La policía abre fuego contra una protesta de estudiantes en la Universidad de Salamanca y causa la muerte de varios estudiantes. La reacción del joven periodista Pío Baroja es este descarnado artículo por el que se vio obligado a rendir cuentas ante la justicia. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.
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Hay en la vida española, reflejada en lo que se llama los órganos de la opinión, un convencionalismo y una falsedad estúpidos. Se asesina inicuamente a unos muchachos en la Universidad de Salamanca, y hay periódico que clama más contra la profanación del Claustro que contra el asesinato de esos pobres muchachos.
¿Qué nos importa a la mayoría de los españoles el que esos políticos sean hábiles o torpes, mientras sus habilidades o sus torpezas no trasciendan a nuestra vida?
A nosotros, a los que queremos vivir tranquilamente de nuestro trabajo, nada nos importa que ese Silvela se crea un genio de la literatura y de la política, ni que Maura se figure ser un Mirabeau porque ha aprendido el arte de decir vaciedades en el Charladero Nacional y ha asombrado con su oratoria presuntuosa y relamida a los papanatas de la Magistratura.
En un país como este de imbéciles, las condiciones del charlatán lo hacen todo.
A nosotros, los que vivimos modestamente, no nos importa estas cuestiones políticas que no nos atañen; lo que sí nos importa es que se atropelle a la gente y se dispare a mansalva sobre la muchedumbre indefensa; lo que nos importa es ver niños muertos a balazos, mujeres arrolladas, jóvenes apaleados.
A nosotros nos importa que se profane una Universidad, aunque sea la de Salamanca, porque sabemos que las Universidades en España no son más que centros de estupidez y de pedantería; lo que sí nos importa es que se asesine a los jóvenes en la Universidad, en la calle, en el teatro, en cualquier parte.
Que se hunda la Monarquía o que se levante la República, para nosotros es igual; siempre habrá los mismos conventos, los mismos curas, los mismos generales, los mismos magistrados; siempre habrá funcionarios que puedan decir ante eso que llaman el altar de la Patria: Ave, Patria; los que van a comer te saludan.
A nosotros, los que no nos metemos en política ni hemos de prosperar con sus martingalas y sus farsas, nos tiene sin cuidado los éxitos o los fracasos de este o del otro hombre público.
Lo que sí nos importa, lo que nos podemos consentir, es que en las calles nos atropellen y nos traten como a borregos.
Y que lo sepa Maura, Silvela, el gobernador, Dios padre: si esos brutos de polizontes siguen atacando a la gente tranquila, nosotros, los hombres sin partido político alguno, los que no queremos más que vivir y trabajar en silencio, seremos los que contestaremos. Y a esas advertencias saludables del Mauser necesitaremos contestar con la réplica no menos saludable del revólver.
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Artículo publicado en El Globo el 5 de abril de 1903. © Herederos de Pío Baroja.
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