Javier Díaz, o sea, Locus, rapero patrio pata negra, primer espada de la cosa bien como integrante de Duo Kie, bien en solitario, ha estampado su nervio lírico en un poemario que se llama Cartas de vida y vuelta (BoltMusic, 2023), que presentó hace unas semanas en el Aleatorio y, oh, milagro en el sector, se está vendiendo: la segunda edición, cuenta a Zenda, está a punto de agotarse. El MC ofrece un desnudo integral —literario, quiere decirse— en un libro bravo, con sustancia y verdad, en el que se huye del postureo y del artificio. Locus escribe desde la luz y desde la sombra, según toque. Pero, sobre todo, Locus escribe desde las tripas. En sus versos hay pulso y sangre. Y va de frente, cosa que es muy de agradecer. Conversamos en el Templo del Gato, entre Cortilandia y el Varela, donde Paco Pravia.
—Locus, ¿alguna vez ha pensado en cómo le gustaría ser recordado?
—¡Guau! (Piensa) Es una pregunta mucho más compleja de lo que parece, ¿eh? Lo he pensado alguna vez y, fíjate, creo que nunca he tenido clara la respuesta. Supongo que, al final, los que escribimos y los que hacemos arte, de alguna manera, rap o lo que sea, queremos que se nos recuerde por nuestro curro. Luego está la respuesta fácil de que fui una buena persona (risas). No podría, ahora mismo, darte una respuesta concreta. Es tan compleja tu pregunta…
—Una pregunta que se me ocurrió leyendo un verso suyo: “A los valientes no les preocupa el recuerdo que dejan”. Y va otra que deriva de ahí: ¿se considera un valiente?
—Sin pecar de ego, sí. Más que valiente, soy cabezota. He sido muy cabezota. Siempre he querido hacer aquello que amaba, darle prioridad a aquello que me gusta. Me he encabezonado muchísimo, muchísimo. En ese aspecto, creo que ser cabezota se parece a ser valiente.
—¿Qué le da miedo?
—Dejarme cosas en el tintero. Eso sí que me da pánico. Quizá por lo ateo que soy, soy muy consciente de que tenemos un disparo, sólo una vida para vivir. Y no me quiero dejar nada en el tintero. Prefiero exprimir la vida a tope e irme de aquí derrapando, vamos (risas). Derrapando, dando vueltas de campana y con la sensación de que he vivido una vida que merecía la pena. De que he hecho aquello que me gustaba.
—Escribe que “el problema no es tener enemigos”, sino “tener miedo al enemigo”. Cuénteme más.
—He estado muchos años entrenando en artes marciales. He estado peleando mucho tiempo. Te acostumbran a perder el miedo, a que cuando subes a un ring, lo primero que tienes que vencer no es al tipo que tienes delante, sino a ti mismo: a todos los miedos que te genera el subir a un ring. Entonces, tienes que aceptar que en la vida vas a tener enemigos y vas a tener problemas y vas a tener situaciones complicadas. Es parte del camino. Lo típico que dicen de que los baches son parte del camino: es normal. Ahora, hay que tener narices para saber que hay que tirar p’alante.
—¿Tenía razón Borges cuando decía que “el olvido es la única venganza y el único perdón”?
—Diría que sí.
—¿Usted se olvida de sus enemigos?
—Me gustaría hacerlo (risas). Con el tiempo, sí. Pero es un trabajo de años. Es uno de mis grandes problemas: suelo ser bastante rencoroso. Me gustaría quitarme eso de encima, pero no me sale.
—¿Sigue pensando que una palabra “vale más que mil imágenes”?
—Siempre. Porque una palabra evoca. Una foto del mar es el mar, pero cuando te dicen “mar”, ¿cuántas cosas te pueden venir como mar? ¿Cuántas veces has estado? Te puede recordar a la vez que estuviste navegando, a la vez que viste una ballena… Eso lo he pensado desde pequeño, de verdad.
—Y aquí está usted, mostrándose a través de las palabras.
—Aquí salgo en pelotas, sí. Además, me gusta. Escribir así es un ejercicio de desnudez lírica, absolutamente. De hecho, ha habido cosas que, cuando las he escrito, he dicho: “¡Hostias!”. Efectivamente, es como verte desnudo en el espejo. Y me ha gustado. Me he llevado mis sorpresitas. Cuando escribes como yo, de un modo muy visceral… De hecho, tengo que corregir mucho. Cuando tengo un sentimiento o una cosa que me empuja a escribir, escribo y saco todo lo que tengo en la cabeza, en el corazón o donde sea. Y luego tengo que tachar y corregir hasta conseguir hasta que tenga un buen estilo, hasta que considere que está bien escrito. Pero lo hago de un modo muy visceral. Y luego, cuando leo lo que he escrito, ¡guau!
—¿Por qué cree que “nos educan para no escuchar”?
—Nos educan para no escucharnos a nosotros mismos. Tenemos un sistema educativo y un sistema social que necesita peones, piezas que hagan que el engranaje y toda la maquinaria siga funcionando. Imagínate que todos peleáramos por nuestros sueños. En una parte escribí que si todos quisiéramos ser el rey, ¿quién quisiera ser el bufón? Sí, nos educan para eso. Perseguir tus sueños es un ejercicio de rebeldía.
—¿Está el mundo anémico de silencio?
—Totalmente. El tema de las redes sociales, la contrainformación, toda la desinformación, todo lo que vemos en las noticias, que, últimamente, ves un telediario y parece que está hecho para escandalizarte, ponerte de mala hostia y te entran las ganas de matar a alguien… Tenemos mucho ruido y, además, un ruido muy incómodo y muy feo.
—¿Qué tipo de monstruos produce ese ruido incómodo y feo?
—Ahí tenemos al fascismo renaciendo. Los monstruos de ahora son los que ya hemos vivido hace ochenta o cien años. Me parece alucinante que, después de todo lo que debiéramos haber aprendido después de la II Guerra Mundial, a día de hoy, veamos el fascismo crecer otra vez del mismo modo que creció en su momento en Alemania, por ejemplo: mintiendo, generando bulos, haciendo que se odie al inmigrante, al judío, en aquella ocasión… El NSDAP era empujado por el dinero que le metían las grandes empresas para pelear contra los derechos sociales, contra una cierta justicia social que le venía muy mal a los empresarios en aquella época. Y ahora está pasando exactamente lo mismo, ¡es igual! Parece que sólo lo aprendieron en Alemania, donde no permiten que haya partidos fascistas. Y aquí estamos comprándolo, pero vamos…
—Por cierto, de verdad piensa que, “Como los mayas”, “quizá merezcamos extinguirnos”?
—Desgraciadamente, en este libro, como te digo, soy un poco rencoroso y hay mucho resentimiento hacia el ser humano en general y hacia donde veo que está caminando. Estamos liando una con el planeta… El año pasado, salió una noticia de que habían matado el último rinoceronte gris, creo. Me hizo pensar un montón: ¿qué tipo de persona tienes que ser para saber que de ese animal sólo queda uno, en todo el planeta, y todo tu afán es pegarle un tiro? ¡Qué tipo de persona tienes que ser! Si somos capaces de extinguir a otras especies por puñetera diversión… ¿qué tienes en la cabeza?
—Vamos acabando, Locus. ¿Cómo conjuga usted el verbo “madurar”?
—Soy una persona que siempre ha tenido muy presente a su niño interior. Hay mucha gente que no le deja salir; yo no le dejo entrar. Disfruto muchísimo de eso. Y creo que eso, en gran medida, me ha hecho ser la persona que soy. Con el tiempo, me he dado cuenta de que es una de las cosas que más me gustan de mí mismo: que sigo siendo un peque, que sigo sorprendiéndome, que sigo, con 51 años, yendo al gimnasio todos los días, que me emociono con las cosas y me gusta emocionarme… Eso me gusta de mi forma de ser. Entiendo que madurar es aprender, pero no renegar de tu esencia y de ese niño pequeño que no tiene por qué crecer. Si al niño pequeño le gusta jugar y ser feliz, déjale que siga siendo feliz hasta los noventa años (risas), si puede ser.
—¿Qué dicen de usted las canciones elegidas para su fiesta de despedida?
—Primero, que me gustan muchos tipos de música. Segundo, que respeto muchísimo la música. Y, como la respeto, no verás un solo tema de reggaeton en esa lista (risas). La música es una vía, un medio para conseguir conectar con algo que tenemos por ahí. Duke Ellington decía que somos responsables de todo lo que metemos en nuestro cuerpo, de aquello de lo que nos alimentamos. Si sólo comes patatas fritas y hamburguesas, acabarás gordo como una foca; si sólo ves Telecinco y estás con cuenta de Instagram estúpidas, ¿con qué alimentas tu cerebro? De este modo, si la única música que escuchas es reggaeton y cuatro gilipolleces… Sé crítico y sé exigente. Y eso te lo da escuchar Moderat, Pink Floyd, Bob Marley… Investiga un poco y exige calidad en aquello con lo que alimentas tu corazón y tu alma, en la música y en el arte.
—Y, para finalizar, hábleme de su proyecto CICATRICES.
—Es un proyecto en el que en vez de sacar un disco, decidí hacer una serie de canciones bajo ese paraguas: CICATRICES. Son canciones muy íntimas. Realmente, todas las canciones las escribo muy desde dentro. Y saco una canción con un vídeo al mes durante todo el año. Ahora pararemos en junio, nos vamos de vacaciones y en septiembre retomamos. Después tengo gira por España, por Latinoamérica, otro libro que estoy escribiendo y, seguramente, seguiré con el proyecto CICATRICES.
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