Miguel Barrero (Oviedo, 1980) publica nuevo título en Alianza Editorial, en el seno de una colección que desea aunar las voces más jóvenes y destacadas del panorama literario contemporáneo, no sólo en el ámbito hispanohablante, sino también global (en ella se dan cita, junto a Barrero, figuras tan destacadas como la de Ronja von Rönne, Shua Dusapin, Valerie Fritsch, Ave Barrera, Line Papin y Blanca Riestra).
Miguel Barrero escribe un texto de difícil domesticación: he aquí uno de los puntos más atractivos y sugerentes de esta publicación, El rinoceronte y el poeta, a medio camino entre el documento histórico, el ensayo literario-filológico y la ficción novelada. Como ha apuntado Antonio Muñoz Molina:
“Miguel Barrero ha escrito una novela en la que la filología se vuelve, en la expresión de Borges, una rama de la literatura fantástica”.
La filología, y de su mano la propia literatura, se convierte en protagonista de una metanovela en la que el foco de atención está puesto justo entre los dos polos de la creación artística, entre el creador y el resultado final de esa misma creación: es decir, en el camino, en el tránsito, en el desarrollo. Es en el meollo de tales extremos, en el corazón y taller del ser artístico, donde Barrero se sitúa para desarrollar, como él mismo la llama, esta “gran ensoñación en la que lo único real es el telón de fondo”.
Este texto “trampa”, en el que el lector queda agradablemente embaucado en un dónde sin un cómo o un porqué definidos, nos traslada, en sus inicios, a un sugestivo contexto: la Lisboa que vivió (y describió y sintió y celebró y padeció) Fernando Pessoa. Y de nuevo, para comenzar, interrogantes, preguntas, cuestiones: “¿Cómo saber dónde se encuentra lo evidente, si casi nunca se muestra por sí mismo a los ojos de los hombres?”. Barrero nos pone en la piel de Eduardo Espinosa, profesor universitario ya maduro en conocimientos y experiencia, que recorre aquella Lisboa por enésima vez y donde, sin embargo, encontrará un nuevo arcano que destapar: una extemporánea alusión al célebre rinoceronte que Durero inmortalizó y cuyo correlato real, digamos, hizo su primera entrada en tierra europea por el puerto lisboeta. ¿Qué propone, a qué alude y qué se agita en esta Lisboa en la que Pessoa fallece tempranamente a los 47 años, junto a la enigmática alusión a aquel rinoceronte? Para culminar —literariamente— la trama, Barrero hace referencia al último verso que Pessoa escribiera, evocando, de nuevo, a una vaporosa y acaso inverosímil situación: “I know not what tomorrow will bring” [desconozco lo que el mañana traerá].
El misterio que rodea la historia y que deshace este intrincado nudo de referencias cruzadas habrá de descubrirlo el lector. La atmósfera pessoana recorre de principio a fin el relato de Miguel Barrero, y es con Pessoa con quien, ante todo, realiza su periplo literario, filológico, histórico y biográfico su protagonista, el ya mencionado profesor Eduardo Espinosa, que muy bien sabe “lo ingenuo que hay que ser para poder sobrellevar las inclemencias de este mundo”.
Espinosa y Pessoa guardan más de una similitud en cuanto a afinidades, pensamientos e intereses. El profesor llega a preguntarse: “¿Y si mi cometido al venir aquí un año y otro, y otro, fuese el de convertirme en los ojos actuales del poeta extinguido, en una especie de albacea ambulante de su memoria ya difuminada?”. El texto se halla repleto de introspectivas disquisiciones sobre el propio yo, sobre el mundo, sobre los seres humanos, mientras se recorren incesante y “erráticamente” las calles de Lisboa. Porque esta novela, que ni en el fondo ni en la forma es sólo una novela, rebosa espíritu de flâneur: el paseo se convierte en actividad humana por excelencia, un paseo que ha de ser necesariamente errabundo, sin meta fija, sin objetivo, en busca de nada y a la vez de todo, en busca de un sentido que nunca se da de manera definitiva pero que se adivina vagamente en la pesada niebla de los asuntos humanos.
Barrero también se muestra hábil a la hora de convertir la narración en una sincera y nada forzada reivindicación de las humanidades en general y de la literatura en particular. No en vano decíamos más arriba que su texto se introduce en el corazón de la creación artística. Es este corazón el que el lector sentirá latir en cada línea de la novela, en la evocación de la figura de Pessoa, en la remisión a imperios ya desaparecidos, a amores complejos y turbulentos (la Ophélia de Pessoa), a fascinantes personajes acaso olvidados (Dom Sebastião, el Rey Durmiente), a obras y artistas inmortales (Durero)… Y es que “El arte, la poesía, sólo tiene sentido resistiendo, en su oposición a las fuerzas naturales, a las condiciones objetivas, radica justamente el éxito de su grandeza”. Merece la pena citar por extenso el siguiente fragmento por su calidad literaria, que Barrero pone en boca de Pessoa en uno de los numerosos diálogos (¿reales, imaginados?) que Espinosa mantiene con él:
Y sin embargo escribimos, le interrumpió Pessoa, escribimos como si no hubiera nada más importante que rellenar nuestros papeles, como si en ese empeño en el que dejamos la vida radicara el secreto de la salvación del mundo, pero en el fondo sabemos que no es así, que nunca es así, que sólo escribimos para sobreponernos a la muerte, para hacernos a la ilusión de que seremos capaces de crear algo que nos sobreviva, para investirnos de una condición divina que nunca poseeremos, pero de la que nos gusta sentirnos acreedores, y en esta tesitura el mundo no nos importa, ahí se pudra, lo que queremos es que nuestros vecinos, nuestros conciudadanos, nuestros compatriotas, sepan quiénes somos y nos ensalcen porque nosotros mismos nos instalamos en a ficción de que estamos haciendo algo útil por la patria cuando, en realidad, no hacemos otra cosa que satisfacer nuestra propia e intransferible vanidad, ¿me entiende?
Miguel Barrero consigue trazar una novela de altos vuelos (narrativos, literarios, históricos, incluso legendarios) en la que la narración, lo que sucede, cobra la misma importancia que el gran interrogante que la transita de parte a parte: “¿quién soy yo?”. Pessoa no sabe si ha muerto, pues vive —o se siente vivir— en el recuerdo de Espinosa y de sus millones de lectores; para Espinosa el tiempo pasa, inexorable, pero sabe muy bien que es tan sólo en esa –pessoana– situación de extrañamiento, de “sensación de desarraigo”, en la que la vida sucede.
Barrero hace que el lector no sepa quién o qué es real, quién piensa a quién, quién imagina a quién, en un juego onírico en el que, quizás, la literatura sea la única realidad. Un libro original, enigmático, narrativamente intenso, atrevido y lleno de misterio. Como ha apuntado Muñoz Molina refiriéndose a El rinoceronte y el poeta:
“Quien se dedica profesionalmente a tratar con seres que no existen corre el peligro de contagiarse de su fantasmagoría”
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Autor: Miguel Barrero. Título: El rinoceronte y el poeta. Editorial: Alianza. Venta: Amazon, Fnac y Casa el libro
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