“Entonces tenía el pelo largo, castaño y ondulado, con rizo y color naturales, como le gustaba a él, y la cara con expresión dulce y tímida, que reflejaba menos cómo era ella que cómo quería verla él.” La frase podría ser de Un amor, la última novela de Sara Mesa (Madrid, 1976), pero pertenece a Demasiada felicidad, uno de los libros de relatos de Alice Munro, una escritora en la que espejarse frente al arte de convertir una sencilla línea en un tornado de proporciones insospechadas. Hacia ahí desea avanzar la prosa de la autora de Cara de Pan y Cicatriz, así lo ha confesado. Aunque más que confesarlo, lo ha escrito en otra frase de esta novela, su mejor obra hasta el momento, sin duda; la que se dice a sí misma Nat, la protagonista, en el desenlace de esta muestra de cincelado literario:
…removerse por dentro por completo, sacudirse, darse la vuelta y volvérsela a dar, en menos de lo que se tarda en gastar 125 mililitros de dentífrico.
Porque eso es lo que le sucede a esta mujer que se instala en el pueblo sureño —algo más que las chumberas delatan esa latitud— de La Escapa huyendo de una precariedad para instalarse en otra, cuál peor. Aun así, no todo será dolor, y si lo fuere, habrá en él iluminación. ¿Qué es si no la vida?
Cuando se habla de la narrativa de Sara Mesa se mencionan adjetivos como perturbadora, transgresora, abrumadora, desconcertante, incómoda y otros de estirpe semejante. Nada diremos al respecto, allá cada cual con su oscura subjetividad. No obstante, habrá que advertir que se trata de términos que se le suponen a la literatura que aspira a convertirse en algo más que en un simple catálogo de acontecimientos bien trabados. Aunque ya nadie se acuerde de Cela, por ahí anda su tremendismo para acaparar calificativos, y ya puestos espléndidos, revisemos la filmografía de Michael Haneke, Yorgos Lanthimos o David Lynch para entender algo más la perturbación y el desconcierto, tan cerca también del Coetzee de Desgracia, como queramos ver. En cuanto a la violencia, la que se instala en las páginas de Mesa, sucede más en la mente de los personajes que en sus actos, por más que esta vez también haya un cierto regusto por mostrar las evidencias de gestos genuinamente agresivos, aunque sin apenas hacer uso de la palabra. Son eso, gestos, como el de ese casero invasivo. La violencia de la presencia y de las suposiciones frente a la expresión del daño físico, como si se hiciera palpable la necesidad de mostrar que la dureza de la existencia no reside tanto en la corteza terrestre que habitamos e imitamos sino en su núcleo, en la imagen mental del mundo y de sus potencias, que cada uno de nosotros fragua en el interior que nos habita.
Tormentas internas, desvelos que sacan la cabeza desde lo inesperado y lo desconocido, lugares donde palpita la esencia del ser, pero que hasta entonces había resultado esquiva. Un amor es una novela de latidos, los de un corazón apresado por las circunstancias y los de un estómago acostumbrado a tragar sables sin apenas resuello, sin más herida que un rictus compungido o un ardor que viene de muy adentro, pero amor al fin y al cabo. Porque el ansia también es amor, como amor es la dedicación al trabajo (la traducción en el caso de Nat de obras teatrales muy cercanas a las que imaginaríamos salidas de la mano de Agota Kristof), o amor a un perro esquivo que aspira a ser domesticado y que agolpa en sus huesos la pura verdad que late en cada cual, indómita, lesiva e irrefrenable. Nat cifra sus esperanzas de prosperidad en ese núcleo rural y en El Glauco, la periferia montañesa donde los prejuicios perviven a flor de piel.
Mucho de lo que ocurre en Un amor sucede entre líneas, entendiendo por líneas lo que acontece en la mente de los personajes, en la palabra monologada, con ese discurso indirecto libre que tan bien maneja Sara Mesa. No debemos contar demasiado de la peripecia de la novela, aunque tal vez no sea decir demasiado contar que el nudo de la misma no es otro que la huida y el encuentro de la protagonista consigo misma y con la vida que no parece corresponder a las expectativas que una mujer joven con formación intelectual dispuesta a ganarse el pan de cada día. Ese es trabajo del lector, si tiene la paciencia de avanzar en la lectura como debería hacerse con los amores que empiezan a fraguarse en el trato diario, con mimo, atención y la dulzura expectante que conduce a revelaciones de hondo calado. Sólo así acontecerá el encuentro con lo extraño, lo ajeno que no es más que nuestra esencia expresada en el prójimo. Hay quien llama a eso fascinación. Es lo que tiene vivir, ya sea en La Escapa (esa particular Torre de Babel sobre la que parece que haya caído la misma maldición bíblica, pues nadie se entiende, todos allí hablan idiomas distintos, y así no hay quien se aclare, Nat no consigue traducirlos) o en cualquier otro lugar, que el adorable e hiriente hechizo de los días no se aplaca sino con la muerte. Si es así, que se demore muchos años por seguir gozando de novelas como ésta. Como Nat, más de uno habrá de pensar “que un solo instante (…) basta para justificar una vida completa”, mientras que otros comprenderán en el ocaso del día “que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad.” Así sucede con el vivir. Con los amores. Nunca entonces es demasiada la felicidad. Uno acaba por saber al cerrar el libro que de las tinieblas viene la luz.
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Autora: Sara Mesa. Título: Un amor. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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