—¿A Murcia? ¿Y a qué vas a Murcia? —Le pregunta en Barajas a mi esposa el agradable Policía Nacional gallego, lugar mucho más cosmopolita y meritorio de visitar, al menos para saber dónde nacieron Franco, Fidel Castro, Raul Castro, Fraga, Feij… Ejem, lo que me gusta la fruta.
Volver a casa… Y no solo por Navidad. Qué caro se hace en todos los sentidos. Y qué necesario. Qué doloroso ver cómo la tierra que conoces con los ojos cerrados sucumbe a la globalización, oscilaciones económicas y, aún peor, al cambio climático. Los padres más grises, doblados. La tierra más desnuda, carente de verde. Calles aspirantes a modernidad, pero que aún así se extienden sobre complejos moriscos y romanos, con las mismas manchas, las mismas esquinas, las miradas oscuras de siempre. Calores horrorosos para las fechas, cualquier fecha. Fuegos forestales en lugares que son tanto parte de mi casa como las cuatro paredes en las que crecí… en fin, que no voy a ser yo el que niegue la entropía, o su necesidad.
Pero es mi edad la que más afecta a la Región. Y lo mejor que puedo hacer es sacar una enseñanza. Que si uno sabe donde buscarla no cuesta dinero y genera la mayor ganancia.
Verán, esa zona de la península con montañas submarinas tan bellas como las expuestas seguirá ahí cuando yo no esté. Y es cierto que la higuera de mi infancia ya no está. Que las casas de mi familia mutan, decaen y se alejan de mi memoria. Que mis seres queridos envejecen mientras yo vivo atado a una dinámica que no me pertenece porque, simplemente, yo no pertenezco aquí. A este mi aquí. Pero la Región seguirá donde está cuando yo ya no esté. Y lo mejor que puedo hacer es lo contrario al jodido carpe diem, pero demasiado cercano como para que me sienta cómodo: disfrutar de su sol, del silencio, del acento maldito, de las quejas de los que quiero, de esa cerveza que los murcianos adoramos, y de un Mediterráneo que ha conocido días mejores, pero que los verá, sin duda, peores. E ignorar lo que mi memoria, en parte certera y en parte atrapada en un pasadizo de espejos, busca.
Visitar mi tierra solo me recuerda que la barba se me ha cubierto de canas a los 33 años. Que extraño a seres queridos a los que nunca más veré. Y que querría cuidar mejor de los que tengo más lejos.
No quiero tener que escribir un libro a la memoria de mi madre, de mi padre, ni de nadie de mi familia. No quiero tener que expiar el pecado de no haber estado el tiempo suficiente con ellos. Por eso cruzo el Atlántico cada vez que puedo. Tengo la familia en dos lados.
Y al mismo tiempo, aquí estoy, salvando corales, educando críos, sacando títulos, concienciando sobre la importancia de proteger el medio ambiente. Y no sé qué mas mierdas que si a mí no me interesan, he de asumir que a ustedes menos.
Y yo cada vez más convencido de la soberbia de creer que el medio ambiente necesita que lo protejamos. Es decir, más seguro de lo vano de mis acciones. Somos la especie que piensa que tiene derecho a destrozar un arrecife de coral centenario en Tahití para organizar la competición de surf de los Juegos Olímpicos de 2024. Esa misma especie que se cree preparada para remediar las catástrofes medioambientales que genera. Darwin fue el primero en matar a Dios —te jodes Nietzsche—, pero nos dimos prisa, incluso los que niegan la Evolución, en ocupar su pedestal.
¿Les digo mi experiencia y opinión? Tras décadas dedicado a esto, metido hasta la barbilla en la basura de la degradación ambiental y los supuestos proyectos de restauración/conservación, no he visto un solo caso, ni uno, que sea exitoso al 90%. Y deberíamos ser capaces de restaurar el medio ambiente al 100%, si tan superiores somos.
Algunos dirán que este palurdo no entiende de política o de intereses económicos. Puede ser. Me esfuerzo activamente en no entender de nada. Pero en este caso me atrevo a repetir algo que ya dije antes: entropía, señores, señoras y señorxs —no soy amigo de extender los párrafos con todos los equivalentes de género, pero desde que un viejuno con chaqueta de cuero y filofascista, que nos llama marxistas a los medioambientalistas, se ha tomado la molestia de legislar para controlar cómo hablan las personas, como que me da por hacer lo contrario—. Hasta donde yo sé no tengo afiliación política, pero estoy abierto a que gente de horizontes más amplios me ayude a encontrar la verdad.
En cuanto a la resiliencia del medio ambiente, yo sé que existe. No creo en ella, pues esto no es una religión. Pero soy perfectamente consciente de nuestra capacidad, según van las tornas, de escalar la fusión fría, la computación cuántica, y hacer posibles unas cuantas cosillas que hasta ahora no hemos podido resolver del todo, para recrear la Guía del Autoestopista Galáctico. Estiramos la histéresis ambiental más que los independentistas catalanes, la verdad.
No sé cómo lo hacemos, pero a cada pasito que damos el peligro existencial aumenta. Pero es que, lo que es a uno, ya le da igual. En cada revolución tecnológica, desde las herramientas de sílex, pasando por la rueda, antibióticos, fertilizantes sintéticos, el motor de vapor, la fusión nuclear, internet… hemos demostrado que nosotros somos el mono con la metralleta en la sala. Un mono bizco, con convulsiones en los dedos y una extraña afición a olernos los traseros. Si alguien tiene el poder para desentrañar los secretos de la mecánica cuántica y afectar a la estructura del universo, esos somos nosotros. Los micos.
Ya, quizás en otro texto en el que tenga más paciencia, les explicaré cómo se conecta todo esto de fusión nuclear, Inteligencia Artificial… y la estructura cuántica del universo. Pero no hoy, que todavía quiero apagar las cosas digitales y leerme medio libro. Casi cualquier medio libro.
A lo que iba es que la pregunta de a qué va uno a Murcia no ofendió mi sentido patrio. Porque no existe. Pero me hizo gracia. Porque yo veo mi tierra cambiada, a mi familia cambiada. Pero esta criatura descuidada, cabra hija de la montaña y la costa murciana, aún necesita regresar. ¿Explicaciones psicológicas y biológicas para esta necesidad? Sin duda. Pero, como siempre, no me interesan. Así que, señor agente, cuando las oposiciones exijan aprender a leer, ayúdeme con eso, ¿a qué voy a Murcia?
A ustedes, que quizás sueñen con visitar lugares exóticos, sin ningún juicio de mi parte de por medio, piensen en Kant, en su vida cadenciosa y predecible, en su habilidad para encontrar ideas, como la Crítica de la razón pura, anidadas en los nudos de los robles, o en el trasluz de la sabia de pino de su Königsberg natal, de la que nunca se alejó más de 16 kilómetros.
Me se ocurre que si todos supiéramos encontrar la calidez del hogar en el lugar al que hemos ido a parar —y aquí no incluyo naciones menos afortunadas y forzadas a desintegrarse—, si entendiéramos que hay cariños, solaces, novedades, sueños tejidos cada día entre los renglones de aquello que no valoramos porque es cotidiano, el mundo sería un lugar un poco mejor. Al menos no habría cretinos comiendo vaca japonesa en Europa, gourmets quemando dólares por esas raras trufas blancas que crecen al otro lado del Atlántico, nipones extinguiendo uno de los peces más maravillosos del océano… En fin, que puede que la cosa fuera mejor con algo de menos globalización. Con más mesura, con menos voceros como yo dando una opinión que nadie ha pedido.
No es esto una defensa del estado autárquico, esto también va en contra de la entropía y la termodinámica. Es más bien una llamada al sentido común. Y el sentido común es algo que la termodinámica y sus dos leyes aman por encima de todo. Hasta el punto que no hay sutura de nuestro día a día que no esté gentilmente guiada por ellas.
La física y la filosofía son la misma cosa. Y yo amo la primera, aborrezco la segunda, y no puedo evitar encontrarlas relacionadas como no se puede evitar encontrar que los fotones se difractan al contacto con las gotas microscópicas de lluvia. Arcoíris, señorxs. Arcoíris y poco más es lo que nos queda al final.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: