Lagun (Donosti), Tres i Quatre (Valencia) y Antonio Machado (Madrid) son las librerías españolas que más ataques han sufrido por parte de grupos extremistas, pero siguen abiertas. Son el ejemplo de la resistencia cultural y democrática de un sector al que ha golpeado hasta 225 veces la bibliofobia violenta, como recoge Allí donde se queman libros.
No están todas, pues como explica en una entrevista con EFE Fernández Soldevilla, los 225 ataques solo son «la punta del iceberg», son los que han dejado algún «rastro» en prensa o en otros documentos, pero «realmente fueron muchos más», ya que un buen número de ellos no se denunciaron, probablemente por miedo.
El primer ataque documentado —esta vez en forma de amenaza— que recogen los autores tuvo lugar en octubre de 1962 y su objetivo fue la librería-galería de arte Sur de Santander. Su propietario era uno de los firmantes de una carta de apoyo a los mineros asturianos en huelga. La Falange empapeló el escaparate con mensajes amenazantes.
Y el último ataque que los autores han podido reseñar ocurrió en 2018 en la librería Sant Jordi, de Tarrasa (Barcelona), de tendencia independentista y en cuya fachada pintaron una cruz gamada.
Entre ambos, 225 acciones, de las que 195 (un 87 por ciento) corresponden al terrorismo de ultraderecha y parapolicial. Otras 17 se atribuyen a ETA y ocho a la extrema izquierda. Las cinco restantes ha suscitado duda respecto a la autoría y no han sido clasificadas.
Bien sea por el mayor activismo de la ultraderecha, por la más intensa oposición franquista o por la mayor concentración de librerías, lo cierto es que la bibliofobia se ha cebado más con Cataluña (43 acciones), País Vasco (40), Madrid (37) y la Comunidad Valenciana (30).
LA «FIJACIÓN» DE LA ULTRADERECHA POR LAS LIBRERÍAS
A los autores del libro les ha llamado la atención que entre los grupos terroristas en España, los de la ultraderecha, que proporcionalmente ha causado menos muertes, hayan tenido, sin embargo, una «fijación» por las librerías, lo que, a juicio de Fernández Soldevilla, solo constata que la cultura «es un blanco perfecto» para ellos.
Son grupos que nacen en el franquismo y que ven en las librerías una «amenaza» porque «son un foco de cultura, de libertad, de ideas democráticas, un sitio donde se reunía gente cercana a la oposición, donde se difundían ideas… Todo esto lo ven como una gran amenaza a la pervivencia de la dictadura franquista, porque la están presionando para que cambie el rumbo», añade el autor.
Además, para ellos atacar una librería era una «manera muy fácil y poco arriesgada» de conseguir visibilidad en la prensa». Una vez que descubren que tiene repercusión, «es como un contagio» y los ataques se suceden, ya no solo en Madrid y Barcelona, sino en otras provincias.
De hecho, si hay un año negro para estas acciones violentas es 1975, con un total de 45. En los dos años siguientes se contabilizaron 36 y 28.
Les funcionó a los grupos de ultraderecha, dice Fernández Soldevilla, hasta que la prensa «deja de hacerles caso» porque otro asunto acaparaba la actualidad: los atentados terroristas con víctimas mortales.
LAS ACCIONES DE ETA: MÁS ALLÁ DEL CÓCTEL MOLOTOV
ETA también tuvo «fijación» por estos establecimientos. Y empezó pronto a atacarlos, la primera vez en 1973. Durante la transición también lo hizo, pero «cuando realmente es un fenómeno intenso es en la época de socialización del sufrimiento»; es decir, a partir de 1995 la banda, sobre todo a través de sus grupos de «kale barroka, retoman las librerías como objetivo, explica a EFE el autor.
En el libro, sus autores solo han recabado los acciones directas de ETA a ese sector, pero Fernández Soldevilla recuerda que la banda las ha atacado de otras maneras: con el impuesto revolucionario, la extorsión, las campañas de boicot… «Maneras un poco mas difusas o tan poco evidentes como un cóctel molotov, pero que han afectado a las librerías», recalca.
IDEOLOGÍAS OPUESTAS, MISMO MODUS OPERANDI
Otra cosa que ha sorprendido a los autores es que independientemente de la ideología de los agresores, casi siempre se repiten los mismos métodos.
Lo más común de esos asaltos era: rotura de la cristalera y luego arrojar o un cóctel molotov o gasolina o pintura. Eso sí, en algún caso ha habido disparos y arrojo de excrementos. Al final, «los extremos se tocan», apostilla el escritor.
UN ESPACIO DE LIBERTAD
Tras esta labor de investigación, los autores sacan una conclusión que trasladan a EFE: Las librerías son un espacio de libertad y de difusión de cultura, pero también de cambio político.
«Fueron imprescindibles para la Transición y luego en el País Vasco para garantizar que seamos una comunidad autónoma plural y no homogéneamente abertzale. Eso fue lo que pusieron en el punto mira los fanáticos y al final no lo consiguieron», afirma Fernández Soldevilla.
Pero sí consiguieron que las librerías «abrieran una y otra vez. Al final fracasaron en su empeño y no lograron su objetivo. Resistieron y eso nos salvó. Nos ha dado un gran aporte cultural y democrático que como sociedad debemos agradecer a libreros y librerías», concluye.
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