Portada: Bárbara Blasco y Kike Parra. Foto: Javier Suay Antón.
Escribir, en cierta manera, es como jugar al fútbol. Todo el mundo sabe poner una letra detrás de la otra y patear un balón. Pero no es lo mismo redactar un memorándum o una tesis que concebir un relato que seduzca. Al igual que marcarse una chilena no es lo mismo que perseguir una pelota por la playa. Un partido escolar no puede emular la final de la Copa del Rey, aunque, tal vez habría que matizar, pues en ocasiones un encuentro de alevines puede superar en emoción a uno de la Liga.
No sé si Carlos Marzal estaría de acuerdo con este símil, pero teniendo en cuenta mi ignorancia sobre el deporte rey, mejor me ciño al tema: el auge de los talleres de escritura creativa y cómo los escritores se lo montan para enseñar a escribir, algo que siempre ha sido una buena terapia. Ayuda a poner orden en el caos y a clarificar el diálogo interno entre nuestros múltiples «yo». Ríos de tinta han fluido en diarios y cartas, algunos de ellos convertidos en excelsa literatura. Por una parte, tuits y wasaps han minimizado la escritura y, por otra, ha surgido un impulso generalizado de relatar. Nunca en este país se ha escrito tanto y tan bien. Ni se han publicado tantos libros, en cuyo nivel de calidad no vamos a entrar. Un signo muy positivo de progreso cultural que tiene una contrapartida, pues se antoja que no existen lectores suficientes para digerir todas las historias que alzan el vuelo en busca de atención. Pero otra vez me voy por los cerros de Úbeda, así que aterrizo en Valencia para visitar los talleres de escritura que avalan un boom de dimensión nacional. Y para ello doy voz a un puñado de escritores con experiencia en tales lides: Bárbara Blasco, Kike Parra, Eva Monzón, Gines S. Cutillas y Vicente Marco.
Los dos primeros son los principales artífices de la Escuela Selecta de Escritura que abre sus puertas en octubre en el barrio de Russafa. Alberto Torres Blandina, Elisa Ferrer, Lola Andrés, Bibiana Collado, Rodrigo Blanco Calderón, David Pascual (Mr. Perfumme), Marta Fornés y Fernando Ros Galiana completan el claustro. Selecta cuenta con dos salas y ofrece talleres de escritura, además de cursos de arte, cinefórum, micro abierto, club de lectura presentaciones de libros, encuentros con autores, etcétera. «El nombre, Selecta, es un poco de guasa, pero tiene que ver con la importancia que le queremos dar a la palabra y el respeto que tienen para nosotros quienes trabajan en favor de la cultura y el arte», comentan Blasco y Parra.
La implantación de este tipo de talleres en Valencia se inició en la segunda década del siglo XXI en la librería Bibliocafé de José Luis Rodríguez-Núñez y su esposa Fernanda, creada en 2010, donde se impartieron numerosos cursos generando un colectivo de escritores —Colectivo Bibliocafé— que edita sus propios libros de relatos, coordinados por Mauro Guillén. La librería tuvo que cerrar cuatro años después pero mantiene su actividad online y presencial con autores como José Carlos Somoza y David Bustamante. Vicente Marco, Antonio Penades y Santiago Posteguillo fueron algunos de los autores pioneros en las aulas de las buenas letras.
En virtud de las nuevas tecnologías no existen fronteras en este mundillo. Así, el taller de escritura Fuentetaja se implantó hace una década en Valencia con las clases de Eva Monzón en la librería Railowsky. Y el valenciano Ginés S. Cutillas, codirector de la revista Quimera y residente en Barcelona, hace también una década que habla del microrrelato en escuelas de Madrid y Granada.
«Imparto talleres de escritura porque me gusta pasearme por otras mentes, porque conocer a la gente en persona está bien, pero conocerla por escrito, conocer su imaginación, sus fantasías, sus miedos te enseña esa parte que la realidad oculta», dice Bárbara Blasco. «Tener un trabajo en el que te regalan historias es un lujo».
Sobre las técnicas que usa en sus clases, apunta: «Es un poco pretencioso y tal vez inútil eso de enseñar a escribir. A mí me gusta que la gente tome conciencia de la capacidad de las palabras para construir la realidad, no solo para definirla. Siempre hay algo personal y único en ese paso de trasladar lo que uno tiene en la cabeza al papel. Nos damos cuenta de lo diferentes que somos, y eso paradójicamente nos acerca. En general, yo insisto bastante en trabajar la elipsis, el subtexto, porque el lenguaje literario, a diferencia del literal, es simbólico y siempre dice mucho más de lo que parece».
Kike Parra comenta que se empapa a menudo de lo que le ofrecen los alumnos: respeto, diversidad y nuevos gustos literarios. «La creatividad y la literatura son, casi siempre, un camino de ida y vuelta, y la pauta principal para transmitir algún tipo de enseñanza en la escritura es, para mí, respetar y partir de la escritura de cada alumno. No creo en esos talleres que son una máquina de hacer fotocopias de ciertos prototipos. Creo en los talleres que van mostrando e intentan que otros aprendan algunas herramientas y técnicas de escritura a partir de lo que cada alumno tiene ya asumido como propio. Tener una voz propia es fundamental».
Hace unos siete años, cuando los responsables de Fuentetaja decidieron ampliar las clases presenciales a otras provincias, entre ellas Valencia, contaron con Eva Monzón. «Para aprender a escribir hay que saber leer, leer mucho y muy variado. Hay que aprender a diseccionar los textos desde la visión del escritor, autopsias vivas de las palabras, y luego hago de abogado del diablo con las ideas que se van viendo para que la trama, el relato, los enfoques narrativos aguanten y los escritos sean lo mejor posible, y les enseño que nunca hay que frustrarse, porque escribir es, sobre todo, borrar y reescribir».
Para Ginés S. Cutillas impartir talleres es una manera de seguir en contacto con miradas limpias sobre la literatura. «La mirada se vicia y los autores tendemos a repetir una y otra vez la misma fórmula. Presenciar que hay otras maneras de enfocar las historias es aire fresco a la hora de enfrentarnos a las nuestras. Un escritor es un lector avanzado, que se aprende leyendo a los maestros, pero también a los alumnos. Lo más difícil es hacer entender al alumno que si no hay una mirada nueva sobre lo que cuentan, no sirve de nada. En cuando a las pautas, creo que la mejor forma es alentar el propio acto de escritura en lugar de exponer tanta teoría. Hay miles de manuales que te pueden explicar qué es el conflicto, pero hasta que no has fracasado veinte veces intentando encontrar uno bueno, no aparece el primero que ilumine el texto. Para ser escritor hay que aprender a fracasar. Así, cuando aparezca el primer acierto, serás plenamente consciente de ello».
Vicente Marco lleva quince años impartiendo talleres, la actividad que más le gusta, aparte de escribir. «Cada uno de nosotros cuenta de una manera diferente. ¡Este es el gran tesoro! Nuestro gran tesoro es nuestra manera de contar. En algunas ocasiones he tenido alumnos que provenían de otros talleres en los que se les daban pautas generales para enseñarles a escribir de una determinada manera ¡general!, como la manera correcta de escribir, como un estilo depurado o cosas semejantes, ¡y no es eso! Hay que entrar en el alumno, comprender cómo cuenta, hacer el ejercicio de ponerte en su posición, emular su manera de contar para, a partir de ahí, ver si puedes aconsejarle algo que le funcione mejor. Y cuando digo que le funcione mejor, me refiero a que le permita transmitir con mayor fuerza y claridad las emociones que le mueven. Porque la literatura, como las vidas, está tejida con emociones».
Entre las diversas actividades alimenticias a las que recurren los autores —conferencias, artículos de prensa, webs…—, impartir talleres literarios parece que es la que mejor armoniza con su oficio. Un reciclaje continuo e interacción estimulante con otros escritores potenciales. ¿Se aprende de los alumnos? «Aprendo mucho de ellos, y a veces de quien menos te lo esperas. La creatividad, indomable, nunca sabes dónde va a posarse», responde Blasco. «Y también cuando estudias el texto de un autor para compartirlo luego ves cosas que no habías visto en una lectura más ociosa».
Para Monzón enseñar es aprender. «Es lo interesante de la enseñanza, y más cuando se trata de algo creativo. Es mucho más que una fuente de ingresos. Transmitir lo que sabes, ayudarles a usar sus propias palabras, mostrar los distintos modos para contar una historia es igual que escribir: debatimos las ideas que surgen, buscamos el mejor enfoque para contarlo, vemos distintas técnicas, leemos a los grandes, y en el proceso nos divertimos un montón».
Ginés Cutillas considera que los artículos y conferencias son actividades más cercanas al hecho literario que los talleres. «Cuando impartes clases hablas de lo que ya sabes, y cuando escribes un artículo o una conferencia por encargo muchas veces hablas de lo que aún no sabes. Tienes que investigar e interpretar lo que descubres y situarlo bajo el tamiz de tu mirada. Para mí resulta un proceso fascinante. Sin embargo, de los alumnos siempre se aprende. Es la parte gratificante de dar cursos, poder compartir el amor a la literatura de tú a tú y salir por un momento de ese ensimismamiento que todo autor sufre y que conlleva toda clase de dudas. Escribir es dudar, es cercar la verdad. Nadie escribe desde una certeza absoluta».
«La escritura es el origen de muchas actividades que pueden permitirte sobrevivir económicamente», afirma Marco. «Esto es lo primero que explico en los talleres. Todo lo que nos gusta, todo lo que supone una distracción, una historia ajena, mostrada en cualquiera de sus formas, pasa por la idea original de alguien que se puso a escribir. A partir de la escritura hay muchas formas de ganarse la vida. Es habitual que se piense solo en la escritura como cuentos, novela, poesía, pero hay mucho más. Las empresas nos necesitan, las instituciones nos necesitan, la publicidad pasa por la escritura, la imagen corporativa pasa por la escritura. Existen muchas vías, también la docencia, por supuesto, pero la escritura no solo sirve para sobrevivir económicamente, sirve para sobrevivir, a secas, porque nos estamos contando a nosotros mismos todo el tiempo. Todos somos relato, y cuanto mejor nos contemos mejor nos percibirán los demás. Está suficientemente probado el beneficio de la escritura en la salud mental, en la habilidad para mejorar las aptitudes cognitivas y la capacidad de decisión. Creo que la escritura en sí supone supervivencia».
¿Cómo explicar el auge de los talleres literarios en una sociedad que dedica cada vez menos tiempo a la lectura? «Creo que se debe a que de pronto la palabra está en primer plano, somos más conscientes que nunca de lo que somos, de nuestra identidad. Además, el relato de cómo es el mundo se construye con palabras», responde Blasco. «En las redes ya todo el mundo escribe y se pregunta cómo hacerlo mejor».
En opinión de Monzón, «escribir no es publicar, no tiene nada que ver. Escribir es un modo de vida, es utilizar las palabras para acercarse al mundo propio y al mundo en general, es intentar comprender lo incomprensible, es contarnos, crear. Eso va más allá de publicar, y no tiene época. Es inmortal, todos necesitamos contar y escuchar historias. Como las escuelas de arte o teatro, los talleres son gimnasios creativos».
El problema del mercado español es que se publican más de noventa mil novedades al año y que no se lee o se lee muy poco, apunta Cutillas. «No corresponde la demanda con la oferta, y de ahí que dar con un libro que tenga un mínimo de calidad es una verdadera odisea. El filtro de calidad que todos desearíamos que aplicaran las editoriales se ha difuminado. Prima ocupar las mesas de novedades con obras líquidas cuanto más tiempo posible en lugar de publicar buenos libros que resistan al tiempo».
No todas las personas que asisten a estos talleres sueñan con publicar best sellers. El perfil es muy amplio. «Hay gente que ambiciona publicar y, mucho más importante, escribir bien, pero también hay quien simplemente quiere divertirse trabajando su imaginación, conocerse mejor, mantener su mente en forma y encontrar personas con las que compartir un buen rato», comenta Blasco.
El denominador común es que desean expresarse más allá de sí mismos, afirma Monzón. «Cuando dejas de escribir para ti das un salto, buscas contar algo más allá de ti mismo. Entonces es cuando nace el escritor. Escribir es mucho más que redactar. Se suele creer que es fácil, no se lo ve como algo imposible, y eso es un arma de doble filo. Es decir, nadie que quiere aprender piano piensa que nada más abrir la tapa y poner los dedos en el teclado va a poder interpretar a Mozart, van con una expectativa clara de lo que pueden hacer. Con lo de escribir muchos piensan que sí, que desde el primer folio van a conseguir una obra maestra. Y claro, no es así, se enfrentan al primer batacazo creativo y quien se levanta suele aprender mucho».
Conocerse a sí mismos, sacar lo que llevan dentro es otra motivación para muchos alumnos, según Cutillas. «Algunos lo utilizan de forma terapéutica, pero al aprender las técnicas narrativas esos pensamientos se convierten necesariamente en literatura y, la mayoría de las veces, en algo más auténtico que la propia realidad».
«Cada cual posee sus motivaciones», añade Marco, «pero si algo resulta común, tanto entre quienes simplemente les gusta escribir como entre los que sueñan con ser escritores, es el deseo de aprender y la complacencia a medida que comprenden y aprenden».
«Nunca en este país se ha escrito tanto y tan bien»… Madre mía.
Leer es un acto prestigioso y escribir es un salto hacia adelante en esa carrera hacia el prestigio. Una forma de alimentar el ego. Asín que la gente se lanza a leer lo que sea y, si se tercia, a nada menos que hacer los ensayos y cabriolas necesarias para creerse un escritor. Así se proclaman personajes que apenas han visto editado algún folleto menor disfrazado de libro. Obviamente, ser escritor es cuestión ardua. Es como pretender ser Velázquez. En Roma enseñan las artes de la perspectiva, del color y de atmósferas tridimensionales. Lo que en sí mismo no te convierte en Velázquez. Aunque sería bonito.
Bueno, realmente este artículo no trata sobre lo que dice tratar, si no que enumera razones para decidirse a participar en uno de estos talleres, tanto de los alumnos como de los profesores. Con respecto a que se enseña, poca información puede uno obtener leyéndolo.