Isa, la protagonista de la nueva novela de la colombiana Lorena Salazar Masso, padece «Maldeniña», tiene una adultez sobrevenida y la necesidad constante de buscar el amor y la atención de su padre en un mal que según la autora acecha a toda una generación latinoamericana.
Y lo hace en forma de una enfermedad que en el caso de la protagonista se manifiesta en un dolor de barriga pero que afecta el alma y que, como si fuera un mal de ojos, trata de quitarse. «Papá no querría a una niña rota», escribe Salazar, que retrata a una «niña sola» a quien hacen más caso las prostitutas o el tabernero, que le sirve un vaso de leche de fresa en una barra llena de borrachos, que su propio padre. Sin embargo, confiesa, «en algún punto todos tenemos maldeniña, diferentes, no el mismo de Isa, pero en algún rincón de nosotros hay un maldeniña que está punzando un poquito».
El término surgió cuando miró atrás a su infancia y le llegó una «combinación de pensamientos, de emociones, de sensaciones que estaban entre la melancolía y la alegría»; la melancolía del pasado y la alegría de la niñez, los «días vivos» y los momentos «efímeros que están llenos de alegría y color. Esa combinación entre esa primavera y ese otoño me hacía pensar que tenía como un maldeniña, siendo el mal como lo viejo, esa melancolía y la niña toda la alegría», define. Lo central es la ausencia paterna, pero la novela «navega todo lo que tiene que ver con el abandono, la ausencia, la soledad», ya no solo del padre pero de casi todos los elementos alrededor de la pequeña.
En comparación con su novela debut, Esta herida llena de peces, que sucedía por el Atrato y donde este río del selvático departamento del Chocó (oeste de Colombia) era casi un personaje más, Maldeniña no se ubica en un espacio y podría transcurrir en cualquier pueblo de carretera.
«Visto desde arriba, el pueblo no puede nombrarse huérfano del abrazo de las montañas. Una vereda larga, un camino, y en los caminos de nadie se queda por elección», escribe Salazar. Isa pasa el tiempo mirando los camiones cruzar y piensa que quienes por ahí pasan «juran que el pueblo es un moridero». A Salazar le interesaban todos esos pueblos por los que pasaba viajando en carretera cuando se preguntaba: ¿quién vivirá aquí?, ¿qué hacen las personas?, ¿cómo se divierten? «Me interesaba visitar ese lugar, que siempre me dio mucha curiosidad, y habitarlo. Eso es lo bueno de escribir, que uno puede permitirse viajar y visitar y vivir en lugares en los que a lo mejor una nunca viviría porque se aburre», apunta la colombiana. Por eso escribió desde la curiosidad de trasladarse a ese lugar y también de ponerse en la piel de esa niña, pero no forzada porque actualmente en el mundo literario los escritos desde la perspectiva infantil abunden.
«Lo escribí (…) por la necesidad de ahondar en el tema de abandono», alega, y lo hizo tras mucha reflexión y sin querer encasillarse, pues el tema está «muy acotado» y tampoco quería sentar tesis porque le parece «pretencioso». «Pensé que con este libro voy a hablar del abandono, y en este caso del abandono a través de la relación de un papá y su hija. Tampoco es que vaya a abanderarme como voy a hablar de la paternidad; no, no quiero eso, quiero sencillamente alejarme de eso y presentar una exploración; tampoco hay certezas», subraya.
En su novela, «el abandono es como una sombrilla» donde «‘maldeniña’ es una necesidad de atención muy grande» y del amor, dice su autora, que lo resume en sus páginas: «¿Por qué aguanta tanto rechazo? Ha de tener el amor muy nuevo, todavía. O el abandono muy fresco».
Hermosas palabras , imágenes, metáforas. Tan tristes como ciertas, en mi humilde experiencia creo que la generación que viene será peor con tanta madre loca e infantilizada, egoístas de manual ( o lo que en Usa llaman baby mama), mujeres inmaduras , consentidas y sumamente narcisistas. Mujeres disque feministas, que se les acaba el feminismo cuando hay que apalear arena. Mujeres para las cuales sus hijos son sus juguetes, juguetes que no prestan, mujeres caprichosas capaces de actuar de la manera más malvada y creer que están haciendo el bien. Lo dijo el Tito Freud, y todavía la sociedad no lo ha asimilado.