El 10 de septiembre de 1993, es decir, hace ahora exactamente treinta años, la menuda agente Dana Katherine Scully entró por primera vez en el despacho de Fox William Mulder. Con Expediente X se gestaba, sin ellos saberlo y mucho menos nosotros, la última gran pareja de detectives del siglo pasado, quizá hasta la primera del siguiente y, desde luego, la más icónica representación de una de las fuerzas más poderosas que existen en el mundo físico y espiritual, material o intangible: la tensión sexual no resuelta que los actores David Duchovny y Gillian Anderson lograron no resolver durante un buen número de años, los suficientes para que en el imaginario popular todavía ambos sigan manteniendo esa rigidez violentada por valiosos instantes de distensión que, de vivirse ahora, la red social antes conocida como Twitter convertiría en tendencia diaria.
Los 90, esa década todavía extrañamente familiar pero gradualmente lejana, con sus encrespados capilares y una World Wide Web todavía en cuclillas, anunciaba cambios en el modelo televisivo. No hablamos del streaming que se ha llevado por delante, precisamente, el muy válido revival reciente de Expediente X, unas temporadas 10 y 11 donde Chris Carter dio un empujón al pacto entre aliens y políticos que recorrió todo el sistema de la serie y que, en tiempos de Pedro Sánchez, resulta más bien obvio y entrañable, sino sobre todo esos preciosos capítulos individuales de “monstruo de la semana” que componían el grueso del conjunto y nos retrotraían a todo tipo de tradiciones narrativas del suspense y el terror.
Expediente X, como dijimos en una ocasión, renovó estereotipos, revalidó la fantasía otorgándole una refinada capa de realidad y, en un plano puramente técnico, sacó a sus personajes a pasear fuera de platós y decorados, obsequiando al espectador con un atmosférica mezcla semanal de húmedos parajes canadienses que efectivamente encrespaban cualquier cabello. La verdad estaba ahí fuera, y si había que buscar OVNI’s, monstruos, psicópatas o sectas, la cosa no podía dirimirse en un estudio. La música de Mark Snow empapaba de aún más niebla emocional el conjunto, rodado por una serie de directores que parecían tomarse cada capítulo como una oportunidad para la gloria, y con unos guiones que no acostumbraban a hacer prisioneros con sus personajes secundarios. En total, 141 premios de la industria avalan el trabajo de una de las series más conocidas de la historia.
Fenómeno social y de audiencias durante varios años, objeto de culto del fan irredento durante otros tantos, Expediente X logró un impacto que pocas series televisivas consiguen rubricar en la actual huida hacia delante del binge watching y el streaming. Me pregunto si cuando ambos términos acaben por pasarse de moda, ya sea por su propio colapso o por la familiaridad que ya despiertan, Mulder y Scully seguirán ahí para nosotros. Al fin y al cabo, y aunque el papel de “topo” de ella quedó prontamente revelado tras ese primer encuentro bajo el póster “I want to Believe”, su historia de ninguna manera ha sellado su final.
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