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Lo que no se olvida nunca

Lo que no se olvida nunca

Javier Morales ha escrito una excelente novela corta de poco más de cien páginas de gran riqueza en la que recoge dos de sus grandes inquietudes, mostradas ya en otros libros: su sensibilidad por la naturaleza (en los ensayos El día en que dejé de comer animales y Las letras del bosque) y el análisis de los temores y anhelos de un adolescente (por ejemplo en varios cuentos de La moneda de Carver).

La novela nos traslada a un pueblo extremeño pegado al parque natural de Monfragüe y a las orilla del Jerte en la década de los 70 y 80. Narra las peripecias de dos amigos inseparables, sus traiciones y afectos, sus emociones ocultas y la nostalgia de lo perdido. El contexto es el de una España humilde si no pobre, cerrada en sus costumbres, donde tanto la violencia de un profesor sobre los alumnos como de estos entre sí, junto con los estereotipos y las enseñanzas del catolicismo, son la cultura que determina la existencia de cada cual. Vemos el paso de la niñez a una adolescencia donde, en el caso del protagonista, se quiebra su creencia religiosa, experimenta el gusto por el saber y la lectura, asiste a las primeras acciones de un grupo de Greenpeace, y descubre su vocación de periodista; rupturas del cerco de lo establecido que lo llevan a desear una vida alternativa.

"Una novela deliciosa, un acierto que nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos y nos estimula a entrar en el propio pasado y contemplar desde ahí los fundamentos sobre los que hemos ido haciendo la vida"

La narración añade a la rememoración de esa época del protagonista sus reflexiones desde su madurez. Por más que se trate de una memoria personal y bien situada, tiene mucho de retrato generacional y también de revelación de experiencias universales de los chicos. Así, las dudas sobre uno mismo, la mirada sobre el entorno familiar en que se ha criado, la manera en que la presión de grupo lleva a traicionar los propios sentimientos, las contradicciones y cambios de humor, el despertar del deseo sexual o el primer enamoramiento. El personaje protagonista se retira a orillas del río o de un embalse simplemente a meditar, a dejar que ese caos de sensaciones y misterios apenas entrevistos se apacigüen; el paisaje, sobre el que reflexiona a menudo, acompaña a su evolución y quedará en él como un signo de la belleza que ha de ser preservado.

Morales escribe una prosa de frase breve que, sin embargo, no fatiga y que entiendo como una manera de ayudarnos a detenernos en los detalles, «lo más importante de la vida», como dice el narrador; a no dejarnos correr como lectores, sino a que la experiencia contenida centre nuestra atención, expresada siempre de una manera concisa, exacta, y hermosa. «De la foto solo quedo yo. Mis padres ya no están. Se fueron arrugando con los años hasta volverse una raíz y regresar a la tierra». «Marcos se sonroja. Tiene las manos entrelazadas sobre el regazo. Mira al cielo azul. Dos buitres leonados se mecen en el aire, giran en círculos y bordean el farallón, deslizan las patas y se posan en uno de los peñascos». «Escribir es lamer nuestras heridas, Marcos, cicatrizar ese abrazo». «El corazón baquetea mi cuerpo, es un tambor, su redoble resuena en mi cara ardiente, mis labios tiemblan como el agua hirviendo».

Una novela deliciosa, un acierto que nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos y nos estimula a entrar en el propio pasado y contemplar desde ahí los fundamentos —corregidos luego o no–—sobre los que hemos ido haciendo la vida. Como decir Monfragüe, el paisaje que nos respalda y persiste en cada uno.

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Autor: Javier Morales. Título: Monfragüe. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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