Luce un vestido oscuro de manga larga abotonado hasta el cuello. Su cabello dorado, recogido en una media coleta, cae sobre los hombros como si cada hebra estuviese hecha de azúcar. Sentada ante la mesa, con el cuerpo en tensión y una sonrisa encajada en el rostro a la fuerza, Lisa Halliday tiene el aspecto de una chica de quince años a punto de acudir a una iglesia baptista un domingo por la mañana. La escritora, que ya advirtió que no hablaría de Philip Roth en esta entrevista, parece hecha de alambre. “Uhum, uhum, uhum, uhum”, dice con los labios cerrados, como si alguien estuviese leyéndole sus derechos en lugar de entrevistarla. No tiene problema con que la fotografíen. Eso sí: quiere ver las fotos al acabar la entrevista.
Lisa Halliday, autora fenómeno en Estados Unidos por su novela Asimetría (Alfaguara), visitó España hace unos días para presentar este libro. En sus páginas despliega los desequilibrios sobre los que se sostienen muchas relaciones sentimentales: edad, sexo, formación cultural, religión. Ganadora del Writing Award 2017, Asimetría ha acaparado especial atención de la crítica por un elemento que sobrepasa lo estrictamente literario. Un episodio del cual el propio The New Yorker se hizo eco: Halliday conoció a Philip Roth cuando trabajaba en la agencia literaria Wylie, de la que el escritor de Pastoral americana era entonces una de sus principales estrellas. La cercanía entre ambos dio lugar a un capítulo en la vida sentimental del autor y una primera novela en la que Halliday se juega la carta de lo autobiográfico. Lo hace de tapadillo. Con la manifiesta obviedad de quien convierte un episodio vital en pasto de ficción.
Roth aparece enmascarado en Ezra Blazer, un escritor al que la salud le flaquea y el Nobel de Literatura jamás parece llegarle. Un hombre que inicia una relación con Alice, una joven que trabaja en la agencia editorial que lo representa. Ese es el punto de partida de esta historia. Asimetría está escrita en dos partes. La primera se vuelca en la relación que entablan ambos. Él, un Pigmalión de ternura reseca, se revela como un hombre menguante —los achaques, los helados, las aspirinas— que ansía modelar en la juventud de su amante un episodio de luz en su manifiesta senectud, al mismo tiempo que un proyecto de mujer sensible. Ella, Alice, se muestra como una chica parca en palabras y veterana en las sábanas, alguien aguijonado por la mujer que será en el futuro y que padece las hipertrofias de lo que aún no está completamente formado. “Me ha clavado”, dijo Philip Roth sobre el retrato que hizo Halliday de él.
La segunda parte de la novela la protagoniza Amar Ala Jaafari, un joven economista iraquí que nació en un avión mientras sus padres viajaban desde Bagdad hacia Estados Unidos, el país donde creció y se formó. Atrapado en un aeropuerto durante la escala de un viaje a Estambul, Amar intenta explicar a las autoridades el porqué de su doble pasaporte y su itinerario. El 11 de septiembre ha ocurrido hace ya un lustro, la guerra de Irak da coletazos y George W. Bush ha sido sustituido en la Casa Blanca por Barack Obama. Amar debe llegar a Irak cuanto antes, y sin embargo su biografía lo retiene, lo convierte en un sospechoso. Quiere presentarse a un cargo público en California, quiere influir con su talento, pero también salvar a su hermano secuestrado por unos mercenarios. Es, pues, un personaje alegato, un guiño a la gran novela americana o lo que sea que esta categoría encierra, algo que Halliday admite en esta entrevista entre risas y reveses.
Escrita con un estilo directo y pulcro que se crece en los diálogos de una magnífica primera parte y pincha en la salmodia antibelicista de la segunda, Asimetría puede presumir también de epílogo, una entrevista de ficción a Ezra Blazer en la que Halliday retrata la estela del Philip Roth abocetado al comienzo en su trasunto de ficción. Se trata de una adenda enjundiosa que remata una novela correcta aunque desigual, pero ese, de momento, es otro tema. La verdadera asimetría de este libro emerge de la distancia entre la ficción y la empatía; la autobiografía y los procedimientos para convertirla en hecho literario. Lisa Halliday habla en esta entrevista de estos asuntos —algunos desatendidos en su propia ficción—, e intenta reivindicar —entre risas un tanto desacompasadas— que ésta no es una novela sobre Philip Roth. Es, pues, su primera novela. Una gran novela, dice ella.
—Un escritor de fama internacional y una joven inexperta. Él, ya bastante mayor, espera un Nobel que no llega; ella quiere escribir. Tener y no tener. ¿Es ese el deseo más profundo que jalona esta novela?
—Es una de las asimetrías, la que separa lo que tienes de lo que deseas. Alice quiere escribir, ser publicada y, al mismo tiempo, quiere vivir y experimentar otras cosas, saber de cultura, viajar, leer… Ezra tiene mucho de lo que a ella le falta y le queda por conseguir. Él no tiene el Premio Nobel, tampoco la salud ni la juventud que Alice sí posee. Él ha dejado mucha vida atrás. Por eso existe esa atracción mutua. Se juntan para compensar lo que no tienen. Ocurre en todas las relaciones, todas son asimétricas. Nos atrae la gente que es distinta.
—¿Y Amar Ala Jaafari, este hombre atrapado en un aeropuerto con un pasaporte iraquí y otro americano? ¿Qué desea? ¿Qué busca?
—Amar está atrapado en un aeropuerto. Quiere ser libre y tener una identidad nacional clara entre Irak y Estados Unidos. Quiere influir en el mundo y usar su inteligencia para conseguirlo. Desea convertirse en político.
—En la segunda parte carga usted las tintas contra la guerra de Irak. ¿Para aspirar a la gran novela americana hay que escribir de política?
—Desde 2010 no vivo en los estados Unidos. Mi marido es británico. Nos casamos en 2009 y me mudé a Londres al año siguiente. Justo después a él le hicieron una oferta en Feltrinelli, así que en 2011 nos mudamos a Milán, y desde entonces vivo ahí. Han pasado ocho años. Casi la mayor parte de la novela la escribí fuera de Norteamérica. Así que no estoy muy segura de que pudiésemos llamarla una novela americana. Yo soy americana, pero más de una cuarta parte de mi vida ha transcurrido fuera. No habría podido escribir esta novela sin la perspectiva que te da estar al otro lado del mar —ríe, un poco sin ton ni son, y lo hará muchas veces a lo largo de la entrevista—.
—Eso no la exime de tener una visión política sobre el país donde usted nació y creció.
—Claro que la hay. Paso mucho tiempo pensando en política. ¿Cómo no? Las noticias no paran de hablarnos de política. Por los políticos tenemos guerras. Ahora tengo una bebé de trece meses y pienso en qué mundo va a vivir. En realidad pienso mucho en la política —repite—. En la segunda parte del libro, Amar habla de un tiroteo en un concierto y lo hace citando una frase de Stendhal sobre la política. Ahora bien, que una persona te esté sermoneando o dando una clase en una novela no es entretenido, lo que procuro no es enunciar un problema político sino permitir que forme parte de las corrientes de fondo. Eso es lo que intenté hacer, no sé si lo habré conseguido. Es muy difícil escribir un libro que refleje el mundo sin tocar lo político, porque forma parte muy profunda de nuestra vida. Quise escribir un libro político que, al mismo tiempo, resultara luminoso por el lenguaje.
—Hay una mezcla de paternalismo y ocultamiento, incluso egoísmo, en el comportamiento de Ezra. Mary-Alice se deja tratar como una niña e incluso parece pasiva. ¿Cuál es la naturaleza de esta relación? ¿No es hasta cierto punto también política?
—Ezra es escritor y Alice quiere serlo. Ellos tienen esa sensibilidad, quieren saber qué se siente al ser alguien más y eso es lo que los escritores buscan, en su mayoría. Pero, aunque comparten esa naturaleza, Ezra y Alice son al mismo tiempo tan distintos… Tienen mucho que aprender el uno del otro
—Es una relación vertical, ¿no le parece?
—Las personas tienen percepciones diferentes al respecto. En la primera parte de la novela leemos acciones que cuenta un narrador, pero no sabemos exactamente qué piensa ni qué siente Alice, sólo la vemos hacer cosas. Es como mirar una película. Tienes descripciones de lo que ella ve. Imágenes de lo que ocurre. Los libros que lee. Los diálogos entre ambos. Quería que el lector se hiciera su propia idea. Yo lo veo de una forma distinta, otras personas también. Es interesante que eso ocurra. Creo que Alice tiene poder: es joven, es saludable, tiene toda una vida por delante. Ezra no tiene nada de eso. Está al final de su vida.
—Pero él es quien dispone: él es quien llama, quien decide cuándo se ven y de qué forma.
—Alice lo ha elegido así. La hace feliz que él tome las decisiones y tener esta aventura. Claro, hasta que ella se cuestiona a sí misma sobre si eso es lo que realmente desea. Porque, en el fondo y a medida que avanza la historia, podremos ver que la decisión sobre si aquello continuará o no depende de Alice. Al comienzo, todo el poder parece recaer en él, pero la decisión final de quedarse la tendrá ella. Ezra le pide que se quede con él. Pero tenemos intuiciones para saber que quizá no sea precisamente eso lo que ella desea hacer.
—Hay ideas que se repiten: la debilidad física y emocional; la enfermedad; la desmemoria. Hay una sensación crepuscular y de insatisfacción. ¿Todos en esta novela han perdido algo?
—A la vida la determina la sensación de que nos falta algo. En ocasiones, cuando he conseguido una cosa, inmediatamente comienzo a desear la siguiente . A Alice le ocurre algo parecido. Tiene una tendencia a frustrarse. No creo que eso sea algo particular, a todos nos ocurre algo.
—Hay una sensación perpetua de vacío, entonces.
—Yo no lo veo así. Alice está esperando su momento en la vida. Incluso en un punto de la novela ella dice que todo cuanto ocurre junto a Ezra es más vívido.
—La novela combina dos perspectivas antagónicas, binarias. ¿Por qué? ¿Es lo que quiso narrar o lo que pudo narrar?
—Quise generar un contraste. Pasamos de no tener acceso a los sentimientos o motivaciones de Alice en el transcurso de su relación con Ezra. Sólo vemos lo que ocurre. En la segunda parte del libro hay una explosión. Vemos lo que piensa Amar, sus ideas políticas, sus emociones e impresiones. Él describe de una manera que resulta mucho más natural para mí y en la que Alice consigue narrarse a sí misma. Es natural sentirse más cómodo cuando nos protege una máscara. Al momento de narrar su romance con un hombre iraquí-estadounidense ella puede volcar su conciencia en su voz y expresar todo lo que no contó en la primera parte del libro. Alguien como Alice, que ha pasado por la relación con Ezra, quiere expresar la guerra de su propia generación, en lugar de escribir sobre el Holocausto.
—La entrevista que añade al final, la de Ezra, da algunos problemas. ¿Por qué la eligió?
—Esa entrevista la extraje de un programa muy popular que se emite en Inglaterra, y decidí meterla porque le da al lector otra perspectiva. La entrevista me permitía comentar el resto del libro desde la perspectiva de Ezra. Me permitía apuntar la tensión entre autobiografía y ficción. Lo que realmente hace que una historia avance es permitir que los personajes avancen y coexistan, y eso es lo que hacen Alice y Amar, coexisten. La entrevista está basada en un programa real, pero la he inventado. Quería añadir esta parte para divertirme. Me gusta la música y quise introducir toda aquella música que a Ezra le gusta, además de mostrar algo más de su persona pública, que es muy distinta de lo que vemos en la primera parte. Algunas personas encuentran encantadora esa entrevista, a otras les parece rebatible o discutible. Es interesante ver las distintas opiniones que surgen con este recurso. Creo que es interesante que los libros puedan provocar estas distintas reacciones.
—Permítame que insista en las desigualdades manifiestas entre Ezra y Alice. Él, como buen Pigmalión, encarna algo tutelar.
—Creo que mucha gente tiene esa idea de que él se impone, a la manera de un maestro. Pero también creo que Alice tiene muchas cosas que enseñar a Ezra, de maneras muy distintas. Creo que al final tienes la sensación de que él quiere que se quede y es una decisión difícil para ella no hacerlo. Me gustaría decir una cosa: el movimiento Me Too ocurrió mucho antes de que escribiera el libro, así que no estaba en mi ánimo…
—No le he preguntado por el Me Too. Introduce ruido, y más en el caso de Philip Roth como trasunto de esta historia.
—Entiendo que no lo pregunta por eso, pero sí quiero decir que intenté hacer esta historia lo mejor que podía. Y la razón por la que traigo a colación el Me Too, que es algo de lo que yo tampoco quiero hablar particularmente demasiado —vuelve a reír, desacompasadamente—, es porque la gente me lo pregunta. Sólo quiero aclarar que ni tenía en la cabeza eso. Ni al presidente Trump y sus palabras sobre los musulmanes, que tienen que ver más que todo con la segunda parte del libro. Es interesante ver cómo los libros cambian a lo largo del tiempo, dependiendo de la lente a través de la cual los miremos.
—Son temas universales, y usted lo sabe: el amor entre personas de distinta edad. Hay implícita una soledad en esa brecha.
—Eso ocurre incluso sin la diferencia de edad. Siempre nos sentimos solos. Es difícil poder estar con alguien que aún, a pesar de la edad, respeta tu inteligencia y tus ideas.
—Usted ha jugado la carta de la autobiografía. Debuta con una novela que retrata a Philip Roth. Era una decisión arriesgada
—¿Arriesgada por qué? —dice, visiblemente incómoda.
—Es complicado sorprender cuando se comienza con una primera novela con semejante reclamo.
—¡Lo sé, lo sé! —Halliday ahora ríe, como si el viento le diera en la cara—. Pero… ¡es que me encantan los retos! Los amo. La segunda novela será complicada, pero tenía que hacer este libro, y hacerlo muy muy bien. Tenía que hacerlo, de todas formas, para ser tomada en serio. Y mucha gente no me tomará en serio, porque tiene sus prejuicios —vuelve a detenerse en seco—. Pero eso está bien —that’s OK, dice—. Yo sé quién soy —vuelve a estallar la risa—. Sé quién soy.
—La noto a la defensiva. Entienda: yo no quiero un titular sobre Philip Roth. Quiero saber quién es usted. Algunos hablan de usted como una Rachel Cusk.
—Nunca he leído a Rachel Cusk —dice sin dejar que la frase llegue a su fin—, así que es una coincidencia —vuelve a reír—.
—Insisto en que no la estoy juzgando…
—Lo sé, por supuesto que lo sé.
—Sólo quiero saber quién es usted.
—Lo sé, lo sé. Yo estoy intentando responder sus preguntas.
—¿Cuáles son los temas importantes para usted en literatura?
—Puedes escribir sobre cualquier tema, incluso los manifiestamente aburridos, pero si los escribes bien harás algo interesante y trascendente. Todo depende de las palabras que elijas. Es verdad que a veces muchos periodistas han desperdiciado espacio hablando de un detalle de mi vida que, en realidad, no tiene tanto que ver con este libro, en lugar de hablar del libro en sí mismo. Yo no me estoy defendiendo, estoy enfocada en lo que escribo, tengo una bebé de trece meses y tengo que enfocarme en ella.
—¿Es usted consciente de que el libro lleva la vitola de Roth? Ezra podría ser cualquier escritor, pero usted trabajaba en su agencia literaria. ¡Roth la recomendó!
—Sí, lo dijo públicamente… Philip Roth era una persona importante para mí. Era un amigo muy cercano. Adoraba a mi hija. Hablábamos e intercambiábamos correos —Halliday vuelve a reír—. Era una magnífica persona. Teníamos muchos amigos en común, conocíamos a muchas personas en Nueva York. La gente en The New York Times sabía que éramos amigos, nunca fue un secreto. Era inevitable que hablaran del libro de esa manera.
—¿Y entonces?
—Nunca quise escribir un libro así para venderlo de esta manera. Quería escribir una gran novela y que la gente la apreciara. Me sorprende que la gente hable tanto de este asunto de Philip Roth. Es complicado, porque siempre me preocupé mucho por él, y lo extraño. Yo no quería hablar de Philip Roth, sólo quería escribir un buen libro. Que a la gente no le guste cómo lo reflejo es atractivo, por eso estamos teniendo una conversación interesante. Por eso quiero entender qué piensan aquellos que, como a ti, no les gusta el libro.
—Yo no he dicho eso. Contésteme, mejor, ¿de dónde proviene usted, literariamente? ¿Qué lee? ¿Qué le interesa?
—Leo mucha no ficción. De hecho, leo The New Yorker todo el rato —ríe, de nuevo, con esa carcajada aguda y púber—. En la segunda parte del libro quise sonar como un periodista: una historia de esas personales que puedes leer en The New Yorker. He leído muchos escritores viejos. Bueno, viejos no, escritores que me antecedieron: John Updike, a quien tuve muy en cuenta en la primer parte del libro. También he leído a Zadie Smith, que me parece brillante. También me gustan escritores españoles, pero nadie me ha preguntado sobre eso —vuelve el espasmo de risa—: Vargas Llosa, con su libro La orgía perpetua, que está mencionado en la novela. Fue tan útil para mí… Además, el año en que lo leí ganó él —ríe, otra vez—, aunque eso es como un chiste personal. ¿Sabes? Ese libro en el que habla de Flaubert y Madame Bovary —añade, a la manera de un pie de página, por si acaso—.
—La insatisfacción le puede, ¿no?
—Sí, fue muy útil para mí en la primera parte. Incluso hay una carta en la que Flaubert dice que la tarea de un escritor al escribir sobre la humanidad no es juzgarla, sino entenderla. Muchos escritores quieren cambiar el mundo con sus libros, en lugar de sólo entender cómo es y reflejarlo de la mejor forma posible. Que los demás decidan. Eso es lo que yo he querido hacer —risas, de nuevo—.
—¿Qué otro escritor español ha leído?
—Bartleby y Compañía, de Vila-Matas, a quien amé. Antonio Tabucchi me lo recomendó hace años. Pero, ¿sabes? Nadie me ha preguntado sobre esto —Halliday no para de encadenar una risa y la siguiente— y agradezco la oportunidad de hablar de esto. También me gusta Borges. Roberto Bolaño… pues me frustra.
—¿Y las autoras europeas? Las italianas, por ejemplo. No sé si tenga que ver con su vida en Milán, pero la primera parte de su libro tiene algo de la belleza ruda de ella.
—Es curioso… Mi agente me dijo que la novela le recordaba a un poema de Ginzburg.
—¿Lo recuerda?
—Ahora no, pero no me lo habían dicho en entrevistas de prensa.
En el bar de un hotel de la Gran Vía, la conversación se apaga. La última risa de Lisa Halliday estalla como un Alka-Seltzer al final de un vaso de agua. La autora se levanta y sigue las indicaciones de la fotógrafa. Luce como su perfil biográfico, una mujer lista de Massachusetts que estudió en Harvard. Una piraña en la pecera de Wylie, el tiburón. De lo contrario, no estaría aquí. Vestida con ese sayo oscuro estampado con flores que la cubre hasta el cuello, Lisa Halliday posa ante la cámara. Mira a un lado y al otro, al mismo tiempo que ríe y esparce risas perpetuas, casi catárticas: esa alegría de aquellos que cazan un oso y visten su piel tibia mientras observan, incrédulos, el cañón humeante de su escopeta. Ella, después de todo, sólo quería escribir una gran novela.
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