Lorenzo Silva lleva consigo dos teléfonos, por aquello de tener claro cuál de los dos puede apagar. Distinguir las llamadas decisivas de las que pueden esperar. Ochenta años antes de esta conversación, el general José Aranguren Roldán levantó el teléfono de su puesto de mando en la conselleria de Gobernación de la Generalitat catalana. Esa tarde del 19 de julio de 1936, al otro lado de la línea, Manuel Goded Llopis, antiguo compañero suyo en la guerra africana y por aquel entonces reputado general del ejército, lo conminó a plegarse al alzamiento militar contra la República que había comenzado la víspera. Aranguren se negó. Aquella respuesta desencadenó la derrota de la conspiración y tres años más tarde llevó a Aranguren al paredón de fusilamiento. Ya se sabe: hay llamadas que pueden eludirse y otras que no. Así arranca esta entrevista. Así arranca esta historia: la que Lorenzo Silva relata en su más reciente libro Recordarán tu nombre (Destino).
Muy pocas personas conocen quién fue José Aranguren Roldán (Ferrol 1875- Cataluña, 1939), máxima autoridad de la Guardia Civil en Barcelona; el hombre al otro lado del teléfono aquel 19 de julio y cuya vida Lorenzo Silva recupera y reconstruye en estas páginas: alguien a quien fue necesario buscar una silla para matarlo. Apenas le quedaban fuerzas para mantenerse de pie ante el paredón. «Disparad sin temor, es poca vida la que quitáis ya» , dijo a sus verdugos. José Aranguren Roldán, un hombre cuya hoja de servicio desapareció de los archivos y a quien el mismísimo Franco mandó a fusilar, “así fuese en camilla”. Curiosa saña para un hombre con el que compartió ciudad de nacimiento (Ferrol), así como en la Academia Militar de Toledo y las campañas de Marruecos. Muy en evidencia debía dejarlo Aranguren para asesinarlo con tanta prisa. Así es el protagonista de este libro, un personaje atrapado en el grupo de quienes obedecen la ley, gente que se quedó a mitad de camino entre un bando y el otro y para el que no hay ni una tapia, excepto la que levanta Silva en las páginas de esta novela. Aranguren, un nombre que permanece en la mente del lector incluso días después de terminar el libro. Alguien que, aún fracasando, redime a la España que lee su historia.
Lorenzo Silva descubrió a Aranguren en 2008, mientras preparaba una historia de la Guardia Civil, un cuerpo que él conoce. Forma parte del universo literario al que dan vida Bevilacqua y Chamorro, la pareja de investigadores de la Benemérita que protagonizan la saga detectivesca que el escritor comenzó a mediados de los años noventa. Desde que Lorenzo Silva descubrió a Aranguren, no pudo librarse de su influjo. Ocho años le tomó investigar y reconstruir todo cuanto tiene que ver con este personaje. Al ver el resultado final, el lector entiende por qué. Lorenzo Silva tenía años preparándose para contar esta historia, por no decir que llevaba toda una vida escribiéndola. Tanto Aranguren como Goded se trenzan, sin él saberlo, en su biografía. Para contar a estos personajes –necesariamente antagónicos-, el escritor expone el pellejo. Porque algo aquí formaba parte de su propia vida: sus dos abuelos, paterno y materno, Lorenzo y Manuel, ambos militares en épocas convulsas, se toparon con ellos con los protagonistas de este relato. Esa es una de las razones por las cuales este libro está contado en primera persona. La vida de estos hombres es, también, la historia de Lorenzo Silva. Ahí radica buena parte de la belleza de estas páginas.
I
-¿Qué es esta novela? ¿Una historia moral? ¿Un desagravio?¿Una necesidad?
-Es una novela. Porque lo es. La peculiaridad que tiene frente a otras es que las piezas que la componen no son fruto de mi invención. Me las ha proporcionado la realidad histórica de mi país. Hay unos personajes con unas peripecias novelescas; un trasfondo histórico excepcional para ambientar una historia: tanto la campaña colonial de Marruecos como la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra. Existen, también, historias personales que incorporo y que tienen un carácter novelesco. Esas son las piezas perfectas que te ofrece la realidad. En este libro he renunciado a la fabulación pero no a mi instinto de novelista.
-Aranguren y Goded, dos héroes secundarios y por tanto material literario, según usted mismo explica.
-Ambos personajes son decisivos. Lo que los convierte en tal cosa es una operación militar, una batalla. Alguien ganó esa batalla y alguien la perdió. Eso es lo que define la historia de los dos y la historia de España, por supuesto. Sin embargo, me parece mucho más interesante, a efectos literarios, que estos hechos los protagonicen dos seres prácticamente desconocidos. Si le preguntas a cien personas si saben quién era Aranguren y quién Goded, estoy seguro de que las cien nadie lo sabe.
-En este libro hay personajes que no tienen las mismas ideas pero coinciden en algo: los gestos de honor.
-Escofet, un golpista catalán; Goded, también golpista, y Aranguren no tienen nada que ver pero existe un paralelismo, porque todos están cortados por el mismo patrón. Incluso los personajes de la guerra de Marruecos comparten algo con ellos. Todos afrontan el trance de la muerte con la misma entereza, dignidad y conformidad con su conciencia.
-La historia de Aranguren apareció hace ocho años, pero uno podría pensar que Lorenzo Silva lleva una vida preparándose para contarla.
-Sí, en parte por la presencia de mi familia: personas que aceptaron un sentido del honor, el deber y la disciplina muy semejante a los que tienen muchos guardias civiles y en particular Aranguren. Yo vengo programado desde la cuna para comprender esta historia como quizá otros no lleguen a entenderla, para entrar en un personaje como otros no lo han conseguido. La prueba es que hasta el día de hoy, hasta este libro, Aranguren había sido un personaje marginal de la historia. No había sido reivindicado por ningún escritor. Aparece como personaje secundario en La guerra del general Escobar, de José Luis Olaizola, quien se fija en Escobar porque le resulta un personaje mucho más llamativo. Sin embargo, el verdaderamente significativo es Aranguren: es el que toma las decisiones, el que da las órdenes y asume las responsabilidades, por lo tanto es el que, al final, tiene que enfrentarse a las consecuencias. Por eso creo que puedo entender a este personaje, porque me he criado entre personas que daban valor al honor, entendido como comportamiento digno, y el sacrificio. Cualquier alternativa al sacrificio supone la indignidad.
-Sin embargo, hay un saldo de fracaso en el olvido de este hombre.
-Lo hay, pero creo que la gente que fracasa en la historia es la que debe triunfar en la memoria, porque es la que nos abre pasillos de dignidad hacia el futuro. Sabemos de Franco o Mola, o de los liquidadores que armaron las checas y las sacas de presos para fusilar en Paracuellos, esos personajes no nos abren pasillos hacia nada. Lo único que hacen es meternos en agujeros negros en los que, en cuanto te descuides, pasas cien años. Ellos no son a quienes hay que recuperar. Lamentablemente, gente como esa es la que tiene mausoleos, todavía hoy. El día que Aranguren decide irse ante un tribunal a que lo vejen, lo insulten y lo denigren, lo hace porque lo que está juego es la vida de 15 guardias civiles que han actuado por obediencia y a los que quieren fusilar. Sometiéndose a ese juicio, Aranguren consigue salvarlos, eso es lo que importa. La Guerra Civil me parece nefasta en su balance general, pero esa acción hizo que 15 personas pudieran regresar con sus familias.
-Hay una prisa exagerada por fusilar a Aranguren…
-Absolutamente.
-La hoja de servicios desaparece porque el buen hacer de Aranguren parecía dejar en evidencia el discurso del golpe.
-Yo tengo esa hoja de servicios. Tiene todas las condecoraciones. Era un hombre unánimemente respetado. Llegó a general porque era indiscutible que era uno de los mejores guardias civiles que había entonces, que entonces no llegaban a cinco con ese rango. Al revisar esa hoja de servicios, en la que siempre tiene las máximas calificaciones, resulta muy difícil decir que este hombre era un traidor, un inmoral, un vendido o un mal guardia civil. Es muy difícil, ¡pero es lo que dice la sentencia! Ese documento es incómodo, no encaja con el relato. Por eso Franco lo hace desaparecer, de la misma forma que ocurrió con los informes que el general Batet hace en Marruecos y en los que afirma que Franco es un mal oficial y que incluso se escaquea del frente, cuando él decía que era un valeroso comandante legionario. Esos documentos se han recuperado porque la familia del general Batet guardaba copias manuscritas de ellos. Aranguren era un general del que había que borrar toda su carrera. ¿Por qué tenemos hoy sus documentos? Porque la familia guarda una copia de su hoja de servicios.
-Aranguren y Franco venían de Ferrol, tenían una relación protocolaria, correcta. ¿Por qué Franco tiene tanta saña contra él hasta el punto de ordenar que lo fusilen aunque sea en camilla?
-La cosa es que para Franco, Aranguren supone un revés en el comienzo del alzamiento. Para Franco, Aranguren es alguien que hay que borrar. A él y a todos sus hombres. Porque el problema no es sólo que Aranguren defendiera la República, sino que todos los que estaban bajo su mando también lo hicieron. Lo obedecieron. Todos defendieron la República. Por eso esa es una página que hay que borrar. El 18 de julio de 1936 la situación estaba absolutamente controlada por el departamento de Gobernación de la Generalitat, que dependía de la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y todos los cuerpos de seguridad. La posición de Aranguren refuta el discurso justificativo del golpe: que Barcelona era un desastre y estaba dominada por la anarquía. Y eso no era así.
II
Todas las mañanas Lorenzo Silva prepara un zumo con tres naranjas. Las exprime con la mano, una a una. Para recordar, siempre, que el zumo que él está a punto de beber es tres veces la única naranja que su abuelo Manuel recibió como regalo de Reyes. En Recordarán tu nombre (Destino), Lorenzo Silva compone una fotografía de grupo que refleja a un país entero. En ella aparecen Aranguren y Goded; su familia, pero también la de aquellos hombres y mujeres que parecían habitar una vida en la que el valor del tiempo y del buen hacer estaban hechos de un material distinto.
Lorenzo Silva nació en el Hospital Gómez Ulla. El mismo en el que décadas antes había llegado, agonizante, el hijo de Aranguren. Poco se pudo hacer por aquel joven que había decidido seguir la carrera militar como su padre y que llegó a manos de los médicos prácticamente para morir. Unas plantas más arriba, en el mismo hospital, el abuelo de Lorenzo Silva también era sometido a una cirugía. Todos los personajes que atraviesan este libro habitan su tiempo con una dignidad que convierte en escandalosa la cadena de hechos violentos que surgieron en los días que duró aquella guerra. La memoria de todos y cada uno de ellos parece un desagravio, acaso porque recuerda que entre la civilización y la barbarie hubo quienes, como Aranguren, eligieron la primera. Aunque les costase el pellejo.
José Aranguren Roldán fue sometido a un proceso judicial viciado y fue fusilado por un delito que no cometió. El proceso fue rápido y la orden de muerte fulminante, incluso a pesar del estado físico de Aranguren, quien había sufrido un accidente de coche días antes. Todos y cada uno de esos reveses los relata Silva apoyándose en la documentación que revisó, las muchas entrevistas con los familiares y descendientes de Aranguren y con los textos y diarios de personajes decisivos. El efecto de novela coral acentúa la naturaleza de una historia que, siendo la de un personaje, se convierte en la de cualquiera que lo lee. En la historia de una España que Silva quiere rescatar.
-Entre las personas rectas que usted retrata y la actualidad existe un abismo. ¿Eran ellos realmente así o la involución moral ha sido demasiado severa?
-Yo creo que ellos sí eran así. Pero lo hemos olvidado. Mucha gente se ha dejado engañar . Miles de veces me he hecho la misma pregunta, Ignacio González o Jaume Matas… ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para tener un casoplón de tres millones de euros? No es necesario tener una casa de tres millones de euros. La gente se ha dejado engañar y envilecer. Estos hombres eran más inteligentes, porque no se dejaban envilecer. No eran románticos, ni quijotescos, ni idealistas, no eran idiotas, eran más inteligentes.
-Pero sí hay algo quijotesco, caballeresco, en Aranguren. Evoca algo del hombre de armas cervantino.
-El libro de cabecera de este hombre era el Quijote. Su nieta a mano izquierda, en una cómoda colocada en la entrada de su casa, tenía el Quijote de Aranguren. Lo leyó hasta el final de sus días. En Valencia, mientras bombardeaban, mandaban a todo el mundo al refugio y él se quedaba arriba leyendo el Quijote.
-En él prevalece el buen hacer como una forma de moral.
-Esto remite a la ética de Spinoza, que dice que tú no debes hacer el bien pensando en un premio celestial que no existe, ni evitar el mal por miedo a un infierno que tampoco existe. Debes hacer el bien porque reconforta a quien tiene una disposición moral e inteligencia. Evitar hacer el mal, porque denigra y envilece .
-Azaña queda retratado como un hombre brillante, pero de una cierta mezquindad.
-Azaña es la mejor cabeza política que ha dado este país. Es de una lucidez e inteligencia muy superiores a la de sus contemporáneos. En algunos momentos, claro, su virtud se convierte en un defecto. Por eso Azaña caía a veces en una cierta arrogancia, soberbia y desprecio de los demás.
-Llega a llamar sonámbulo a Aranguren.
-Azaña solía ser injusto, porque no valoraba las circunstancias. Cuando llama sonámbulo a un hombre que han dejado inerme en medio de la barbarie revolucionaria catalana, lo es. Que te nombren jefe de una división que ha desaparecido es un sarcasmo. Además: esas armas las tienen otros, el comité de milicias anarquistas y la consejería de defensa de la Generalitat; y ninguno de los dos le obedecían. Estaba solo, encerrado en la consejería y su familia escondida en una pensión. ¿Qué mando militar ese ése? Azaña dice que Aranguren pasó la guerra sonámbulo. Lo dice alguien que tenía guardias, mayordomo, toda la parafernalia de un jefe de Estado, mientras, del otro lado, estaba un hombre que dormía solo, en un entorno hostil, con la pistola bajo la almohada. Es una falta de conciencia y empatía. Pero creo que a Azaña, además de su inteligencia, lo reivindican sus textos del final de la guerra. Son conmovedores. Ha entendido los errores suyos y los del resto. Por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera, un hombre nefasto pero muy inteligente, respetaba a Azaña. Y mucho.
-Aunque el libro está contado en primera persona es coral. Hablan Aranguren, sus descendientes, pero también los diarios, los documentos, los testigos…
-Es un privilegio porque tengo las voces de los protagonistas.
-Pero hay algo más: el escritor investigador. Pienso en Emmanuel Carrère.
-Lo admiro mucho.
-Cita El Reino. Pero hay algo más. La construcción de una voz que es al mismo tiempo autor, persona, personaje…
-Quien narra en este libro no es un personaje. Soy yo. Y además, sin ningún tipo de aderezo ni ropajes. Todo lo que digo de mí es cierto. Lo que he visto, hecho y dicho es cierto. En ese libro está hasta mi nacimiento. Dice de dónde vengo. Cuando me ponen en brazos de mis dos abuelos y les dicen que me van a poner sus nombres, es cuando empieza esta historia.
-Pasa revista también a su biografía. Lo curioso es que la historia de Aranguren, que se mezcla con la suya, apareció sin buscarla. Este libro ha estado escribiéndose mucho tiempo antes de eso.
-Sin duda. Esta novela tiene un sustrato muy grande. Tengo varios libros dedicados a Marruecos. Tengo cuatro libros dedicados a la Guerra Civil y varios a la Guardia Civil, muchos textos sobre la historia contemporánea de España y todo esto se ha ensamblado en esta novela, porque este personaje me ha permitido construir en torno a él un relato que tiene una significación precisa. No es una abstracción ni una teoría. Esto es una vida.
-¿Tienen las novelas propósito? ¿Deberían de tenerlo?
-Por supuesto. Cuando voy a escribir una historia me pregunto siempre qué voy a escribir, por qué y para qué. Historias hay muchas y el tiempo es breve. Quiero entender qué voy a escribir, qué motivos tengo para escribirlo y con qué propósito. No hablo de enseñanza moral, ni discurso político, sino de qué sentido poético, literario y humano tiene.
-En lo que a literatura se refiere, recupera a Manuel Chaves Nogales, a Josep Pla…
-Son textos preciosos. La descripción de cómo la República se hace cargo del ministerio del Interior lo cuenta Pla. Esa escena es el desplazamiento de la monarquía que ha regido España durante cinco siglos y Pla lo cuenta en una escena humana. El momento en que Miguel Maura le dice al secretario, usted váyase de aquí… Es tan… tan bonita, que para qué voy a fabular. Igual que el fusilamiento de Goded que describe Zugazagoitia es tan hermoso. Su voz es más interesante que la mía.
-En esta novela hay una amalgama del novelista, el periodista y, por supuesto, el abogado.
-Me ha ayudado mucho ser abogado. Cuando fui al tribunal territorial de Barcelona, me dieron el sumario y empecé a pasar hojas. Me di cuenta de ese monumento a la antijuridicidad, esa pantomima de juicio, esa vejación del derecho perpetrada por sicarios del poder que quieren asesinar cuanto antes a un hombre que no ha cometido ningún delito. Lees eso con la sensibilidad de un abogado y te das cuenta de que el único jurista de verdad es el abogado defensor.
-¿Eyre, verdad?
-Sí. En esa pantomima el único jurista es él, que no sólo reivindica la dignidad de su persona, sino del derecho. Porque el derecho es digno: intenta hacer justicia, no siempre lo consigue, pero lo intenta. Ese hombre, que es falangista, se planta ante el resto y lo dice: a este hombre no se le puede condenar a muerte, como mucho a 12 años de prisión. Y hace el alegato jurídico para que esos hombres, cuando lo condenen a muerte, no puedan decir: nadie nos dijo que había otra solución.
III
Antes de dedicarse de lleno a la escritura, Lorenzo Silva ejerció de auditor de cuentas, asesor fiscal y abogado, de ahí el aplomo ejecutivo de la americana que viste o el aspecto ordenado de quienes saben de leyes. En Silva se funden muchas cosas: una voz literaria, una lucidez política y, sobre todo, una concepción de moral que se mantiene en su obra. En los años noventa la novela negra no gozaba del prestigio ni la popularidad que hoy tiene en España. En ese tiempo, Lorenzo Silva trajo a la vida al subteniente Bevilacqua y la sargento Chamorro, ambos de la Guardia Civil. Cuando escribió El País de los estanques, hace ya veinte años, Lorenzo Silva quería hacer una novela policiaca que sucediera en España, que tuviera personajes españoles, que mirara la realidad española sin complejos. Esa fue, también, una de las razones por las cuales decidió que los héroes de su saga fueran guardias civiles. De ellos se ha valido durante todo ese tiempo para recorrer la historia de su propio país. Bevilacqua y Chamorro son testigos, al mismo tiempo que exploradores. Ellos —como el Lorenzo Silva que acude en busca de Aranguren— acceden a la cara oculta de una nación que a veces se olvida de sí misma y deja pasar la fechoría.
Esa es una de las razones por la cual en esta obra, al mismo tiempo que retoma la senda de sus libros Del Rif a Yebala o El nombre de los nuestros, Lorenzo Silva crea una nueva isla en el archipiélago de su serie dedicada a la Guardia Civil. En la historia de Aranguren, Lorenzo Silva amplía la mirada ciudadana que esa pareja de investigadores ya representaba en novelas como La marca del meridiano (Premio Planeta 2012). Es esa reflexión de fondo la que cuaja en Recordarán tu nombre (Destino), una historia que no habla sólo de valor sino de la rectitud que José Aranguren Roldán encarna y que se esparce sobre el episodio de la Guerra Civil como una oportunidad para entender el valor de la razón, así como el respeto por la ley, que es, en el fondo, el respeto por los hombres y mujeres sujetos a ella. Sin saberlo, Lorenzo Silva lleva una vida entera escribiendo esta novela.
-Hay una idea transversal en todos sus libros: las armas y ley en sintonía con la razón. Atraviesa este libro y toda su obra.
-Porque yo crecí bajo esa idea, con familiares que entendían que el militar no está para gobernar el país, sino a la orden del gobierno elegido en sintonía con las leyes. España ha tenido muchos militares que aspiraban a gobernar el país, pero… ¿quiénes eran ellos para saber y hacer un diagnóstico del país? Y el militar cuando está sometido a la ley hace un papel digno y necesario. El problema es cuando se sale de ahí y se pone a interpretar el futuro político del país. Ni le incumbe, ni le toca, ni está capacitado. El golpe de estado del 23F fue definitivo. Yo lo viví, en una colonia militar, a mí no me lo han contado. Y si no prosperó es porque eran una minoría los militares que estaban ahí y que creían todavía que estaban para salvar la patria. Por eso aquel grupo quedó en ridículo. A partir de ese momento pasaron a ser irrelevantes y las fuerzas armadas permanecen en la conciencia sana de que el ejército está para defender a la sociedad no para gobernarla.
-Existe aún la división entre los de un bando y los de otro. Han pasado casi cien años. ¿Por qué?
-Todavía hay gente que defiende a Franco y yo me pregunto cómo todavía se puede defender a alguien que encarna la antítesis de los valores constitucionales acordados por los españoles. El que sea: separación de poderes; igualdad entre hombres y mujeres, democracia. Franco es lo contrario a todo eso. Y sin embargo hay gente que, diciéndose constitucionalista, lo reivindica. Cómo se hace eso. Es un ejercicio de malabarismo mental…
-¿Tanto tiempo borrando historias como la de Aranguren consiguieron ese olvido?
-Hay muchas cosas. Ahora que muchos se hacen eco de la teoría del pucherazo, que sostiene ese libro claramente escorado hacia la derecha y que muchos dan por válido. Hay que leerlo primero; yo lo hice. Esa noche, que fue muy complicada, mientras se hacía el recuento, el propio Franco se estaba moviendo para dar un golpe de Estado. Hay que leerse ese libro y otros más, porque una persona de un solo libro es muy peligrosa. Pero ahora resulta que esa tesis ha pasado a ser una verdad, sobre todo de la derecha española, de que en el 36 hubo un pucherazo infame, que entraron a gobernar los comunistas y que por tanto el golpe de estado era legítimo. No se puede decir eso así. Eso es mentira.
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