón de mapas (2008), siguen desperdigadas, olvidadas, perdidas, vendidas, extraviadas, latentes, reinventadas… y bueno, merecen otro comentario y un infierno aparte.
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Autor: Eduardo Lago. Título: Cuaderno de México. Editorial: Firmamento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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