Foto de portada: Belén Campillo.
Hablar de Lidó Rico es hacerlo de un artesano con todas las letras, de un artista que huye de modas y tendencias, que toma riesgos, que se mantiene fiel a sí mismo. Tal vez por ello lleve más de 30 en activo. Sus cuadros y esculturas se han expuesto en las mejores galerías, y sus clientes van desde futbolistas famosos al mismísimo príncipe de Emiratos Árabes. Estamos ante una figura internacional de primer nivel que se despierta cada día a las cinco de la mañana para encerrarse en su estudio de Murcia a crear. Como decía al principio, un artesano de manual.
En Zenda hemos podido charlar con Lidó Rico sobre el proceso que le ha llevado a escribir esta obra.
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—Eres un artista multipremiado que ha expuesto en medio mundo. ¿Por qué este salto a la literatura? Hablamos de un libro de casi 500 páginas.
—El inmovilismo provocado por la pandemia me obligó a cambiar códigos creativos. El hecho de estar literalmente encerrado en mi habitación de infancia, que es donde me pilló el asunto, de no poder acudir al estudio, de tener a mi hermano ingresado en la UCI durante varias semanas sin saber qué iba a ser de él, y de estar lejos del abrazo que más necesitaba, provocó la necesidad de imponerme a ese tiempo suspendido que nos tocó vivir. Así comencé una especie de juego diario que consistía en llevar a palabras un ejercicio casi insano de introspección, donde me dediqué a barrer todas esas esquinas de mi infancia. Dichas reflexiones, que leía telefónicamente cada noche a mi pareja, terminaron por convertirse en algo que se me fue de las manos, generándome la imperiosa necesidad de seguir excavando a toda costa destapando esas aristas. Yo no soy escritor, pero cuando me resultó imposible acceder a la materia física para expulsar los demonios, mi cerebro, de manera automática, se agarró a las palabras como último salvavidas, y te puedo asegurar que así fue, porque gracias a ellas conseguí sacar la cabeza y mantenerme a flote.
—¿Cómo definirías El sueño de un Remo? Oscila entre la novela y la autobiografía, pero tiene un fuerte punto experimental.
—Su carga autobiográfica supone más del noventa por ciento del contenido. Te puedo asegurar que me resultaría muy difícil inventar o trasmitir algo sin haberlo experimentado. El hombre es frágil, un desconocido para sí mismo, un ente blando y caduco que ha perdido su conciencia de milagro, y esto le resta credibilidad. Vivimos en una sociedad que persevera en empequeñecernos y alejar al hombre del hombre, en soterrarlo hasta convertirlo en víctima de su propia imagen. Personalmente he huido de la frivolidad y las modas como quien huye del diablo, y aunque mantenerse en esa tesitura suponga pagar un alto precio, siempre me ha merecido la pena. Saber gestionar la soledad es complicado, pero gracias a desechar el sesgo de certezas o caminos impuestos he logrado sobrevivir en el mundo del arte, donde el experimento es una constante, quizá por esto mi cabeza mantiene unos patrones de conducta que le resultan imposibles de obviar. Te comento esto porque nunca pretendí hacer algo experimental. Lo que lees es lo que soy, y al igual que en mi producción artística, no hay impostura que valga. El libro es un espejo, y mirarse de cerca en ellos es algo que pocas veces gusta. El sueño de un Remo supone un viaje nada complaciente que está formulado por ese material que se queda en las uñas después de arañarte el alma.
—¿La familia nos define?
—Por supuesto. Pensemos en un río y qué ocurriría si en vez de nacer donde el destino le ha marcado lo hubiera hecho en otro lugar diferente: su curso cambiaría, haciendo que fluyera de otra manera. Pues esto mismo ocurre con el hombre. Y aunque la tormenta de la genética puede que tenga su importancia, ya que podría salvarlo de la sequía, no deja de ser un agua tan inesperada, misteriosa e impenetrable que no se puede tener en cuenta.
—Hay un punto de fantasía en la narración. Cuentas detalles del pasado de tu familia, o incluso tu propio nacimiento, como si lo recordaras con viveza. ¿Por qué has elegido este punto de vista?
—Nuestra fortaleza está sustentada sobre frágiles andamios de memoria, y quien reniegue de ella desertará de su esencia. Mi mente posee una autopista de varios carriles que me llevan a ese pasado a velocidad de crucero, sin necesidad de tomar atajos o tirar de una sobrada fantasía. Ese vínculo que tengo con la infancia es determinante y punto de partida en toda mi producción artística. El torbellino que se desató a partir de rescatar esos recuerdos latentes generó un vórtice que buscó de manera natural ese momento en el que mi madre me trajo al mundo.
—Tenemos que hablar de Yecla. ¿Tanto influye la ciudad donde nos criamos?
—Por supuesto. Retomemos la idea del río: la orografía de un pueblo (amistades, vecinos, habitantes, su historia…) se traduce como una idiosincrasia cuya singularidad es capar de vehicular esos meandros que determinarán nuestra forma de ser y en consecuencia de actuar. Yecla para mí ha sido y sigue siendo un enclave de refugio y referencia. Esta ciudad siempre olerá a “campico de la libertad”, un lugar que todavía existe y posee la milagrosa capacidad de estremecerme cada vez que lo veo.
—Has pasado de transmitir con imágenes a hacerlo con las palabras. ¿Qué es lo siguiente?
—La inquietud es el auténtico motor de mi existencia, nunca se sabe… Mi capacidad de aguante frente a la incertidumbre resulta insondable y siempre he pensado que la sorpresa es el oxígeno de la vida. Cualquier manifestación artística supone un vehículo de conocimiento. Tengo claro que si buscamos respuestas solo pueden encontrarse a través de la cultura. Gracias a ella se puede recuperar todo el respeto y la pasión que el hombre necesita.
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Autor: Lidó Rico. Título: El sueño de un Remo. Editorial: La Fea Burguesía. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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