No hace mucho Eduardo Torres-Dulce ha publicado un libro sobre la película El hombre que mató a Liberty Valance, dirigida por John Ford e interpretada por James Stewart, John Wayne y Lee Marvin (Hatari Books). El libro se titula exactamente El asesinato de Liberty Valance, un ensayo muy esperado por los amantes del cine y por los lectores de Eduardo Torres-Dulce. También por sus amigos, es decir, por su entorno, como pudo decirme en su día el cineasta Andrés Moret.
Efectivamente todos somos ahora náufragos por la pandemia, y es verdad que el cine y las películas, por citar dos ejemplos, nos pueden ayudar mucho en estas circunstancias, hacer mucho bien. De hecho lo están haciendo.
Lo que sí sabemos es que en este tiempo han subido los índices de lectura y, por lo que dicen, las ventas de libros han bajado, pero poco, mucho menos de lo que se podría esperar en un principio.
Yo le dije a Eduardo Torres-Dulce que estaba viendo películas en inglés.
Eduardo Torres-Dulce me regaló después de entrevistarlo en una ocasión Los amores difíciles y Armas, mujeres y relojes suizos.
Compro algunas películas, veo algunas de ellas. Empecé a verlas, en esta nueva etapa, en versión original, para reforzar así mi inglés, cosa que creo que he conseguido, pero es que además he recuperado mi afición al cine. A veces tengo la sensación de que he visto todas las películas ya, pero sé que es una sensación falsa, por supuesto, aunque ya he visto muchas, a mis 45 años.
También tuve, hace años, bastantes, esa sensación con los libros, la de haberlos leído todos, pero no sólo eso, la de haberlos escrito todos también, y no sólo ahora, que tengo la edad citada, sino antes, hace años, bastantes ya.
Demasiados libros, demasiadas películas… pero lo cierto es que es un hambre que no cesa, un gozo que no cesa, y además profundo, con el enriquecimiento personal, hondo, que supone, que yo sé que luego se vuelca al exterior con mi escribir, vivir y hablar.
Pero esto no es un mal, no es una desgracia, ni una tragedia, aunque pudiera parecerlo para alguien como yo. Lo maravilloso es que he aprendido a releer, a disfrutar con ello, a continuar la fiesta y el aprendizaje, espero que perfeccionamiento —yo creo que sí— de la lectura y de la escritura, que es en el fondo, y en la forma, una misma moneda que uno se echa al bolsillo para ser feliz, para ser más feliz. Y con un poco de suerte para hacer más felices a otros, al que leyere, el curioso lector, que me parece que decía nuestro querido Cervantes.
Y con las películas me está ocurriendo lo mismo que con los libros, como sin duda, imagino, le está pasando en estos tiempos a muchos. Busco películas nuevas y a veces no las encuentro —con frecuencia—, pero encuentro otras que ya he visto, y verlas de nuevo es una maravilla. Ver películas de nuevo es como releer; siempre se aprenden cosas nuevas, las películas se van desvelando, sobre todo las difíciles. Las difíciles, o las más profundas o complejas, en esto son las mejores porque cada vez que las vemos nos descubren detalles que no sabíamos.
Es más, ahora pienso, en estos momentos pienso, que se aprende más releyendo que leyendo, porque uno escoge con mucha intención lo que relee, con gran conocimiento de causa, buscando en primer lugar todo lo que disfrutó con ese libro o ese texto, pues suele ser algo breve, incluso un humilde artículo o un pequeño poema. En literatura la calidad, en mi opinión, no está en las dimensiones, quiero decir en las extensiones, sino en las magnitudes, se me ocurre ahora. Y eso lo podemos encontrar en dos versos o en una carta.
Recuerdo que hace años una tía mía, misionera y escritora, Ángeles Martínez Pérez-Mendaña, al escribir un libro sobre su vida, En salida… raíces y alas, me decía que estaba “rebobinando”, en cuanto a recuerdos.
Pues bien, yo tengo ahora esa sensación, la de rebobinar, la de revivir, la de volver, gozosamente, porque lo ya vivido, y lo ya leído, incluso lo ya escrito, puede ser un refugio, y ahora necesitamos refugios, temporales, eso sí, porque volverá la alegría y será mucho mejor, más auténtica y vibrante de como fue. Rebobinar es también un placer en momentos duros, como sin duda serán placenteros éstos cuando se conviertan en recuerdos y con ellos construyamos una maravillosa casa que habitar en el futuro, pues así opera con frecuencia la literatura.
Ofrezco una lista de películas que estoy viendo estos días, o esta temporada:
- La caza del Octubre Rojo.
- Cortina rasgada.
- Un cadáver a los postres.
- Acción mutante.
- The Hunted (La cacería).
- Muerte en Venecia.
- Desayuno con diamantes.
- Beau Geste, la protagonizada por Gary Cooper.
- Asesinato por decreto.
- La vuelta al mundo en 80 días.
- Casablanca.
- Ciudadano Kane.
- El tercer hombre.
- Superman.
- Superman Returns.
Y es que he disfrutado mucho al volver a disfrutar del cine —en vídeo—, después de mucho tiempo en que apenas había visto películas. Me había dedicado más a mis libros, a los que escribo y a los que leo.
También he recuperado el placer de comprar películas. El placer de buscarlas, en casa y fuera de casa. El placer de verlas, de disfrutarlas, de saborearlas en la cabeza, reviviéndolas, haciéndolas parte de uno mismo, como si dijéramos parte de mi misma carne.
Pero una película, como un libro, puedes amarla, y a mí me sucede con frecuencia —con las películas y con los libros—, pero es verdad que donde más se disfrutan es en la cabeza, mientras se ven o se leen, pero yo diría que sobre todo después, incluso mucho después, que es lo que me ocurre a mí con La guerra de las galaxias, por ejemplo, al haberle dedicado tanto tiempo para escribir un libro. Los libros y las películas viven en nosotros, viven con nosotros.
En esta senda de cinefilia, digámoslo así, puedo hablar también de los libros de cine que tengo de Cabrera Infante, sobre todo de Cine o sardina, que leí en su día y que ahora estoy disfrutando mucho gracias a mi regreso al cine. Cabrera Infante estimula mucho tanto al escritor que hay en mí como al aficionado al cine, y a la literatura, por supuesto, que también hay en mí. Incluso ha vuelto a mí una idea que tengo latente desde hace bastante tiempo: hacer algo para el cine, un guión o incluso una película. Escribir sobre cine ya lo hice, en mi ensayo La guerra de las galaxias, el mito renovado.
Ahora quiero mencionar los libros que leo últimamente, por ejemplo los de Antonio Prieto, que fue inolvidable profesor para mí: Secretum, Isla Blanca, Una y todas las guerras, que guardan dentro de sí, intacta, la semilla de la vida y de la literatura, por si alguna vez hiciera falta plantarla y echarla a crecer, para salvación de los seres humanos y de los que aman la vida y la literatura. Sí, algún día, si hiciera falta.
En Prieto recuerdo mis años de carrera, de Facultad, de Filología Hispánica, que tan feliz me hicieron, libros y días, donde los libros enriquecían mis días, y los días potenciaban mis libros, hasta hoy.
También los libros de Andrés Trapiello, que estoy revisitando estos días, fundamentalmente sus diarios, Salón de pasos perdidos, o algunos de los primeros de Juan Manuel de Prada, sobre todo Las máscaras del héroe, que en su día, cuando lo leí, me pareció una obra maestra.
También, leo, paladeo, fragmentos de La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante. En realidad paladeo fragmentos de todos estos libros porque en buena parte he entrado en la edad de releer, y de releer libros y textos, fragmentos, elegidos por mí, buscando lo que más me gusta de ellos, lo que más me enseña, lo que más me estimula, finalmente lo que me hace más feliz. Pues la felicidad, si se mira bien, no es tan difícil de alcanzar, y en mi caso con mucha frecuencia, con unos pocos libros ya se me alcanza. Con muy pocos, quizá con uno, centinela de mi felicidad y de mi propia escritura: el que estoy escribiendo.
Me acuerdo que César González-Ruano afirmaba en alguna parte, ya en su última etapa, que él ya no estaba en edad de leer libros enteros. Yo sigo leyendo libros completos, y me encantan —aparte de que forman parte de mi trabajo—, pero debo confesar que disfruto mucho leyendo fragmentos de libros que me gustaron hace tiempo. Además, tengo la impresión de que con ellos aprendo mucho, quizá más de lo que aprendí leyéndolos por primera vez. Un aprendizaje distinto. En cualquier caso creo que es un aprendizaje que se añade al anterior, potenciándolo. Es como hacer un repaso a la lección, a la propia lección, la más hermosa y personal, viva y dinámica, con mucho aprovechamiento. Esa obra final que el lector elabora con el escritor, con el sabio, y que no es otro que el propio libro, el propio texto, dentro de sí, haciéndose él mismo sabio a medida que avanza, pues qué mejor compañía hay que un libro, un hermoso y ameno texto, discreto y humilde, generador de felicidad.
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