El fútbol actual comparado con el de hace 50 años ha cambiado mucho, especialmente en las normas y en los usos y costumbres. Entiendo por costumbres desde la edificación de carísimos estadios, hasta la vestimenta de los futbolistas, y los medios de los que se sirven para practicar su profesión y hacer con ella millonarios a un nutrido grupo de afortunados.
En los últimos 30 años las botas de los futbolistas han cambiado tanto, en su diseño y material constructivo, que podemos decir que han sido los pies los que han recibido mayores atenciones por parte de los diseñadores de calzado. Es decir, el cuero con el que se protegían los futbolistas de antaño ya no es cuero zapatero hogaño, y ha fenecido. Ahora son de diferentes materiales, muy transpirables y estancos, que mantienen el pie seco aunque el césped esté muy mojado. Nada que ver con aquellas botas de cuero rígido, trabajado por un buen zapatero, que fortalecía ciertas partes de la bota para evitar que un pisotón o una patada mal intencionada dañara los pies del futbolista. Aquellas botas incluso tenían un refuerzo en la puntera para que el chupinazo o punterazo que propinaba el futbolista fuera lo menos dañino posible y apenas lo notara la anatomía podológica del deportista. ¡Si hasta los tacos apenas provocan “tacos” de los de verdad si te los ponen en la barriga hoy sin querer!
Al haber cambiado mucho la construcción de las botas, es natural que el balón haya experimentado asimismo una notable evolución. Los balones ya no son de cuero, sino de poliuretano, de látex la cámara, que antaño era de goma, las costuras, inapreciables, están hechas con poliéster y algodón. De este modo el balón no sufre en su esfericidad cuando se juega en terrenos de hierba muy húmeda o en días de lluvia. Antiguamente se notaba que el cuero absorbía humedad en las circunstancias antes citadas, y aumentaba de peso y hasta incluso llegaba, a fuerza de punterazos, a hacerse algo picudo. Aquellos balones eran un tormento para los futbolistas cabeceadores, que impulsaban el balón dejándoles en la frente la señal de la correa por la que se metía la cámara. Ésta, la cámara, una vez bien distribuida por la cara interna del balón, era hinchada con aire a presión, un poco a ojo, pues la misma bomba con la que se hinchaban las ruedas de las bicicletas valían para hinchar balones. El “ojo clínico de hinchar a ojo” funcionaba gracias a la costumbre de hacerlo con frecuencia, porque no se había alcanzado la perfección de ahora, que existen máquinas de hinchar balones con una presión reglamentada.
El otro día oí a un comentarista de la tele decir que el jugador Fulanito se había sentado en medio del terreno de juego para atarse “los borceguíes”. Parece que para el teleparlante llamar botas a las botas es una ordinariez y encontró, como sinónimo, el vocablo “borceguí”. Hacer que la palabra borceguí sea sinónima de bota es, como poco, una cursilería. Y como mucho, un error. No son lo mismo.
Dice el diccionario de la RAE: “Borceguí. (De origen incierto).1. m. Calzado que llegaba hasta más arriba del tobillo, abierto por delante y que se ajustaba por medio de correas o cordones”.
He consultado con un especialista la palabra moribunda, o ya muerta, “borceguí”. La verdad del caso es que los borceguíes era un tipo de calzado que se usaba ya en la Edad Media entre los hombres cuando iban a guerrear. Los borceguíes preservaban al caballero del roce de sus piernas desnudas con el vientre del caballo, sudado y peludo, que le producía erosiones cutáneas si las cabalgadas eran prolongadas. Quizá fueran de invención árabe, pues en el Museo del Calzado se conserva un par de borceguíes que pertenecieron a Boabdil el Chico.
Y ya puestos, contemos lo que dice Sebastian de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española, de 1611, sobre la palabra que él escribe como “borzeguí” y una historia con resultado de muerte que cuenta a continuación del romance: “Bota morisca con soletilla de cuero, que sobre él se ponen chinelas o zapatos. Díxose quasi burseguí a bursa, porque es una bolsa donde encerramos el pie y la pierna. Deste calçado usan los ginetes y particularmente los moros y los de Marruecos han tenido fama; y assí dize el romance viejo:
Helo helo por do viene
El moro por la calçada,
Borzeguíes marroquíes,
Espuela de oro calçada.
Cuentan las crónicas de España, que temiéndose el rey de Granada del rey de Castilla don Enrique, por aver sido del vando del rey don Pedro, su hermano, persuadió a un moro sagaz, que con muestra de huir se passasse a Castilla; éste procuró cabida (favor-confianza) con el rey don Henrique, y aviéndole caydo en gracia le admitió, y presentándole este moro muchas cosas curiosas, entre ellas le dió unos borceguíes labrados a la morisca ricamente; y sospéchase estar adobados con algún veneno y aver sido ocasión de la muerte del rey, porque dentro de diez días que se los puso murió en la ciudad de Santo Domingo de la Calçada, año de mil y trezientos y setenta y nueve, aunque algunos dizen que murió de mal de gota”.
En nuestros días, el antiguo diseño de los borceguíes tiene un uso femenino, ya que se han convertido en unas botas de piel suave y acordonada que cubren la pierna por debajo de la rodilla.
Si non è vero, è ben trovato.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: