Cuando cogía un libro de la biblioteca de mi Facultad, en la carrera, subrayado, casi me alegraba. Gracias a ellos tenía acceso a otra persona, a otro pensamiento, a otra vida y a otros días, muy alejados tal vez de los míos —o no— pero quizá muy complementarios. En todo caso, algo enriquecedor.
Encuentro que hay una gran magia, encanto, en los libros subrayados.
Fernando Sánchez Dragó, hace unos días, me ha dicho que a él los subrayados en un libro, incluidos sus propios subrayados en sus propios libros, en otras épocas, le suscitaban curiosidad. A mí también, por supuesto.
Yo me pregunto cómo era la persona que subrayó ese libro; me pregunto por su vida, y si el subrayado es mío, por mi vida en otro tiempo. ¿Qué pensaba? ¿Cómo pensaba? ¿Cómo eran mis días? ¿Cómo era yo? Al final uno mismo, para uno mismo, puede ser el más misterioso de los seres.
Cuando leo los subrayados de otro me pregunto quién era esa persona, cómo era su vida, por qué hizo esos subrayados, por qué no otros… ¿Sus subrayados se parecen a lo que yo subrayaría?
Recientemente he comprado un libro maravilloso con algunos subrayados. El libro se llama Mística oriental para occidentales, y me costó un euro. Por antiguo, por usado y por subrayado, supongo. Su autor es Ramiro A. Calle, un autor al que admiro y del que ya he leído otros libros. Siempre me ha gustado lo que he leído de él.
Este libro puede ser un buen símbolo de que la sabiduría no tiene precio, o no está sujeta al mercado monetario, digamos. La sabiduría, como la felicidad, va a su aire. Quizá la sabiduría tenga mucho que ver con la felicidad, quizá la sabiduría implique un cierto tipo de felicidad, y la felicidad sea un cierto tipo de sabiduría. Es un complejo, o no tanto, juego de palabras, de ideas, pero creo que el lector y yo nos entendemos.
Antes de nada, antes de leer el libro que acabo de comprar, con enorme curiosidad, como me decía Sánchez Dragó (por cierto, amigo, si no me equivoco, de Ramiro A. Calle), leo los subrayados del libro.
Recuerdo otros libros que he leído con subrayados. Lo normal ante un libro subrayado es que esté de acuerdo con el autor de los subrayados. A mí también me gusta subrayar libros, y he subrayado muchos, muchísimos. Es un buen método para estudiarlos, según me enseñaron en el colegio. Ahora me he liberado y sólo subrayo cuando tengo que realizar un trabajo. Por ejemplo, pronunciar una conferencia.
Sé que hay gente a la que no le gustan nada los libros subrayados —por otros— y que no comprarían nunca un libro subrayado. Por eso, por eso también, creo que mi libro de Mística oriental para occidentales me costó tan barato.
También sé que hay amantes de los libros que no les gusta subrayar sus propios libros.
A este respecto puedo contar una anécdota. Durante un tiempo, dos años quizá, subrayé libros con bolígrafo. Pensé entonces que los libros eran herramientas para mí y que no tenía que guardarles tanto respeto. Afortunadamente recuperé el buen sentido y el respeto por los libros. Volví a subrayarlos con lápiz, o con portaminas, que es lo que suelo hacer. Pero mi falta quedó grabada en todos aquellos libros que subrayé con bolígrafo entonces, para mi eterna reflexión, para una reflexión que al menos dura ya unos años. Cada vez que releo estos libros me lamento muchísimo, aunque también están ahí para darme una lección imborrable. Profunda e indeleble.
Uno no está por encima del bien y del mal, pero tampoco por encima del respeto que debe a sus libros: queridos, admirados y, sí, muy respetados. “Venerado” me parece excesivo, pero algo de eso hay en lo que yo siento por los libros. Es tanto lo que me dan, generosos en su riqueza, que merecen en mí una gran consideración, un trato de muy estrecha amistad. Efectivamente, los libros son amigos, pero también maestros.
El libro de Ramiro A. Calle es de Bruguera, de «Libro Amigo: Política y Ensayo». Pero no sé de qué año es, porque creo que falta una página, la primera, en mi ejemplar. No vienen los créditos del libro, y entre otros datos falta el dato del año. Deduzco que es de los años 70, pero puedo equivocarme.
En la portada aparece la fotografía de lo que yo entiendo que es un amanecer, más que un atardecer o crepúsculo. Un bellísimo amanecer con un gran simbolismo, con una gran fuerza. Precioso. Esa imagen, aliada con toda la información de la portada y lo que yo conozco de su autor, incluso yo diría lo que conozco de la editorial y la colección… todo ello hizo que comprara el libro en el acto, en cuanto lo vi.
También me ayudaría el precio, por supuesto, tan asequible, pues yo busco libros que me gusten mucho a buen precio, no lo puedo negar. El precio no tiene mucho que ver con la calidad del libro, en el mercado de viejo, y sí, por ejemplo, con los números de ejemplares que se tiraron en su momento, o el número de ejemplares de esa obra que la librería en concreto guarda en su almacén.
Me encanta el título, pero también el subtítulo, “La esencia de una espiritualidad milenaria”, el conjunto. El título es Mística oriental para occidentales, pero creo que también podría ser Sabiduría oriental para occidentales.
El lenguaje de Ramiro A. Calle es muy propio, personal, peculiar: muy espiritual, lleno de energía, casi diría que “electrizante”, trascendente. A mí me gusta mucho; supone para mí un placer grande leerlo, interiorizar lo que me va diciendo en su prosa.
Cuando leo este libro de Ramiro A. Calle pienso qué diferente es nuestra forma de ser, de pensar, de actuar, de sentir de nosotros los occidentales respecto a lo que se dice en este libro. Pero también pienso, leyéndolo, disfrutando de sus contenidos y de su forma de expresarlos, cuánto podemos aprender de todo ello. En realidad sé que mucha gente, muchos occidentales, lo han hecho ya.
A mi también me encantan los libros subrayados, y los libros de segunda mano… Que cuentan una historia dentro de otra historia . Y también suelo subrayar los míos y dejarlos llenos de notitas entre sus hojas, yo le llamo darles personalidad…
Muy bonito su comentario, muchas gracias.