Se titula La entrometida, pero no es verdad; más bien al revés: es la historia de una intromisión en la vida de alguien contratado para entrometerse. Es decir, ironía pura. De principio a fin.
Muriel Spark escribió La entrometida en 1981 para describir una época que conoció bien, la de los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El libro ha sido publicado en español por Blackie Books esta primavera, en plena pandemia. Ha hecho bien la editorial en traernos ahora esta joya, porque, en palabras de su protagonista, es mucho más fácil “manejar los personajes de una novela que los de la vida real”. Y quien dice personajes dice también situaciones. Falta nos hace aprender a usar imaginación e ironía cuando aún vivimos cercados por el monstruo.
Spark recuerda unas veces a Iris Murdoch, impredecible y oscura. Otras, a Barbara Pym, punzante e incisiva. Tres autoras británicas coetáneas, tres plumas agudas, parecidas y distintas. La de Muriel Spark además, al menos en La entrometida, es una pluma decidida a afilarse para denunciar que ella, al igual que Murdoch y Pym, fue mujer en un mundo literario de hombres.
El argumento de esta novela puede que sea lo de menos. Fleur Talbot, contratada por una misteriosa y excéntrica Asociación Autobiográfica, recibe el encargo de reescribir los libros de memorias de un puñado de ricos, algunos sin más mérito ni valor literario que su dinero, y otros con demasiados méritos, tantos como para desear mentir en su presunta autobiografía; en suma, una asociación “en la que todos escriben la historia de su vida y la hacen guardar durante setenta años para que no se ofenda ninguna persona que esté viva”. Le sugieren que escriba acerca de “disparates, casi todos en torno a la idea de que las autobiografías debían comenzar con las verdades definitivas del Más Allá”.
Pero a Fleur en realidad no le interesan las vidas ajenas, por mucho que un empleo la obligue a entrometerse en ellas, sino el Más Acá. Y su inmediatez consiste en escribir su propia novela, titulada Warrender Chase, que le exige “mucha concentración poética”, pero que al mismo tiempo se convierte en objeto de deseo, admiración, envidia, plagio y celos de algunos de los personajes que la acompañan en la aventura.
Entre “la arcilla” con la que ha hecho sus “ladrillos”, está el ama de llaves, Beryl Tims, quien, “por haber sido ignorada como mujer, estaba empeñada en actuar como un hombre”. También su amante, Leslie, que Fleur comparte con un poeta joven, un “amor que no osa mencionar su nombre”. Y con la mujer de este, Dottie, amiga de la protagonista, aunque horrorizada porque, al inquirir a Fleur sobre la relación con su marido, esta admite que solo lo quiere “a veces”, cuando no le “impide escribir poesía y lo demás”. Algo que demuestra que la cabeza manda sobre su corazón. El infierno para una “moralista”, aunque sea una esposa traicionada.
Y la deliciosa anciana lady Edwina, un personaje lleno de vida que escribe su historia a medida, sin autobiografías: “Quieren hacerme callar, pero no van a conseguirlo”. Lady Edwina solo padece un dolor: ser la madre del inenarrable sir Quentin, que contrata y también zancadillea a Fleur durante toda la novela. Ambas lo saben, aunque no lo digan a menudo: “En general, la anciana soportaba muy bien el hecho de haber parido un canalla. No habría sido justo de mi parte recalcarlo”, ironiza la protagonista.
Con todos estos ingredientes, y alguno extra no menos sabroso, Spark cocina un argumento que quienes la conocieron tildaron de (curiosamente) autobiográfico: una escritora joven, obligada a realizar un trabajo de negra que detesta, pero volcada en cuerpo y alma en su primer manuscrito, que las oscuras fuerzas de la empresa para la que trabaja se empeñan en robar y tergiversar una y otra vez.
Fleur Talbot lucha contra todos los elementos del año 1949, en el que transcurre la novela: una sociedad discriminadora y claustrofóbica que desprecia a los seres libres y que, por encima de todas las cosas, ignora a las mujeres libres. Con ello se topó el mismísimo primer día de trabajo, cuando sir Quentin le advirtió: “Espero que no sea usted discutidora… La mujer discutidora es como un techo con goteras…”. Y siguió comprobándolo a lo largo de su accidentada actividad laboral. “¿Tiene perspectivas matrimoniales?”, le pregunta su jefe. “Sentí que perdía los estribos”, confiesa Fleur. Encontró la respuesta correcta: “He escrito una novela que será un éxito. Me la publicarán en junio”. Sin más comentarios.
En esa sociedad (que cree que “Satanás es mujer”, en palabras de un clérigo), Fleur Talbot / Muriel Spark escribió su historia siguiendo los consejos de su “amado Benvenuto Cellini”, que decía que todos los hombres “deberían escribir la historia de su vida de su puño y letra”. Talbot / Spark lo hizo. Pero más tarde. Entonces, cuando solo era una entrometida en las existencias de los demás, pensó: “Un día escribiré la historia de mi vida, pero primero tengo que vivir”. Lo hizo. Escribiendo. Ironizando. Riendo. Escribiendo “con esmero”: “Espero siempre que quienes lean mis novelas sean lectores de buena calidad. No me gusta pensar que una persona vulgar lea mis libros”.
Muriel Spark no es vulgar. El sexismo, la homofobia, el clasismo… eso es pura vulgaridad. Pero ella no. Ella es extraordinaria. Talbot / Spark se sintió extraordinaria una noche, de regreso a casa mientras ideaba el final de su novela “como si contemplase un drama que era incapaz de detener”, y llegó a una de las grandes conclusiones de su vida: “Ahí en el taxi volví a pensar en lo maravilloso que era ser mujer y artista en el siglo XX”. Y esa toma de conciencia en 1949 y en 2020 (cámbiese el siglo y el milenio) puede ser cualquier cosa (inocente, valiente, arrogante, osada, pueril, falsa, idealista, engreída, ingenua, crédula, optimista, cándida, irónica, sobre todo irónica)… cualquier cosa menos, desde luego, vulgar.
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Autora: Muriel Spark. Título: La entrometida. Editorial: Blackie Books. Venta: Todostuslibros y Amazon
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