“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta”.
Este es uno de los comienzos más famosos de la literatura: la historia relatada por Humbert Humbert a punto de ser juzgado por homicidio. La historia que todos conocemos, la que homenajea Dicker en el que se ha convertido en uno de los fenómenos literarios de los últimos años, la que Kubrick dirigió… Una novela que muchos hemos leído y sobre la que parece que todo está ya dicho como para venir ahora a recomendarla. Pero sigamos leyendo la novela, pasemos a la siguiente oración:
Este es posiblemente el punto más importante de la novela, el que nos da la pista exacta de lo que nos vamos a encontrar en el libro: el gran juego de Nabokov; y es que el ruso, profesor y crítico literario, optó por escribir esta novela en inglés. Por eso mi propuesta esta semana pasa por hacer una lectura diferente de la novela y no quedarnos en la perversión y tampoco en el erotismo que el autor refleja hasta el punto de lograr la fascinación del lector y que hizo que la novela fuera catalogada como erótica cuando se intentó publicar por primera vez, sin tener en cuenta que, a la postre, trataba de una menor y un hombre adulto. La novela se articula en torno a la relación entre Lolita y su padrastro, y en ella el autor refleja un juego de seducción en el que la niña participa hasta que llega el punto de no retorno, que es el que utiliza el propio Humbert para aprovecharse de ella. Y el gran mérito de la novela es no perder interés, lograr que el lector permanezca cautivo de sus juegos de palabras, de un cierto lirismo con el que seduce al lector, pese a lo que está contando. Hasta que finalmente el lector cierra la novela y se da cuenta de que, al igual que Lolita, ha caído en el juego y se ha terminado la novela. Una novela que permanece en la memoria aunque uno proteste precisamente por lo que relata. Humbert es, además, un personaje doblemente desarrollado en la novela. Por un lado el autor le dota de una historia que hubiera podido resultar triste o perturbadora y que se desarrolla antes de llegar a casa de las Hazel, y por otro le rodea de un halo que lo condena desde la elección del nombre. Humbert Humbert se repite, como tantas cosas a lo largo de la novela. Su sonido se parece a la sombra de un hombre, nos lo define (“ombre” si miramos el francés, “hombre” en castellano), pero también nos empuja a pensar, algo que de hecho aparece en la propia novela, si no tienen todos los hombres esa sombra dentro. Lo repudiamos: miente, abusa, sabe lo que hace, pero lo seguimos leyendo. Leemos su atractivo, sus peores pensamientos y su descenso a los infiernos, que él mismo se busca. Y todo ello lo hace el lector rodeado del lirismo que Nabokov no abandona en toda la novela: el propio Humbert se reviste de lirismo incluso ante el jurado para evitar dar nombre a los actos cometidos, logrando con ello un contraste que cala en los huesos del lector. Y es que no tarda en darse cuenta de que por mucho que haya una muerte en la novela, la verdadera muerte es la de la infancia y la inocencia. Lolita fue, valga la redundancia, la culpable de que ese término, “lolita”, haya llegado hasta nuestros días cargado de sexualidad temprana.
En Lolita el escándalo no está en lo narrado. Si el lector se fija, la novela es escandalosa porque el autor quiere que lo sea. Es el autor el responsable de poner en la boca de sus personajes las palabras que van a definir la novela más allá de las insinuaciones y los juegos que pueda representar en ella. De este modo consigue que se desdibuje la línea que separa lo real de lo imaginario, introduce en la mente del lector hechos que no especifica por la simple definición de los mismos. Humbert Humbert se adueña del texto para dar una visión en la que no deja que nadie salga indemne: ni siquiera el lector.
Esta semana, os invito a leer Lolita, una obra maestra de la literatura que, en cada lectura, descubre una nueva sombra, un nuevo truco sin trato en el que el autor nos ha hecho caer. Y os invito a hacerlo sabiendo que quien cuenta la historia no solo es consciente de la moralidad de sus actos, sino que también lo es del poder de las palabras. Y si alguien aún lo duda, lean por favor en voz alta las primeras palabras en inglés, tal y como fueron concebidas, y háganlo despacio, sintiendo como él nos pide al final, los lugares a los que uno lleva la lengua y los labios:
“Lolita, light of my fire, fire of mi loins. My sin, my soul. Lo-lee.ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta”.
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