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Lo primero es lo primero, de W.H. Auden

Lo primero es lo primero, de W.H. Auden

A partir de la herencia inalienable del romanticismo inglés -en particular de Wordsworth-, Auden creció como poeta investigando las posibilidades irónicas del lirismo, sin abandonar nunca la ventana abierta a la emoción. Hoy reproduzco Lo primero es lo primero, de W.H. Auden.

Lo primero es lo primero, de W.H. Auden

Desvelado, yací en los brazos de mi propio calor y escuché
una tormenta que paladeaba su condición de tormenta en la oscuridad invernal
hasta que mi oído, como ocurre cuando estoy medio dormido o medio sobrio,
se afanó en desentrañar ese alboroto exclamativo,
trocando sus etéreas vocales y acuosas consonantes
en un discurso de amor indicativo de un Nombre Propio.

Difícilmente la lengua que hubiera escogido yo, y sin embargo, en la medida
en que lo permitían la estridencia y la torpeza, te elogiaba,
reconociéndote como una criatura divina de la Luna y el Viento del Oeste
con poder para domar monstruos reales e imaginarios,
comparando tu aplomo vital con un condado montañés,
verde a posta por aquí, por allá puro azul por si trajera suerte.

A pesar de lo estruendoso que era, a solas como sin duda me encontró,
reconstruyó un día de silencio peculiar
en que un estornudo podría haberse oído a una milla, y me permitió caminar
sobre un promontorio de lava a tu lado, la ocasión tan eterna
como la mirada de cualquier rosa, tu presencia exactamente
tan singular, tan valiosa, tan allí, tan ahora.

Todo ello, además, a una hora en la que más a menudo de lo que quisiera
un diablo sonriente me molesta en hermoso inglés,
prediciendo un mundo en el que todo lugar sagrado
es un yacimiento cubierto de arena al que acuden todos los tejanos cultos,
desinformados y desplumados por sus guías,
y todos los corazones mansos se han extinguido cual Obispos Hegelianos.

Agradecido, dormí hasta una mañana que no dijo
cuánto creía de lo que, según yo, había dicho la tormenta
sino que discretamente hizo que me fijara en lo que había hecho
—unos cuantos metros cúbicos más en mi cisterna
contra un verano leonino—, estableciendo prioridades:
miles han vivido sin amor, nadie sin agua.

Traducción de Eduardo Iriarte

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