Long live, Lisboa. Pasen y lean, I’m going to speak now. Aquí no hay sesudos análisis musicales, ni consultas a profesores universitarios expertos en literatura inglesa impartiendo cursos sobre Taylor Swift, sus letras y sus referencias a Shakespeare, Emily Dickinson, Sylvia Plath, Samuel (Taylor) Coleridge, Robert Frost, F. Scott Fitzgerald, Daphne du Maurier, J. M. Barrie, The Secret Garden, etc. Tampoco a la infinidad de guiños musicales a otros grupos/artistas que hay en su discografía ni rankings de la misma. Ni siquiera una elaborada elucubración intentando explicar el porqué y el cómo una rubia de metro ochenta que componía canciones a la guitarra con doce años in a state of grace ha desatado una fiebre comparable a la Beatlemanía, convirtiéndose en The One (aunque ella se defina, acertadamente, como la mirrorball que encarna durante horas en sus conciertos).
Long story short, esto no es más que una crónica a vuelapluma de la experiencia lisboeta de una swiftie y su acompañante. The story of us embarcados en un viaje en coche hacia la ciudad del fado para escuchar a un grupo de rock nacido en Tennessee (Paramore), y a Taylor Alison Swift, cantante, guitarrista, pianista, compositora, productora… —considerada por muchos la mejor letrista de su generación—, nacida en Pennsylvania en 1989. En el asiento de atrás, un veinteañero que ha conseguido entrada en pista se nos une vía Blablacar. A la vuelta lo hará una treintañera de Michigan residente en Chueca. Los caminos del swiftismo son inescrutables.
Es viernes 24 de mayo y la luz del sol baña Lisboa al cruzar el puente 25 de Abril. Los free tours de la ciudad cierran a ritmo de «Shake It Off» y junto a la torre de Belém un violinista se arranca a tocar «Love Story», dejando enchanted a la mayoría de los paseantes. Por la ciudad desfilan infinidad de personas luciendo merchandising del Eras Tour, algunas camisetas de fútbol americano de los dos hermanos Kelce y de la banda indie The National —Aaron Dessner es uno de los «protegidos» de este fandom—. Mientras, conductores de autobús desde diversos puntos de España se colocan pulseras de la amistad en la muñeca (cortesía del pasaje) y en vuelos con destino a Lisboa y Oporto la megafonía se suma a la Taylormanía. Los criptoswifties, que en la península normalmente van de paisano, han salido del armario estos días, fearless y, para sorpresa de algunos, son legión.
Es el preludio a los dos conciertos que la estadounidense y su banda —The Agency— darán en Lisboa, y la expectación es inmensa: nunca antes han pisado Portugal. Ante la dificultad para conseguir entradas, muchos de los espectadores viajarán por media Europa para asistir a estos eventos —el hecho de que las entradas de Madrid, Roma y Lisboa hayan sido las más caras del continente es otro factor—, pero aun así llama la atención la escala de la invasión española en la capital lusa, que los locales han asumido con la amabilidad de quien ya está acostumbrado.
Con una sola fecha anunciada inicialmente para Madrid, ciudad que hace trece años —tenían que ser trece— que Taylor Swift no visita (nos ahorraremos las bromas que circulan entre el fandom achacando esto a su paso por El hormiguero), Lisboa era la opción más asequible para muchos españoles, así que en las colas se habla sobre todo español y portugués, pero también mucho inglés, alemán y varias lenguas nórdicas (entre otras).
Cabe destacar la falta de incidentes para un acontecimiento de estas dimensiones: alrededor de 64.000 asistentes cada noche, más quienes acudieron simplemente to dance right there in the middle of the parking lot, más acompañantes… lo cual da una idea de la capacidad de movilización de masas de esta mujer. Los swifties han “roto” las páginas de Ticketmaster intentando conseguir entradas, Google resolviendo puzles para 1989 Taylor’s Version, Spotify… y todos y cada uno de los récords habidos y por haber. No hubo peleas, borracheras o destrucción de mobiliario público. Cuando tocó esperar se intercambiaron pulseras con sus letras preferidas o se entonaron canciones. Este es el ambiente que la mujer que se mudó a Nashville persiguiendo una carrera musical es capaz de conjurar.
Algunos lograron entradas a última hora en el propio aparcamiento o compartiendo códigos —cada uno daba acceso a cuatro entradas… aunque no garantizaba conseguirlas— con personas a las que ni conocían, organizándose a través de grupos de Telegram o WhatsApp —ahí destaca la labor de punto de encuentro y asesoramiento para evitar estafas que creadores de contenido como Eloy Cobera o Yol, y cuentas de Twitter como Taylor Swift España o Taylor Swift Portugal (tras las que hay swifties a los mandos difundiendo información) llevaron a cabo—.
Es la otra cara, la más silenciosa, de un fenómeno masivo cuyo rostro menos amable —como en casi todo— suele aparecer en ocasiones en redes sociales, algo que la propia cantante recuerda a su público en canciones del set de su último álbum, The Tortured Poets Department, haciendo referencia a una carta que algunos fans difundieron en redes durante el pasado verano intentando influir en su vida privada.
Por contra, la promotora responsable de la organización en Lisboa es la que ha dado más que hablar (y no para bien) desde el concierto de Brasil, donde una asistente de tan solo 23 años murió por un paro cardiaco provocado por la deshidratación y las altas temperaturas. La primera noche de concierto en Lisboa, y renegando de la normativa publicada en días previos, en muchas puertas de acceso se negó la entrada con agua, cualquier tipo de comida, baterías externas para móviles, cables, etcétera… Faltaba personal, el concierto tuvo que retrasarse y aun así, cuando los teloneros, Paramore, terminaron su set (que suele durar unos 40-45 minutos), prácticamente toda la grada superior continuaba en la calle sin poder acceder al Estádio da Luz.
Taylor Swift tiene muchísimas tablas ya desde su primer álbum, publicado en 2006, y una carrera cuyo éxito se apoya tanto en su talento para componer letras que llegan a mucha gente —es experta en crear piezas tremendamente descriptivas sobre esos pequeños y devastadores sentimientos que nadie confesaría ni a sus mejores amigos para que luego se griten a pleno pulmón en un estadio— como en su habilidad para conectar con su propio fandom (no hablemos ya de ser una maestra del marketing). Compensó como pudo a un público entregado —Swift ama las multitudes ruidosas, aquí you don’t need to calm down, you’re not being too loud— pese a todas los inconvenientes: con mashups de canciones sorpresa extremadamente codiciadas por quienes escuchan su música.
Aunque las cosas funcionaron mucho mejor el segundo día de Lisboa, en España persiste el miedo a que lo mismo se repita en Madrid, especialmente en lo referente a la entrada de botellas de agua, baterías (con entradas digitales, colas largas para accesos en pista y mucha gente de fuera de la capital que depende de Google Maps para deambular, tampoco es cuestión baladí quedarse sin batería en el móvil) y tiempos de acceso al Bernabéu, ya que se trata de la misma promotora, y pocas horas antes del concierto sigue habiendo cierta confusión. El tema del acceso del agua y la comida ya ha provocado que la asociación Facua ponga una denuncia a la promotora bilbaína Lastur Bookin S. L. por incurrir en esta cláusula tan abusiva que pone en riesgo la salud de los espectadores.
Prohibir el acceso con bebida o comida a los conciertos de Taylor Swift es una práctica abusiva que además puede poner en riesgo la salud de los espectadores. Hemos denunciado a la promotora pero el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid siguen sin actuar. pic.twitter.com/gvxqOoq2lw
— FACUA (@FACUA) May 25, 2024
Perderse a una banda de teloneros podría considerarse algo sin importancia en otras circunstancias. No es el caso. Para la gira europea se trata nada más y nada menos que de Paramore, uno de los grupos referentes del rock contemporáneo y a los que más difícil resulta ver en Europa (fuera de Reino Unido). Ganadores de tres Grammys, dos de ellos durante la última edición al Mejor Álbum Rock y la Mejor Actuación Alternativa, suman ya alrededor de 20 años de carrera a sus espaldas. Los de Tennessee, liderados por Hayley Williams —pura dinamita en el escenario— demostraron que tienen mucho más que ofrecer que aquel punk-pop que les lanzó al estrellato durante sus primeros años y que son como el buen vino: los años no hacen más que pulir y madurar su estilo musical de rock alternativo, sus acordes y sus letras.
Sábado 25 de mayo. A la salida del metro de Alto dos Moinhos, junto al Estádio da Luz, una joven reparte botes fríos de kombucha Lipton. Las colas parecen bien organizadas por sectores. Se da acceso preferente a las personas con movilidad reducida. Se permite pasar con agua y baterías. El público logra entrar a tiempo y sin incidentes (más allá de que a quien suscribe estas líneas le habían vendido un asiento de acompañante de movilidad reducida que no existe, y todavía no ha recibido respuesta).
Hay grupos de amigas estadounidenses de más de 50 años. Veinteañeras que han venido solas. Grupos de amigos vestidos a juego. Parejas de todo tipo, condición y edad tomadas de la mano. Nunca tantos estadios deportivos fueron territorio más amable, seguro y acogedor para gays and girls. Shade never made anybody less gay, cierto, pero esto parece entenderse muy bien en Taylorlandia y no tanto en las ligas de fútbol. No en vano mujeres y sector LGTBIQ+ componen una inmensa parte de la audiencia de aquella joven que se crio en una granja de árboles de Navidad.
Se ve a pequeñines de unos ocho años con sus padres. Adolescentes. Treintañeros. Cuarentañeros. No, not only the young van a los conciertos de Taylor Swift, aunque para aguantar aglomeraciones en transporte, colas de entrada, tres cuartos de hora de concierto previo (unas siete canciones), una pausa amenizada con música, y tres horas y pico de concierto más (al menos 46 canciones que no alcanzan a rozar ni el 25% de su discografía)… hace falta resistencia, si no juventud. Y sin embargo, mientras cae el confetti durante la última canción, uno se pregunta si is it over now? Nadie quiere que termine.
La misma diversidad se aprecia en el vestuario. Outfits tan discretos como un vestido blanco veraniego o una camiseta personalizada, o tan llamativos como las réplicas de los bodys de lentejuelas que Swift luce en el escenario o de la indumentaria que ha llevado en ciertos vídeos musicales. Conjuntos que homenajean a los distintos discos de la artista y momentos considerados épicos dentro del lore swiftie. La mayoría, eso sí, estén en the bleachers o no, llevan sneakers. Mucha purpurina, flecos dorados y curiosa abundancia de señores que han decorado sus calvas con pedrería para ir bejeweled. Algunas camisetas de Boygenius y de The National: la influencia recíproca y las colaboraciones entre la cantante que se inició en el country y los sad dads son una de las mejores cosas que la música nos ha dado en los últimos años. Por el rabillo del ojo diviso a alguien que ha optado por venir de Stevie Nicks.
Lo que más abunda, eso sí, es entusiasmo. Taylor Swift no salía de gira desde Reputation, en 2018, y desde entonces ha lanzado cinco nuevos álbumes y cuatro regrabaciones con canciones extra. Los conciertos del Eras Tour son catárticos, llenos de júbilo y drama, de una escala épica y una intensidad emocional brutal. Es el poder de Taylor. Los aplausos y el volumen son altos, desde que empieza a moverse el primer técnico de sonido, se retira la lona del escenario, se ve pasar el carrito de la limpieza —quienes sabéis, sabéis— o Paramore sube al escenario.
Vou deixar isso aqui pic.twitter.com/6qng0jJK5V
— Gabe Simas (@gabesimas) May 25, 2024
Una de las mayores alegrías —no sólo para los presentes, también para quienes siguen los conciertos vía live streaming— para los fans de este grupo ha sido la calurosa acogida del público lisboeta. Arrancaron con «Hard Times», siguieron con su versión de «Burning down the house», luego vino «Still into you»… y se vieron obligados a parar por una atronadora ovación de más de un minuto que puso a Hayley Williams de rodillas.
Tras un recibimiento un tanto tibio en otros conciertos europeos —los fans de Taylor Swift y Paramore no siempre son los mismos— el público del Estádio da Luz cumplía, por fin, ambos requisitos. Desde el otro lado del charco se aplaudía vía redes sociales, mientras Europa continental cruzaba los dedos soñando con posibles futuros conciertos de Paramore —It’s just a spark, but it’s enough to keep us going— sin tener que pelear con millones de swifties por las entradas.
El premio fue la cuarta canción (que varía cada noche), una de las más amadas por sus incondicionales: «Last Hope». «That’s What You Get», «The Only Exception», «Misery Business», «Ain’t It Fun», y «This Is Why» completaron la actuación épica del grupo que, emocionado por la acogida, prometía volver a Lisboa (Madrid, ya tenéis deberes).
Nueva ovación, pausa, comienzan los acordes de «Applause», de Lady Gaga, y para cuando «You Don’t Own Me», de Lesley Gore suena, todo el mundo está en posición esperando a que un reloj aparezca en la pantalla, después de esperar ages to see Taylor there. Este es un público experto en easter eggs, sabe quién es Becky, quién es aIMee, qué camiseta llevaba Jack Antonoff el día de la grabación de «Getaway Car», celebra el más mínimo cambio de una nota musical y conoce al dedillo no solo las canciones que van a sonar, sino también todas las posibles combinaciones de vestuario que pueden surgir y hasta los nombres de los bailarines —como Kameron N. Saunders, encargado de gritar nem que a vaca tussa (equivalente a nuestro «cuando las ranas críen pelo» o «cuando los cerdos vuelen») confirmando que we are never ever getting back together (Madrid, más deberes: peticiones para ambas noches a su Instagram u otras redes sociales)—.
En resumen: Taylor Swift, un equipo técnico digno de la mayor de las producciones de Hollywood, sus músicos, quince bailarines, cuatro backing vocals profesionales —The Startlights—, y unos 64.000 backing vocals voluntarios. Canciones de amor, reivindicaciones feministas y LGBTQ+, himnos de juventud, baladas sobre rupturas desoladoras en clave adolescente… o muy adulta. Y también homenajes a su abuela fallecida hace ya más de veinte años con su voz sonando de fondo en los coros, referencias a la ruptura con su anterior sello discográfico… y a quien compró su catálogo, historias ficticias, autoanálisis, e incluso descripciones de cierto momento que nadie vio cuando uno de los capitanes de un equipo de fútbol americano corrió hacia ella tras ganar la Superbowl. Si algo domina Swift es el arte de hacer creer que cuenta mucho de su vida privada cuando realmente es una maestra en componer cinematografía con una única imagen ya viralizada reflejando, eso sí, sentimientos universales.
Es un espectáculo preciosista con tintes de musical de Broadway a ratos —con guiños al musical Chicago o a un estilo años 20 en clave female rage—, viajes a cabañas en el bosque, proyecciones espectaculares en escenario y pantallas, efectos de luz, fuegos artificiales… todo medido al milímetro y con una calidad impecable.
Aun así, hay varios momentos cumbre que no varían durante las más de tres horas del show. Casi todos, curiosamente, en los que TayTay se queda sola con un instrumento en el escenario: uno es la versión acústica de «All Too Well» (diez minutos de canción, el magnum opus de la artista, el momento fuck the patriarchy puede estar entre los que alcanzan mayor volumen durante toda la tarde), otro es «Champagne Problems» al piano seguido de una ovación que en Lisboa rozó los cuatro minutos… y las canciones sorpresa.
Y es aquí, el apartado de las canciones acústicas que varían cada noche, donde según los swifties “Lisboa ganó” (si leen esto aplicado a una ciudad, o la frase «mother is mothering», están tratando con alguien del fandom). Tras un mashup a guitarra de «The Tortured Poets Department» / «Now That We Don’t Talk» (la primera no se había escuchado en vivo todavía), llegaron dos de las grandes favoritas a nivel internacional: «You’re On Your Own, Kid», mezclada con el himno swiftie «Long Live». El estadio se vino abajo o, mejor dicho, the crowds in the stands went wild.
«Karma» es la última canción, we sing it proudly, confetti falls to the ground, y luces y fuegos artificiales ponen el broche final a la noche en la que right there where we stood was holy ground. Dejando de lado todo el ruido y lo que acompañó al proceso de conseguir entradas para este concierto, habrá quien se pregunte: ¿merece la pena? It’s just a question. La respuesta es: «Sí, sin duda». ¿Dudan? Pues miren las caras de los acompañantes no swifties —ese padre con esposa y dos hijas que se vino arriba durante 1989 TV—, del personal de emergencias —con expresiones que pasaban del escepticismo al shock, de la indiferencia a la búsqueda del mejor sitio para grabar con sus móviles, o a la repetición constante de un asombrado «brutal» (aprendimos que se dice igual en portugués)— y de los policías que asisten al espectáculo por imperativo laboral —confiamos en que los ubicados a nuestro lado hayan logrado resolver el misterio del salto a la piscina bajo el escenario que tan asombrados los dejó—. Ahí tienen la respuesta. She comes stronger than a 90s trend.
¿Gastar una fortuna? No hace falta pagar una entrada VIP si no va con su economía. Hay pantallas colocadas en múltiples puntos y a menudo las entradas de visibilidad reducida a buen precio terminan siendo una gran elección.
¿Próxima cita? In the middle of the night, in Madrid. Here comes the loudest woman this town has ever seen. Are you ready for it?
Muchas gracias por una crónica tan bonita, tan bien relatada. Leyéndola me has trasladado a Lisboa, donde me hubiera gustado disfrutar de tan grandioso evento.
Acabo de leerla con una sonrisa de oreja a oreja.
Suspiro alegremente: ¡He estado viendo a Taylor Swift, he visto lo bien que lo ha pasado @yolworld!
Gracias por escribir y disparar