Vuelven a sonar de fondo. Si se mantienen en silencio, pueden percibirlo. Son los mismos de siempre, llevan consigo el tono sermónico habitual y el sambenito dispuesto. Esta vez le ha tocado a Margaret Mitchell, a su novela Lo que el viento se llevó, y a su posterior adaptación al cine. Pronto arderá a 451° Fahrenheit, como manda la buena censura en estos casos. Todo comenzó cuando, tras la protesta por el asesinato de George Floyd y el auge del movimiento #BlackLivesMatter, el periódico Los Angeles Times publicó una columna exigiendo la desaparición de la novela en todas las estanterías, así como la evacuación urgente de la película en cualquier plataforma. El motivo ya pueden imaginárselo: connotaciones racistas en la obra de Mitchell, que expone la esclavitud y el sufrimiento de los hombres negros en aquella época sin la sensibilidad que el tribunal exige. HBO no tardó en acatar lo que la ortodoxia moderneante reclamaba, y un día más tarde retiró la película. La decisión fue celebrada por las redes como el hombre de a pie que en el siglo XVII limpiaba su conciencia berreando cuando el hereje ardía en la hoguera.
La novela y su adaptación cinematográfica reflejan una época tan controvertida como tendente a la demagogia: la Guerra de Secesión estadounidense, años sesenta del siglo XIX. Al Santo Oficio instagrammer le chirría la aparición de una esclavitud cruel en el argumento, pero quizá el cameo tenga que ver con que el desencadenante de la guerra fuese la propia esclavitud, quién sabe. Es cierto que los mitos se revisan, se adaptan al sistema de valores dominante. El Don Juan de Tirso no es el mismo que el de Zorrilla, ni sería el mismo si se publicase hoy. Pero la historia son reliquias y documentos: gran parte de la región de Estados Unidos era racista en 1860, como también lo era en 1936, por cierto, cuando Hattie McDaniel, la actriz que da vida a Mammy en la película, primera intérprete negra que ganó un Oscar, tuvo que sentarse en un lugar ajeno al foro que ocupaban los blancos. Esto no se puede falsear: ocurrió.
Por tanto, la obra es hija de la época que refleja y el sistema de valores en que se ideó. Ambos contextos racistas, ya digo, lo cual no quita un ápice de mérito a una novela tejida maravillosamente y a una película que aún a día de hoy sigue siendo la más vista de la historia en EEUU. Insisto en que probablemente hoy se adaptaría la obra con otros rasgos morales, pero ¿deben estas incompatibilidades censurar cualquier obra? Rotundamente no. La ficción no es racista, lo es la interpretación del que la consume. Del mismo modo, la novela no glorifica la esclavitud, como dicen sus críticos, porque glorificar es tarea del ser que se adentra en ella. El arte es arte, vive ajeno a estos juicios. Se halla en el debe del lector la tarea de analizar los hechos allí expuestos, adaptarlos a su escala intelectual, en la medida de lo posible adaptar esa escala a las dudas que los libros puedan despertar, y crecer en torno a esas lecturas. Porque si despreciamos toda lectura que no se ajuste a los preceptos de hoy, arde la literatura universal por completo. Y esta vez no habrá un Guy Montag para salvarla.
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