Para la multipremiada escritora portuguesa Lídia Jorge, «todo libro debe estar escrito con urgencia, como si uno no pudiera vivir sin él», porque aquellas historias «que no se pueden dejar de lado» son las únicas que a un escritor le merece la pena perseguir.
La autora de ‘El día de los prodigios’ o ‘El fugitivo que dibujaba pájaros’ ha hecho esa reflexión en una entrevista concedida a Efe en Cartagena, donde esta semana participa en la sección literaria del festival ‘La Mar de Músicas’, que este año tiene a Portugal como país invitado, lo que hará desfilar por sus calles a escritores, artistas y, sobre todo, músicos de ese país.
En su opinión, hace falta «ser auténtico» y transmitir «experiencias existenciales e intelectuales cercanas a una verdad» para atraer a los lectores a la novela, un género que considera «indispensable defender» porque es «hermano de los Derechos Humanos», aprobados en el siglo XIX y que siguen sin cumplirse, aunque «no tiremos la toalla», matizó.
Jorge (Boliqueime, 1946) ha vivido en primera persona la vulneración de esos derechos ya que pasó buena parte de su juventud en Angola y en Mozambique, durante el periodo colonial, donde trabajó como profesora y fue testigo de las guerras por la independencia.
Su padre y su abuelo se fueron a África cuando ella tenía cuatro años, y asegura que esas experiencias han marcado su vida y su literatura, que parte casi siempre de episodios históricos para mezclar lo real y lo mítico en una especie de «realismo mágico» a la portuguesa.
Para ella, literatura e historia forman parte de una misma moneda, ya que «la historia sin la ficción solo habla de la mitad de la humanidad» porque «no reporta el mundo interior, el corazón profundo de los hombres», una carencia que suple la ficción. Definió esa idea hace años con una frase que repite ahora: «La literatura lava con lágrimas ardientes los fríos ojos de la historia».
Ese mundo interior es el que se desgrana en su último libro, «Estuario», galardonado con el prestigioso Gran Premio de Literatura DST de Portugal, en el que la autora parte de una familia lisboeta afectada por la crisis para reflexionar sobre el compromiso ético, las ideas equívocas de la ayuda humanitaria y los desencuentros familiares.
Pero la historia, apunta, debe trascender las fronteras de lo más cercano: «A riesgo de caer en un cierto ridículo, diría que el gran tema de los portugueses sigue siendo una experiencia lusitana. Los escritores españoles tienen el discurso literario de hombres dispersos por todo el mundo, experiencias cervantinas, ontológicas y de confrontación».
Por suerte, ha afirmado, los nuevos nombres de la literatura portuguesa han logrado abrirse, hacerse «legibles para audiencias muy grandes», ampliando sus «espacios geográficos de acción» y ofreciendo una «mirada de interés para un público europeo y mucho más allá».
«Las audiencias extranjeras han dejado de decir que los portugueses no saben narrar», ha subrayado, pero ha advertido de que «en el mundo de las letras portuguesas, el problema no son los escritores, que pueden ofrecer obras importantes, libros singulares y honestos; el problemas es que los lectores son pocos y el panorama editorial es inquietante».
Y lo mismo sucede con el intercambio cultural entre uno y otro país en los que, «como buenos vecinos, nos juzgamos mutuamente, pero no nos interesamos los unos por los otros; es una pena».
En un mudo convulso, asegura, «la educación y la cultura pueden salvarnos del atolladero en el que nos encontramos», pero ambas «actúan lentamente» y lo que sucede en el mundo «es de tal gravedad» que para esa salvación hay que pensar también en la «comunicación».
Las «catástrofes» que afectan al planeta, ha considerado, «solo pueden detenerse con la divulgación de la verdad» porque hay un «sentimiento apocalíptico» generalizado que, por primera vez, no se centra en la «mitología milenaria del fin del mundo», sino en la perspectiva de que el mundo «continuará sin nosotros», la especie humana.
En ese contexto, la literatura trata de recuperar esa parte del ser humano que le permita prolongarse como especie: «Ojalá yo tuviera el tiempo y el talento para escribir sobre eso», ha concluido.
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