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Litoral de colores

Litoral es una de las revistas más emblemáticas de la poesía española contemporánea, y quizá por ello siempre ha sido un modelo, hasta nuestros días, para las sucesivas generaciones de poetas. La revista Litoral conmemorará, dentro de tres años, su centenario, acreditándose, a través de sus sucesivas etapas, como la cabecera más longeva de nuestra tradición literaria. Su primera etapa fue fulgurante, como instrumento aglutinador y divulgador de los poetas de la generación del 27, pero también por sus intereses creativos, orientados exclusivamente a la poesía, sin dejar sitio a la crítica y, mucho menos, a los cotilleos literarios. En sus páginas se proyectaba una deliberada preocupación estética por integrar las ilustraciones con una modélica pureza tipográfica.

Manuel Altolaguirre, en carta de mediados de 1925, traslada a Gerardo Diego la intención del grupo malagueño —integrado, además de por él mismo, por José María Hinojosa, Emilio Prados y Rafael Alberti— de editar una revista poética dedicada al mar. Para ello, los dos principales factótums del proyecto crearon, sin apenas experiencia, la legendaria Imprenta Sur, gracias al capital inicial del padre de Emilio Prados.

El planteamiento generacional del grupo malagueño era sumamente ambicioso y sirvió, reitero, de modelo a ulteriores grupos poéticos. Además de la revista, su programa se complementaba con la publicación de los suplementos, de una colección de poesía que dejaría honda huella en nuestra historia literaria. En los suplementos se publicaron, entre otros, los siguientes poemarios: Canciones, de Federico García Lorca, La amante, de Rafael Alberti, Caracteres, de José Bergamín, Perfil del aire, de Luis Cernuda. Ámbito, de Vicente Aleixandre, Vuelta, de Emilio Prados y Ejemplo, de Manuel Altolaguirre.

"Litoral surgió con la idea de mantener una periodicidad mensual, que apenas pudo cumplir en su primera andadura"

El proyecto estaba orientado a divulgar la obra del grupo de poetas que se había ido configurando en los últimos años, tras los posos ultraístas, por lo que el sistema seguido para financiar su ambiciosa propuesta generacional se basaba en la solidaridad entre los autores. Los que podían pagaban la edición de sus libros, y el dinero que se recuperaba a través de la venta de ejemplares se destinaba para editar los poemarios de aquellos que no podían financiarse, dinámica colectiva que queda explícitamente reflejada en una carta —primavera de 1927— de Emilio Prados a Federico García Lorca: «Bergamín nos pagó la edición y nos la regaló para ayudar a las otras. Aleixandre, con Ámbito, que saldrá pronto, también y José María [Hinojosa] también. Cernuda nos dejó su libro y aún no hemos pensado qué haremos, pues él no nos habla de ello en absoluto».

Litoral surgió con la idea de mantener una periodicidad mensual, que apenas pudo cumplir en su primera andadura, culminada en octubre de 1927 con el triple número 5-7, en donde el colectivo integrado en la revista pretendía sumarse a la conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora. Número especial del homenaje poético que, tras un acuerdo con Gerardo Diego, se había encargado de recopilar Rafael Alberti con la intención de presentarlo en mayo, con dibujos de Moreno Villa, pero que debido a su complejidad textual y a las dificultades económicas para financiarlo no salió hasta octubre, muy alejado de la fecha central de la efeméride del poeta de Polifemo y Galatea. Este retraso hizo que el número, mal gestionado y distribuido (la mayoría de los ejemplares quedaron en la imprenta), quebrara la vulnerable empresa y un buen porcentaje de sus ingenuos sueños colectivos.

"En sus dos primeras etapas Litoral cumplió un papel determinante en la poesía española"

La segunda época de Litoral se acomete tras la reflotación económica que hace el adinerado poeta José María Hinojosa, que pasaría a codirigir la revista con Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, pero esta nueva aventura duraría igualmente poco por la nueva deriva que tomaba la poesía española y por la pérdida de apoyos creativos de la revista, desplazados hacia la Revista de Occidente. Pedro Salinas, que siempre estuvo alejado del grupo malagueño de Litoral, propuso a los promotores de la Revista de Occidente que promocionasen una colección de poesía —Los poetas— que suplantase a los suplementos de LitoralEn esta nueva colección dirigida por Salinas publicó Cántico Jorge Guillén, Cal y canto Rafael Alberti y su Romancero gitano Federico García Lorca. Y aunque esta colección también tuvo una efímera existencia, la siempre anárquica y voluntarista Litoral apenas pudo competir contra su profesionalizada organización y logística editorial, caracterizada por la buena distribución de sus libros y la rentable gestión económica para los autores.

En sus dos primeras etapas Litoral cumplió un papel determinante en la poesía española. En sus páginas no solo se adelantaron poemas de libros tan significativos como el Romancero gitano, de Lorca, La amante, de Alberti o Cántico, de Jorge Guillén, salpimentadas con ilustraciones, entre otras, de Picasso o Juan Gris, sino que en torno a ellas se estableció toda una dinámica generacional. Entre las propuestas más relevantes del grupo de poetas de Litoral se encontraba la realización de una antología generacional —Antología de la Nueva Poesía Española— que los dos compiladores y antólogos designados, Emilio Prados y Luis Cernuda, no pudieron culminar, aunque el proyecto no cayó en saco roto, llevándolo a efecto, años después, Gerardo Diego en sus antologías programáticas: Poesía española 1915-1931 y Poesía española: Antología (Contemporáneos), editadas respectivamente en 1932 y 1934; pero esa es otra historia que sigue la misma historia.

Litoral vuelve a resurgir en otro litoral en el año 1944, emprendiendo un tercer periodo con otros tres números en el exilio mexicano, donde se reunió el activo núcleo malagueño de Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Moreno Villa, Juan Rejano y Francisco Giner de los Ríos. Quizá lo más reseñable de esta etapa crepuscular de la revista sea la colaboración de Juan Ramón Jiménez en el primer y último número, curado ya de los viejos repulgos y recelos que le habían suscitado los jóvenes promotores de la primera etapa de Litoral, al considerarlos serios competidores de sus revistas literarias.

"La actual revista Litoral, de periodicidad semestral, se caracteriza por su sincretismo y heterogeneidad temática"

Litoral —quién se lo iba a decir a Emilio Prados y Manuel Altolaguirre—, como un mar creativo en permanente movimiento, no ha dejado de insistir en sus resurrecciones, incluso a través de sus contrarios. Y en 1968 vuelve a reaparecer en Málaga, bajo la dirección del controvertido y reconvertido José María Amado, que había incautado en 1937 la Imprenta Sur, y, tras el cambio de nombre de la legendaria rotativa, había dirigido la revista «de la revolución nacional-sindicalista española»: Dardo. Todo un alambicado proceso en el que conviene señalar la fecha de 1975, cuando José María Amado comienza a delegar algunas responsabilidades directivas de Litoral en quien será su yerno, Lorenzo Saval, sobrino nieto de Emilio Prados, predestinado desde entonces a pilotar la nave de Litoral hasta nuestros días.

La actual revista Litoral, de periodicidad semestral, se caracteriza por su sincretismo y heterogeneidad temática: en sus números podemos encontrar el abordaje de ciertos temas de carácter general —como los dedicados, entre otros, al Deporte, arte y literatura, nº 237; a Los poetas del cine nº 216 y a La poesía del cine, nº 235; o bajo una propuesta todavía más miscelánea como Los ojos dibujados: El autorretrato en la poesía española y el arte contemporánea, nº 234—, junto a otros de carácter más específico, aunque igualmente heterogéneos —como los dedicados a La poesía norteamericana contemporánea, nº 193-194; y a la poesía chilena: Chile, o poesía contemporánea, con una mirada al arte actual, nº 223-224—. En esta variedad temática sobresalen algunos de carácter monográfico como los dedicados a Ángel González —Tiempo inseguro, nº 233— y José Manuel Caballero Bonald —Navegante solitario, nº 242—, de referencia obligada para cualquier estudioso o lector que se adentre en la obra de estos poetas.

"El último número de Litoral está dedicado a los colores, y forma parte del planteamiento genérico y un tanto misceláneo con el que la revista encauza buena parte de sus números"

Litoral se caracteriza por sus ilustraciones, por su exuberante maquetación, por su cuidadoso e innovador diseño, así como por su selecta tipografía. Sus números son un objeto artístico en sí mismo, que siempre suelen hacer las delicias de los bibliófilos y de los coleccionistas, hasta el extremo de que muchas veces, debido a la profusión de mensajes que se entrecruzan en sus páginas, el texto corra el peligro de ocupar un lugar subordinado e, incluso, de pasar desapercibido ante la saturación sensual que prodigan sus páginas.

El último número de Litoral está dedicado a los colores, y forma parte del planteamiento genérico y un tanto misceláneo con el que la revista encauza buena parte de sus números. Pero entre sus páginas pueden encontrarse no solo textos y poemas de autores consagrados, como José Bergamín, Caballero Bonald, Rafael Alberti, Eugenio Montale, Max Aub, etc., sino igualmente numerosas ilustraciones de Francis Bacon, Miquel Barceló, Paul Cézanne, Salvador Dalí, Paul Gauguin, Juan Gris, René Magritte y, por no continuar con la extensísima nómina de grandes creadores que atesora este número, Pablo Picasso.

" Son muchos los centros de interés de este extraordinario número de Litoral, y muchas las pequeñas joyas literarias que el lector puede entresacar de la miscelánea de sus textos"

Por ello, el lector corre el riesgo de quedarse hipnotizado frente a la paleta de colores que tiene en sus manos, y de que no recale, ante el reclamo permanente de los rojos, azules y verdes, en los interesantes artículos que jalonan sus páginas, como el del físico y poeta David Jou, para quien «el color, en efecto, más que una propiedad exclusivamente física, es una característica psicobiofísica relacionada con la luz, con los pigmentos fotosensibles que captan los colores y con el procesamiento neuronal y psicológico de estos». Otro enfoque interesante es el que propone en su recorrido historiográfico el editor y ensayista Miguel Gómez, quien parte de la premisa de que es cierto que «vemos colores en todas las cosas, pero lo que vemos no es el color de las cosas». Desde otra perspectiva, Chema Conesa indaga sobre el universo del color en la fotografía y las consecuencias que han traído la conectividad y la globalización, «dinamitando el espectro de lo particular», por lo que tal vez, como señala Eugenio Recuenco, «el color es una emoción que envuelve el mensaje». También se aborda en este número la sinestesia en el color, no solo en la poesía y la pintura —«¿Por qué los colores, uno al lado de otro, producen música? ¿Puede alguien explicar esto?» (Pablo Picasso)—, sino, sobre todo, en la música; de ello se encarga Sergio Pagán en un sugerente artículo en el que profundiza sobre los estrechos vínculos entre sonidos y colores a través del compositor Olivier Messiaen. Son muchos los centros de interés de este extraordinario número de Litoral, y muchas las pequeñas joyas literarias que el lector puede entresacar de la miscelánea de sus textos, como el poema cuento de Ángel Guache sobre el color blanco: «En el colegio, los demás niños se reían de mí debido a mi exceso de blancura. Era el blanco de todas las burlas. Y de mayor sigo siendo el blanco perfecto».

Larga vida a Litoral. Que su mar siga trayéndonos sus marejadas encontradas de colores poéticos. Y que los excesos de la edición del próximo centenario que se avecina no la vuelvan a poner en riesgo, sumergiéndola de nuevo en uno de sus acrisolados eclipses.

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