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Lo que Lovecraft aportó a la literatura

Lo que Lovecraft aportó a la literatura

Hay muchos escritores que han dejado una profunda huella en la cultura popular. Algunos han penetrado en el imaginario debido a algunas obras concretas suyas, aunque normalmente su popularización ha sido efecto de adaptaciones cinematográficas de su obra más memorable (caso de Bram Stoker con Drácula o William Peter Blatty con El exorcista) y, en realidad, dichas adaptaciones son las que realmente han trascendido. Otros sí que han marcado la cultura popular por sus propios méritos y obras literarias, como es el caso de Tolkien, aunque incluso en este caso la adaptación cinematográfica de Peter Jackson tuvo una importancia fundamental en la popularidad actual de El Señor de los Anillos.

Muy diferente es el caso de H. P. Lovecraft, el fundador y principal creador de los Mitos de Cthulhu y del subgénero conocido como horror cósmico. Las obras de Lovecraft nunca han tenido una adaptación cinematográfica de éxito (de hecho, la mayoría de las que se han rodado hasta la fecha son de dudosa calidad) y, además, ni su nombre ni los títulos de sus principales obras (La llamada de Cthulhu, La sombra sobre Innsmouth o En las montañas de la locura) son especialmente conocidos fuera de ámbitos muy concretos como los mismos fanáticos de Lovecraft o el mundo del rol. Sin embargo, algunas de sus criaturas, sobre todo Cthulhu, y varios arquetipos de su obra (los tentáculos, las amenazas del Exterior, los seres de otras dimensiones, etc) sí tienen una enorme presencia en muchos ámbitos de la cultura popular: el cine de terror, los videojuegos, el rol, la música metal y la literatura siniestra. Sin embargo, su obra aún está lejos de tener el reconocimiento que merece, no sólo por su genio narrativo y su desbordante imaginación, sino por las potentes novedades que introdujo en la ficción de su época, que incluso hoy resultan revolucionarias.

"Los famosos mitos de Cthulhu, su creación más extensa, profunda y original, tiene sus fundamentos en otros autores"

Antes de analizar cuáles fueron estas novedades, no es baladí hacer una mención a los orígenes de su cosmovisión literaria, es decir, aquellos autores previos a él que lo influyeron y sin los cuales probablemente su obra no sería lo que es. Lovecraft tiene una extensa producción narrativa, pero podemos agrupar sus relatos y novelas cortas, grosso modo, en tres grupos.

En primer lugar, los cuentos de terror, que ya presentaban una novedad respecto a la ficción anterior: lo que da miedo no son los fantasmas o demonios, sino algo mundano. Su clara referencia para los cuentos de terror claramente es Edgar Allan Poe. Hay un relato que ilustra muy bien esto: El extraño, cuya ambientación, desarrollo y final lo hacen muy similar a La máscara de la muerte roja.

En segundo lugar, los relatos oníricos, principalmente los del ciclo de Randolph Carter. En estos relatos es imposible no ver la influencia directa del que de hecho fue uno de los autores favoritos del maestro de Providence: Lord Dunsany, cuya obra está plagada de elementos oníricos que influyeron poderosamente en Lovecraft para la creación de las Tierras del Sueño que recorrerá Randolph Carter.

Por último, los famosos mitos de Cthulhu, su creación más extensa, profunda y original, pero que sin embargo tiene sus fundamentos en otros autores. El principal, por confesión propia de Lovecraft (aunque es muy evidente de por sí) es Arthur Machen, con sus cuentos de terror en los que el elemento disruptor y atemorizante no es algo concreto, sino una presencia que tiene que ver con lo etéreo o incluso con lo antiguo. La novela corta El Terror es uno de los mayores ejemplos para comprender el influjo de Machen en la obra de Lovecraft. También puede rastrearse algo de “proto-horror cósmico” en algunos escritores pulp de la época, en cuyas historias se presentaban amenazas provenientes del espacio exterior o, simplemente, la complejidad del cosmos y sus infinitas posibilidades de vida inteligente absolutamente ajena y diferenciada de la humanidad como elemento central, así como la degradación y el horror escondidos en la oscuridad (H. G. Wells aportó elementos en esta dirección en La Guerra de los Mundos, con sus marcianos cuya tecnología es letal contra la humanidad; o los siniestros Morlocks de La Máquina del Tiempo)

"La obra de Lovecraft aportó unas novedades revolucionarias en la ficción narrativa de finales del XIX y principios del XX"

No obstante, la obra de Lovecraft aportó unas novedades revolucionarias en la ficción narrativa de finales del XIX y principios del XX, análogas (y, de hecho, muy similares) a las que aportaron Albert Einstein a la física o Friedrich Nietzsche a la filosofía. Estas novedades se fundamentan en un concepto clave: el fin del antropocentrismo, es decir, el desplazamiento del ser humano como elemento configurador y centralizador de la cosmovisión literaria. Tradicionalmente, y de hecho esto se mantiene aún hoy en día, el ser humano es el centro de la ficción, y casi todo lo que sucede se trata bajo el prisma de un monotema: la lucha entre el Bien y el Mal. Cuando una historia se da en un contexto totalmente humano, los personajes se dividen entre buenos y malos, aunque en ocasiones con ricos matices. Pero siempre hay una moral detrás. Incluso en las obras de Dostoievski, altamente nihilistas, hay una denuncia de los vicios humanos, como la hipocresía.  Por otro lado, cuando en la historia se presenta el enfrentamiento entre el humano y algo exógeno (sea de origen sobrenatural o extraterrestre), también se establece la dicotomía Bien-Mal (muchas veces metaforizada con la disyuntiva Luz-Oscuridad). Además, prácticamente siempre hay un final en el que, por el motivo que sea, o los humanos se salvan de algún modo, o el Bien triunfa sobre la maldad. Y aunque a veces el Mal triunfe, como en la ínclita novela gótica El monje, siempre queda el mensaje de que lo que ha pasado ha sido algo malo, que las fuerzas malévolas han vencido, por desgracia, a las fuerzas del Bien. Este esquema, de origen cristiano, que puede verse en todas las grandes obras de ficción, y en la inmensa mayoría del resto, es precisamente lo que Lovecraft dinamita con brutalidad.

"El valor de la obra de Lovecraft va mucho más allá de su genialidad narrativa, sus acertadas novedades y su trascendencia cultural"

En los mitos de Cthulhu, el ser humano no es importante en absoluto. Los personajes de Lovecraft son muy impersonales, apenas se construye su personalidad y su lore, y eso es así no porque Lovecraft no supiese crear buenos personajes, sino porque es un elemento central en su obra: cualquier personaje de Lovecraft pudiera ser perfectamente cualquier otro humano, cualquiera de nosotros. En la mitología lovecraftiana, el ser humano es una mota de polvo perdida y confundida en medio de un vastísimo cosmos, totalmente hostil a nosotros. Todas las criaturas que moran en el universo lovecraftiano son potencialmente nuestros verdugos. Unos, como Cthulhu, pueden destruir nuestra civilización de un plumazo, con sólo avanzar unos pasos y sin percatarse de que están causando una aniquilación absoluta. Otros, como Shub-Niggurath o Azathoth, nos atemorizan y hacen enloquecer con el mero conocimiento de su existencia. Incluso las razas menores, como los Profundos o los Mi-Go, son una seria amenaza para nuestra cordura o simplemente nuestra seguridad. Todos los seres lovecraftianos son o más inteligentes o más fuertes que nosotros, y todos suponen una terrible ominosidad para la vida humana. Sin embargo, ninguno de ellos, desde el pavoroso Azathoth (el núcleo caótico que destruye todo cuando hay en el cosmos) hasta el más pequeño y mestizo de los Profundos, es malo. Por ejemplo, Cthulhu no es un villano. Su despertar provocará el fin irremediable de toda la civilización humana, pero esto no será así porque Cthulhu nos odie o tenga interés en perjudicar a la humanidad. Simplemente, nuestra existencia y la suya no son coetáneamente compatibles. La sola visión del temible rostro de Cthulhu, alzado en sus varios kilómetros de altura, es desquiciante para cualquiera que lo vea. Un solo paso de Cthulhu puede arrasar un tercio de una gran metrópolis. Pero Cthulhu no es malvado, simplemente desarrolla su existencia, igual que los humanos desarrollamos la nuestra y, en el curso de nuestros quehaceres cotidianos, a veces sin darnos cuenta devastamos una comunidad entera de hormigas al pisar la entrada del hormiguero o nos tragamos insectos mientras caminamos bostezando. Los insectos podrían pensar, en caso de tener tal capacidad, que somos terroríficos monstruos titánicos que queremos devorarlos. Pero en realidad sólo estamos bostezando. De igual modo, en el universo lovecraftiano, el ser humano es sólo uno más de los organismos vivos que lo pueblan y en el que todo lo que está al margen del ámbito humano es una amenaza a la que no se puede hacer frente. Cabe recordar que algo de esto hay en La Guerra de los Mundos, mencionada más arriba, en la cual quien vence la amenaza alienígena no es precisamente la humanidad, la cual se salva por pura suerte.

Evidentemente, pese a la total aniquilación de la propia humanidad en la escala de importancia, la obra de Lovecraft habla, como no puede ser de otra forma, de la humanidad. Nos habla de nuestros miedos e inquietudes. Nos habla de la eterna curiosidad humana, de los límites del conocimiento racional, de nuestro lugar en el Ser y de nuestro miedo a la irrelevancia y al vacío (tanto existencial como moral).

Por lo tanto, el valor de la obra de Lovecraft va mucho más allá de su genialidad narrativa, sus acertadas novedades y su trascendencia cultural. Su valor también radica en que ahonda en las inquietudes atávicas de la humanidad.

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Julio Puyo Méndez
8 horas hace

Muy buen artículo de este gran escritor de horror cósmico.

Ale
Ale
6 horas hace

Llegué acá por un post en x, nunca me he atrevido con Lovecraft pero el artículo hace una excelente reseña para entusiasmarme y leerlo porque da referencias a otros libros que leí.
«Los insectos podrían pensar, en caso de tener tal capacidad, que somos terroríficos monstruos titánicos que queremos devorarlos» este texto, me hace un puente, la palabra terror u horror me espanta, no quiero pasar por ahí y este artículo me da otra visión. Uno de mis libros preferidos es de «Terror», lo leí sin saber que estaba tipificado como tal, a veces las clasificaciones literarias nos alejan.
Un excelente artículo de mediación lectora, lo agradezco.

Cova P.L.
Cova P.L.
6 horas hace

Muy bueno, Marc. Se nota la pasión en cada una de tus palabras, el respeto con el que analizas la obra del gran maestro Lovecraft, y el cariño con el que conviertes tu propia percepción del miedo en un ejercicio de reflexión para el lector. Felicidades por el artículo.

Judit
Judit
6 horas hace

Muy buen artículo. No había caído en el paralelismo con el relato de Poe que menciona.

Adrián
Adrián
5 horas hace

Hasta hace bien poco todo el universo lovecraftiano no había llamado mi atención. Lo hizo gracias a un videojuego, Bloodborne, y artículos como este hacen que mis ganas de entrar a este universo no hagan sino aumentar.

Enhorabuena a Marc Barqué por su artículo.

Juan Flores
Juan Flores
4 horas hace

Un artículo brutal…se nota la pasión que sientes por Lovecraft y su mundo literario… enhorabuena…y gracias por tan magnífica introducción a un genio de la literatura…

Daniel Espinosa
3 horas hace

Un artículo nutrido en información e interesante en contenido, a la altura del genio sobre el que pivota (y no me refiero al gran Lovecraft) .

Vicenç
Vicenç
3 horas hace

Como confirmando la existencia de las criaturas de los mitos, me llega este artículo hoy, día en el que dirijo mi primera partida de «La llamada de Cthulhu» 7a. El artículo no sólo es excelente a nivel de escritura, como ya nos tiene acostumbrados Marc. Es también didáctico e inspirador. Hace que tengas más ganas de leer a Lovecraft (y sus sucesores), más ganas de profundizar en el universo, de sumergirte en el terror (y la valentía) de los pequeños seres que luchan contra lo inimaginable.
Por mi parte no puedo hacer otra cosa que recomendar al señor Marc, que nos pone en el oscuro camino que lleva a locura. Pero qué camino.