La pregunta que intentaremos responder, durante la lectura de Te vi marchar, es si la compasión puede ser traducida a palabras, si el intelecto humano es lo bastante bueno como para interpretarla. Robert Richardson (Milwaukee, 1934 – 2020) recurre a tres gigantes para hablarnos sobre cómo afrontar una pérdida: Thoreau, Emerson y William James. Cómo respondieron a las pérdidas más grandes de su vida, reza el subtítulo de la obra en inglés. No se trata sólo del duelo, pues este es una elaboración psicoemocional propia, sino también de cómo reintegrarse a la vida, conseguir que nuestra actuación sobre la piel del mundo sea sincera, completa, y no una sencilla farsa. Porque cuando uno ha sufrido la pérdida más grande que puede sucederle, cualquier acontecimiento le parecerá teatro frente a la inmensidad de sus sentimientos. De lo que nos hablará Richardson a lo largo de este libro breve será del aprendizaje emocional: «La muerte como un aparte ineludible de la vida y la aceptación de que, a cierto nivel, no hay muerte». Integrar la muerte, aprender a convivir con ella es una manera de anular su parte negativa, el terror que produce, la impresión a tierra quemada, a paisaje después de la batalla, que se le atribuye.
Se nos advertirá que en el ensayo nos vamos a encontrar con las propuestas habituales: viajar, leer, estar en la naturaleza, rodearse de amigos, recurrir a la escritura (de un diario, de cartas), pero que lo que nos mostrará no será a través del comentario, sino e la biografía, de los hechos, de un método documental que «tiene como objetivo ofrecer una conexión personal, incluso empática —más que imparcial, crítica o sentenciosa— entre el lector y el personaje». Esta es la gran incorporación que encontramos en la obra, alejadísima de los libros de autoayuda al uso. Aunque, eso sí, se recurre con frecuencia a una de las palabras que actualmente se utilizan con demasiada frecuencia y en demasiados casos, corriendo el riesgo de vaciarla así de su contenido: resiliencia. Hablamos de una capacidad de adaptación, pero que no puede ser pasiva. De ahí que Robertson se centre en los momentos más significativos de la vida de estos tres hombres, los instantes en que sus decisiones los llevan al cambio.
«La regeneración, no mediante Cristo sino mediante la naturaleza, es el gran tema de la vida de Emerson y le llegó como respuesta a la muerte de su joven esposa Ellen. Emerson se sirvió entonces del lenguaje de la redención, de la regeneración y de la revelación, unos términos que ahora cambiaríamos por “resiliencia”», nos dice sobre el primero de ellos. En cuanto a Thoreau, se centra en cómo encuentra un concepto de vida desindividualizada y llega a creer en ella: «El individuo puede morir, pero sus elementos constitutivos no. Se subsumen en nuevas formas vitales y siguen viviendo», de esta manera, en un sentido comunitario podríamos decir que no existe la muerte y «esta convicción resulta, paradójicamente, una fuerza poderosa para la resiliencia individual». Más compleja podría llegar a ser la conclusión referida al caso de William James, para quien «en realidad, no estás en el mundo, tú y el mundo sois lo mismo». Si en el caso de Emerson la pérdida es la de su esposa, y en el de Thoreau la de su hermano, en el de James será una especie de amor platónico, un ideal, lo mejor de lo posible, y así enfrenta a la muerte como un acto de amor, de lucha entre la realidad y el deseo, «resistencia autogestionada del yo frente al mundo», define.
A la hora de la verdad, un libro como este Te vi marchar nos plantea una gran duda, la de si somos lo bastante buenos como para ser mejores a partir de una gran pérdida. Aunque sólo sea por este planteamiento merece la pena afrontar esta lectura.
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Autor: Robert Richardson. Título: Te vi marchar. Traducción: Teresa Lanero. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros.
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