Ganadora del premio alemán del libro, el mayor mérito de Mujer azul es cómo la autora transmite su mensaje a través de recursos exclusivamente literarios. Es un mensaje, además, complejo, que une lo político y lo privado, lo más íntimo y lo más público, incluso lo histórico. Lo hace mediante la vida de la protagonista, una emigrante checa, y utiliza una tercera convencional, apoyada en ella, que salta con libertad y coherencia por las distintas etapas de su existencia. Una vida marcada por la emigración, pero dentro de Europa, entre dos países que se dicen iguales, y que tal vez lo fueron antes de la Segunda Guerra Mundial pero fueron separados por el comunismo y vueltos a unir por la caída del muro. Sin embargo esa unión no ha eliminado, ni mucho menos, las diferencias. Es una distancia distinta, porque no hay barreras raciales, tampoco religiosas, ni siquiera lingüísticas —o si las hay son fácilmente superables—. Es más sutil, mucho más sociocultural. No solo le ocurre a los antes llamados países del este, también a los alemanes de la antigua RDA, aunque una de ellas, Angela Merkel, llegara a jefa de gobierno. Cuando a esa problemática se une la agresión, la violencia y la falta de apoyo del sistema en la defensa de la agredida, el problema, la brecha, se multiplica exponencialmente. Ambos tipos de violencia son codependientes en esta novela. Mujer azul es, por lo tanto, una profunda reflexión sobre el arraigo, el trauma, lo extranjero, incluso cuando parece que esa extranjería no es tan obvia como con otros emigrantes. También es una historia de amor y dolor, escrita con un estilo impecable. Muestra, por tanto, la lucha de una mujer entre su dignidad y su supervivencia, su lucha por romper el delgado, pero sólido velo que la separa de quienes se consideran auténticas europeas, más que ellas, pese a siglos de pasado común.
Es una novela con discurso, con política, con ideología, pero si funciona lo hace porque la autora es una auténtica escritora, que transmite su ideología mediante escenas, mediante personajes que se mueven en el espacio y piensan y actúan, con una intervención mínima de la voz y un encaje perfecto entre la historia y el mensaje. Son especialmente brillantes las descripciones espaciales, que sirven de perfecto correlato a los personajes, y las transiciones entre distintos tiempos de Alina, que parecen fundidos cinematográficos. En este fragmento pueden observarse ambas virtudes:
“Su corazón adopta un pulso rápido que no procede. Se distrae. Piensa en hayas y castaños, tilos y pinos, en olor a madera y tierra y lo serena y aparentemente atemporal que discurre la vida de un árbol, como la del serbal frente a la ventana del dormitorio. Piensa en lo fútiles que resultan sus palpitaciones frente al esplendor indiferente de esos árboles… Nadie los va a talar, ella está atenta. Estuvo atenta. Ese es el pasado. En su imaginación tiene derecho a estar en el pasado”.
La verdad surge, por tanto, de la observación directa del lector. Las cifras, los datos, la información nunca sirven para que el lector conozca una realidad. Así ocurre porque no la ve, no lo siente, y por lo tanto no le atañe. La autora lo sabe y por eso describe, porque en la literatura, aunque sea ficción, puede haber mucha más verdad que en un ensayo: en narrativa el autor puede sentir, en ensayo lo hace con mayor dificultad.
También es notable la administración de los datos, cómo los secuencia, cómo rodea en círculos concéntricos el núcleo central de la violencia, viajando con libertad hasta distintos momentos de la vida de la protagonista, hasta que el lector lo alcanza. Tal viaje no es superfluo, porque si mostrara de manera directa el lector no conocería todos los matices, que no solo complementan la información, los hechos, sino que les dan sentido. Recuerda por ello a autoras como la mejor Belén Gopegui.
Una novela magnífica para quien quiera conocer la historia privada de Europa, tan importante y tan aplastada por la pública. No sabemos qué hay en la persona que nos mira, en apariencia ajena, pero que tal vez tenga las mismas heridas que nosotros.
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Autora: Antje Rávik Strubel. Título: Mujer azul. Traducción: Ibon Zubiaur. Editorial: De Conatus. Venta: Todos tus libros.
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