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Literatura y revolución como sinónimos

Literatura y revolución como sinónimos

Año de 1898. Año del desastre. Desde España, la prensa arremete contra la situación y sus responsables. Varias generaciones se arremolinan en torno al hecho para glosar las virtudes y los defectos de una nación que se marchita. España ha perdido Cuba, la gran perla, el último bastión en el Caribe, su isla más grande, preciada desde que Colón se arrodillara el mítico octubre de 1492 pronunciado aquellas palabras: «Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás». Ahora se ha perdido, y la nostalgia es profunda. Tres años antes, en mayo de 1895, un tipo de ascendencia precisamente española, de rostro enjuto y mirada torva, entrecejo de Frascuelo, frente clareada y figura débil por la sarcoidosis, lleva luchando en pos de la independencia cubana durante décadas. Varias deportaciones, guerrillas y encarcelamientos dan fe del asunto. Ese día de mayo, un convoy de fuerzas cubanas se extravía, cabalgando en él esa figura débil de frente clareada que, sin saberlo, se dirige hacia un grupo de españoles escondidos en la maleza. Tres tiros hispánicos se alojan en su pecho. Ha muerto José Martí, el fundador de la patria cubana, y uno de los próceres del modernismo literario.

"La sangre y la esperanza, la represión y el heroísmo. Todo está en los versos, todo está en las calles"

Y es que la literatura cubana ha tomado siempre la mano mística de la revolución. Ya el propio Martí, que fundó precisamente el partido revolucionario, expone en su ensayo Nuestra América esa relación entre la palabra y la esencia de la isla: «El cambio social determina el uso de un lenguaje referencial, pero su tejido verbal está tan empapado de lenguaje expresivo, tan potenciado connotativamente por la carga poética…». Cuba es poesía y es revolución. Alejo Carpentier, otro insigne novelista cubano, también barroco y elegante como Martí, deja claro en una entrevista con Soler Serrano allá por los años setenta del siglo XX que no se puede separar la política cubana de la obra moderna que produce la isla. La sangre y la esperanza, la represión y el heroísmo. Todo está en los versos, todo está en las calles.

"Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, es ninguneada por su carácter apolítico: o te posicionas a favor o en contra, o no existes"

En su libro La expresión americana, el gran Lezama Lima explora la identidad americana a través de los versos que ha producido. Nicolás Guillén, conocido como el poeta nacional cubano, escribe canciones al Che mientras triunfa la revolución de Castro. Precisamente con la llegada de Fidel se produce el estallido cultural: los grandes nombres de la literatura hispanoamericana se acercan a la isla: García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Asturias… Todos reconocen que el triunfo de la revolución cubana cambia su modo de pensar y, por ende, su modo de escribir. «Fue en La Habana donde encontré al verdadero Julio», llegó a decir Cortázar. Pero la cara oscura de la revolución también es alumbrada por la literatura: el exilio de Cabrera Infante y, sobre todo, la detención del poeta Heberto Padilla, movilizan a gran parte de la intelectualidad contra lo que empieza a parecerse más a un régimen tiránico que al proyecto libertario y surrealista que imaginaban. Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, es ninguneada por su carácter apolítico: o te posicionas a favor o en contra, o no existes. El último eslabón de esta cadena se engarza estos días. Estallan las protestas en el país, y se utiliza como reivindicación un verso de una canción censurada por el gobierno: «Patria y vida». Cuba, el territorio más poético del planeta. Allí donde la literatura y la política marchan de la mano.

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