Una cálida mañana de abril Jean-Baptiste Adamsberg, protagonista preferido de la escritora francesa Fred Vargas, llega a la comisaría del Distrito trece de París que lidera con el torso desnudo. Acostumbrados a sus extravagancias, nadie hace comentarios, pero él tiene a bien explicar que ha usado su camiseta para arropar a un erizo malherido que ha encontrado en la calzada y se ha apresurado a llevar a la veterinaria. Así empieza Sobre la losa (Ediciones Siruela, 2023), última novela de una de las firmas que más ha contribuido a situar el genero noir en el anaquel de la gran literatura. La decimoquinta en su trayectoria y la décima de la serie dedicada a Adamsberg. Números redondos.
Louviec, un pequeño pueblo imaginario a nueve kilómetros de Combourg que conserva el encanto y las tradiciones bretonas, como el miedo a que alguien pise tu sombra, es el escenario de esta historia. Adamsberg y parte de su equipo, en colaboración con Franck Matthiew, comisario de Rennes, tienen que lidiar, no solo con un asesino astuto y audaz que siembra el pueblo de cadáveres, sino también con feroces bandas criminales. Un más difícil todavía en la brillante trayectoria del singular investigador que encuentra en un dolmen milenario un pensadero perfecto para que sus burbujas intuitivas broten a la superficie y construyan una imagen coherente y lógica allí donde dominaba el caos.
Algunos artistas son capaces de tejer cestos de diseño y colorido muy variado usando siempre los mismos mimbres. Cestos llenos de sorpresas y regalos. Fred Vargas es una de ellas. Maestra en el arte de reciclar sus leiv motivs y obsesiones logrando cada vez resultados distintos. En primer lugar su singular protagonista, Jean-Baptiste Adamsberg, un hombre no muy alto nacido en un pueblecito de los Pirineos, dueño de uno de esos atractivos que no impresionan a primera vista pero que van calando a medida que se frecuentan, que comparte cervezas y cigarrillos nocturnos con su vecino Lucio, un viejo español republicano de pocas palabras.
Adamsberg es el anti Sherlock Holmes. Lejos de usar métodos científicos deductivos practica una especie de pensamiento Zen dejando la mente abierta para que las respuestas a los enigmas que persigue se le revelen. «No lo sé», es una de sus frases preferidas con la que desconcierta a sus colaboradores. «Apaleador de nubes», lo llamó un colega que dio en el clavo. Demasiado lento y sobrevalorado para unos y una lumbrera para otros. Junto a él, un equipo de profesionales forma una galería de caracteres bien definidos: André Danglard, un dandy con memoria de elefante y cultura enciclopédica; Violette Retancourt, la enérgica amazona; Mercadet un as de internet que debe dormir cada cuatro o cinco horas por ser hipersomníaco, Veyrenc, Nöel, Froissy…
Historias antiguas, mitos y leyendas son ingredientes habituales en las novelas de Vargas desde la del hombre lobo al llamado Ejército furioso o las mujeres emparedadas. En esa ocasión el referente legendario es un fantasma que se pasea de noche por el pueblo aterrorizando a sus habitantes. Malo-Auguste de Coëtquen, conde de Combourg, conocido como «el Cojo», porque perdió una pierna en la batalla de Malplaquet, en 1709, sustituida por una pata de palo que junto a un gato negro rondaron por el castillo tras su muerte. Y también animales tanto reales como simbólicos. Por la serie de Adamsberg desfila el gato okupa de la comisaría, cánidos domésticos y salvajes, arañas y otras especies. Además del erizo herido, que logra recuperarse (perdón por el spoiler), en su última novela aparecen perros, pulgas, caballos y de colofón, un pollino hembra.
Otra característica de la obra de Vargas es la variedad de los escenarios. Aunque Adamsberg está al mando de la Brigada criminal del Distrito 13 de París, su fama de comisario estrella le obliga a trasladerse a distintos lugares: los Alpes, Normandía, Gran Bretaña, Canadá… Tengo la impresión de que la escritora no se desplaza a propósito para ambientar sus agumentos como suelen hacer muchos autores, sino que aprovecha sus propios viajes llevándose al comisario en el equipaje para urdirlos in situ.
Sobre la losa es la novela más extensa de Vargas y también la más policial, pues describe con minuciosidad las distintas estrategias de los investigadores desde los análisis de ADN al despliegue masivo de un ejército de gendarmes. Sin duda, el caso más caro de resolver de su espectacular carrera. Debido a la complejidad de la trama, la impotencia de Adamsberg que parece superado por los acontecimientos, hacia la mitad del libro el ritmo se ralentiza y la lectura se hace algo ardua. Pero enseguida se recupera con la aparición de nuevos personajes en una intensa subtrama.
Ante las numerosas dificultades el comisario cuenta con dos aliados nativos de perfil muy diverso. Uno de ellos es Josselin Chateaubriand descendiente de François-Rene de Chateaubrian, autor de Memorias de ultratumba, gloria histórica y literaria de Francia, que guarda una increíble semejanza física con su apuesto antepasado. Ataviado a la usanza decimonónica, fular blanco incluido, Josselin actúa de reclamo y atracción turística, pero es mucho más que un simple fantoche, y sus conocimiento del paisaje y paisanaje aportarán gran ayuda.
Otro elemento benefactor es Johan, propietario de la posada Dos escudos, un afable gigante con una doble faceta como chef exquisito y alimentador de tropas. Su establecimiento es el centro neurálgico desde el que Adamsberg dirige las operaciones y nutre los estómagos de sus hombres. Pero la clave definitiva que le permitirá resolver el complejo caso es algo mucho más resistente y antiguo que cualquier ser humano.
El comisario es un hombre ascético en sus costumbres, no se le conocen vicios inconfesables pero tiene una necesidad ineludible de pasajeras dosis de aislamiento. Se lleva bien con la gente y sus subordinados, es cordial y compasivo pero requiere de sus siestas de soledad como el aire que respira. Al enterarse de que cerca de Louviec corre un río, se lleva con él una caña de pescar como excusa para satisfacer esa necesidad de ensoñaciones solitarias, pero una vez allí lo que la atrae poderosamente es el imponente dolmen cercano al pueblo donde conectado con corrientes ancestrales de energía sus neuronas entran en erupción. «Estaba dormitando (sobre el dolmen) cuando sintió que una inesperada burbuja ascendía con lentitud y dificultad hacia su conciencia, desde el fondo de su lago opaco. Inmóvil, alerta la dejó hacer su camino, con las manos ahuecadas sobre el pecho, como para atraparla cuando emergiera».
Gracias a unas cuantas sesiones de meditación dolménica la enmarañada madeja de acontecimientos va poco a poco deshaciéndose y la luz ilumina hasta el último resquicio. «Hay que ver lo que da de sí un dolmen», exclama asombrado uno de sus guardaespaldas ante el extraordinario proceso de revelación. El también lector alucinará cuando el comisario extraiga de su chistera la última pieza de este intrincado puzzle.
Frédérique Audoin-Rouzeau (París, 1957) adoptó el seudónimo de Vargas en homenaje a la protagonista de La condesa descalza, algo que se agradece a la vista de su apellido. Lo mismo hizo su hermana Jo, que es pintora. Aunque no se prodiga en los medios, sabemos que creció en un ambiente intelectual de izquierdas, su padre y su hermano son historiadores. Pero lo que realmente importa es que sus magníficas novelas han situado el género negro en lo más alto de la literatura. Y esperemos que por largo tiempo.
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Autor: Fred Vargas. Título: Sobre la losa. Editorial: Siruela. Venta: Todostuslibros
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