La nación española… No voy a entrar aquí en esa vieja polémica respecto a qué es España. Bastante se ha hablado y escrito sobre ello desde 1898 en adelante. Se ha dicho recientemente que la nación española no existe o que, de existir, sería una nación fallida: yo no lo sé. Mucho menos me voy a meter en el «charco» de las nacionalidades que llaman periféricas. No soy nacionalista, y todas estas especulaciones (más aún las proclamas altisonantes de unos y otros) me traen sin cuidado. Sin embargo, sí tengo claro que existe una entidad histórica y política llamada España, que abarca un territorio concreto, en el que yo he nacido. Aquí se acaban mis certezas. Probablemente se puede hablar de esta entidad política desde la conquista y colonización romana, cuando se constituyó Hispania, provincia o conjunto de provincias de la república de Roma en el extremo sudoccidental de su territorio. En este punto, ya existe una clara unificación administrativa, judicial, urbanística y civilizatoria de la Península, y creo que éste es el germen de lo que sería España en el curso del tiempo.
Lo cierto es que, si observamos a los personajes que componen el canon, veremos que son en su mayoría pensadores, literatos y artistas, y la razón es muy simple: son ellos los que han producido los logros más sublimes de nuestra cultura en el curso del tiempo. Hemos dejado de lado conscientemente la historia «pura» por una razón muy simple: este no es un libro de historia, aunque, inevitablemente, la de España sobrevuela todas sus páginas. Sin embargo, hemos dedicado un capítulo específico y extenso a la lengua española, que inequívocamente constituye lo mejor de nuestro legado. No hace falta indagar demasiado la razón de ello: más de quinientos millones de personas la tienen por lengua materna en todo el mundo.
Pero volvamos a aquella pretérita Hispania creada por Roma y que, tras el hundimiento del Imperio de Occidente, se constituyó como reino visigodo, sobre todo tras la unificación territorial de Leovigildo y la ideológica de su hijo Recaredo. En ella vivió y escribió San Isidoro de Sevilla, a quien Jon Juaristi considera primer eslabón de la cadena del canon español. Escribió obras muy diversas, entre ellas interesantes crónicas, pero su gran logro fueron las Etimologías. Se ha dicho, con mayor o menor fortuna, que esta obra constituye una especie de «protoenciclopedia», cuando aún faltaban muchas centurias para que se consolidase este término, justamente con la creación de la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert. En efecto, las Etimologías constituyen un compendio del conocimiento de su época, y fue un libro básico al que acudían sistemáticamente todos los pensadores de Europa Occidental a lo largo de la Edad Media.
Perdón por la digresión. Hemos detenido nuestra atención en Isidoro porque constituye un modelo acabado de los pensadores e intelectuales que en el curso del tiempo fueron forjando la excelencia de Occidente. A éste seguirían otros muchos en España: el Beato de Liébana, Alfonso X, Ramón Llull, Elio Antonio de Nebrija, Juan Luis Vives —nuestro primer humanista—, Francisco de Vitoria —creador de derecho internacional—, Miguel Servet —paradigma de heterodoxos—, Baltasar Gracián… Y junto a estos, literatos y artistas de primera magnitud en el conjunto del canon occidental, por encima de su mayor o menor reconocimiento fuera de España. Desde los anónimos creadores del Poema de Mío Cid, hasta Galdós y Clarín, pasando, evidentemente, por un esplendoroso Siglo de Oro, España ha dado creaciones excelsas: la Celestina, la novela picaresca, el personaje de Don Juan… y por supuesto El Quijote, la obra seminal de la que nace toda la novelística posterior, como ha señalado Harold Bloom. Nuestros artistas plásticos no van a la zaga: Velázquez, Goya, Picasso… Tampoco lo hacen religiosos eminentes de relieve universal, como Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús, ni descubridores y científicos, como Ramón y Cajal.
Esa es, de forma sucinta, la aportación de España al acervo de la cultura universal. No es mayor que la de otros países eminentes de nuestro entorno: Inglaterra, Alemania, Francia o Italia, pero tampoco menor. Reniego del chovinismo y, como le ocurría al doctor Johnson, tengo una nefasta opinión del patriotismo. Este libro no está hecho para enaltecer los sentimientos españolistas, y mucho menos para enardecer a patriotas de guardarropía, que tanto abundan. Es un libro de divulgación que aspira a que los lectores conozcan mejor lo que España ha dado al mundo, lo que nuestros ancestros han aportado al patrimonio común de la civilización y, de esta forma, conocer un poco mejor quiénes somos, de dónde venimos y, quizás, a dónde vamos.
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Autores: Jon Juaristi y Juan Ignacio Alonso. Título: El canon español. El legado de la cultura española a la civilización. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Cada vez que un juntaletras habla de un libro que no denigra la cultura española, se siente obligado a declarar que no es nacionalista ni patriota (como si fuera lo mismo). Por lo visto, tienen un miedo atroz a perder la patente de progres o a que les llamen fachas ¡qué horror! Quien conoce la cultura española suele enamorarse de ella. Hablo de conocer, de leer y estudiar durante años, no de conocer unos cuantos nombres y leer algunas cosillas. Cada vez hay más gente que estudia con rigor nuestra historia, arte y literatura; cada vez hay gente mejor informada y más interesada en su acervo; cada vez hay más jóvenes sin prejuicios negativos hacia su patria, es decir, cada vez hay más gente normal, culta y desacomplejada. Viva España, que es como decir «vivan nuestras lenguas, nuestros poetas, músicos y artistas, pensadores, historiadores y científicos, nuestros descubridores y conquistadores, viva nuestra universalidad y riqueza, y abajo la ignorancia, la soberbia, los prejuicios, los complejos y la irracionalidad de muchos recién llegados -y beneficiarios- a una trayectoria histórica de siglos».