Aparecieron hace ya casi diez años. Dos amigos sevillanos se encontraban en un bar cualquiera de una calle de la capital andaluza. A la izquierda, Fali (Alberto López): melena de señorito, castellanos de señorito, cinturón tejido y camisa almidonada de señorito. A su derecha, Rafi (Alfonso Sánchez): con patillas a lo Morante, polo color pastel y jersey anudado sobre los hombros. En una época en la que los teléfonos inteligentes eran una rareza, su primer vídeo, Eso es así, llegó a YouTube y se volvió viral. Los Compadres, pues, habían asomado la cabeza.
A aquellos vídeos siguieron el de la celebración, con toda su sevillanía, del Mundial de Sudáfrica —copa balón en mano— o el No, ni ná, un nueva entrega en la que Fali y Rafi se retratan justo antes de tomar la alternativa en la Maestranza, que han financiado con lo que han reunido para filmar su propia película. En traje de luces —purísima uno y sangre de toro el otro— se bajan de la calesa para beber algo en un bar. Cual diestros improvisados y rocambolescos, descerrajan la retahíla de tópicos sobre lo que la cultura significa, dependiendo de quién la juzgue, qué cosa en cuál sitio. “¡A tomar por culo Cannes, compadre!”.
Entonces salieron a hombros de Internet, incluso jaleados por aquellos a quienes parodiaban. Hoy tocan, si no la puerta del Príncipe, sí la de los cines de toda España con la película El mundo es suyo, el largometraje que Alberto López y Alfonso Sánchez dedican a sus hiperbólicos sevillanos, Los Compadres. “De americanas maneras”, porque esta vez ya no necesitaron de crowdfunding para sacar adelante el proyecto. Mundoficción, la productora con la que habían empujado su trabajo, cuenta ahora con Sacromonte Films, Atresmedia Cine y la distribución de Warner Bros.
La película se estrena este viernes 22 de junio con una trama exagerada en la que pueden coincidir, en un mismo fotograma, el traje de comunión de Alfonso XIII, un enano a punto de orinarse, un cojo rencoroso y el Rafi a punto de reventar una imagen de la Macarena con un candelabro. A brochazos, el argumento es éste: el hijo de Rafi con la encopetada Cayetana —su esposa tras un matrimonio muy conveniente— recibe el sacramento en la finca de su suegro y él tiene que asegurar que el traje esté a tiempo. Justo ese día, su compadre Rafi tiene un pequeño problema y necesita su ayuda: lo han echado de casa y debe un dineral tras engatusar a un mafioso ruso para que financiara la búsqueda de petróleo en unos terrenos… de la Junta de Andalucía.
En El mundo es suyo, el binomio Rafi y Fali avanza en el retrato de lo que el director, guionista y actor Alfonso Sánchez llama la Trilogía sevillana, una saga que junto a Alberto López tomó forma en un primer ciclo de “webseries” de Internet y que consiguieron llevar, a pulso, a la gran pantalla. Irrumpieron en el cine con El Cabesa y El Culebra, los protagonistas de El mundo es nuestro, una película financiada con micro mecenazgo y que cuenta la historia de dos individuos que deciden dar un gran golpe y atracar una sucursal bancaria. Como el asunto les sale mal, deciden convertir una situación de rehenes en un show televisivo para llamar la atención sobre su precaria situación económica.
Aquel primer intento, que se estrenó en 2012 —con los pajaritos del 15M dando vueltas en la cabeza tras el batacazo de la crisis—, se concreta ahora con la llegada a las salas de Los Compadres, dúo que pretende despellejar cierto ramalazo atávico y que se completa con Roque y Bladi, los antisistema -pendientes de una tercera entrega-. Acaso cual versión contemporánea de la picaresca, este bestiario sube el tono al almíbar del fenómeno Ocho apellidos. Reírse de lo propio exige algo de cara… aunque sea para que se las partan. Ellos no son los Monty Python, ni pretenden serlo, algo que Alberto López y Alfonso Sánchez defienden sin que se les caigan los anillos. Vienen curtidos del mundo del teatro, donde comenzaron desde muy jóvenes.
Nadie sale ileso de El mundo es suyo: políticos de distinto color que coinciden en los mismos guisos, ya sea un prostíbulo, el tugurio de un camello o la comida en la que se creará el próximo Eurovegas andaluz, hasta el cura que oficia por igual el bautizo del nieto de un déspota como la bendición de un pelotazo, regada —eso sí— con vino y gambas. De la picaresca cervantina o quevediana hasta Berlanga, Rafael Azcona o el mismísimo Kennedy Toole, aunque a veces algo atorrentaos.
De eso hablan López y Sánchez en esta entrevista, y lo hacen ya casi en la víspera del estreno y con las prisas de quien ha perdido en el camino un traje de comunión de Alfonso XIII. No llevan puro, copa ni patillas, acaso la camiseta de una ruta que promete ser larga, casi una madrugá. “Desde que tengo cinco años estoy de promoción”, dice Alfonso Sánchez, que algo sabrá de eso… porque ya a los veinte había fundado su propia compañía de teatro. Aquí, pues, Los Compadres, dando el paseíllo en los estudios madrileños de la distribuidora que esta semana los llevará, no se sabe si en calesa, por toda España.
—Del micromecenazgo a Warner. ¿Van más seguros, más cómodos?
—A.S. Se va con más tiempo. Estás más tranquilo al momento de dirigir. Eso te da más seguridad. Pero el compromiso y la tensión con la obra es la misma. No cambia, por mucho que haya más pasta.
—Algo cambiaría, por lo menos el tono. Les pedirían bajarlo un poco, ¿no?
—A.S. No tocamos nada. El guion que había fue el que se filmó. Si se han pulido cosas es porque lo considerábamos necesario, no porque nadie se haya metido. Quien vea la película se dará cuenta de que seguimos con el mismo espíritu y sin pelos en la lengua. A nosotros no nos gusta mucho la comedia elegante, la de Billy Wilder, los Monty Python o Azcona. Son referentes, claro. Pero nuestro estilo es distinto.
—En esta película reciben palos los políticos, los periodistas, los antisistema, las feministas, los curas, los señoritos. El humor, ¿la verdadera democracia?
—A.S. Tiene que ser así. Todo es susceptible de tener una sátira. Sin eso, España habría desaparecido hace mucho tiempo.
—A.L. Tampoco sería honesto que fuese de otra forma. Cada parte de la balanza debía tener el mismo peso. No podíamos, al menos de cara a nuestros principios a la hora de crear la película y de lo que el espectador pudiese esperar a partir de lo que venimos haciendo desde hace diez años. En ese sentido, la película cumple las expectativas.
—Hoy muchas más personas se ofenden. ¿Llevamos peor el humor? ¿Tiene la gente la piel más fina?
—A.S. Lo que ocurre es que la gente tiene hoy más capacidad y más medios para expresarse. A través de las redes sociales puede decir lo que quiera. Eso forma parte del juego. Tan libre eres de hacer humor y arte como libertad tiene el público de expresarse. Lo que falta es educación. Tanto en el artista como en el público. Si logramos educarnos en esa relación, basándola en el respeto, es mucho más lo que ganamos todos. Antes, si al público no le gustaba la función, te caían tomates. Eso se ha dejado de hacer.
—No le caen tomates, pero sí demandas o cientos de miles de tweets…
—A.S. Cualquier persona es libre de entrar a un juzgado y poner una demanda, el asunto está en los jueces. Estamos jugando el juego de la libertad, que se tiene que sustentar sobre bases sólidas, y una de ellas es el sistema judicial.
—El Culebra y El Cabesa; Rafa y Fali… ¿Rinconete y Cortadillo?
—A.S. Es la base de todo lo que hacemos desde el año 2007. Los personajes no serían lo que son sin sus contradicciones. Mira al Culebra y el Cabesa: terminan atracando un banco. Los Compadres: han sentado cátedra, pero luego se van sin pagar. Son esas contradicciones que tenemos como seres humanos y que están muy presentes en la raíz de la obra de Cervantes, no sólo en Rinconete y Cortadillo sino en El Quijote, por supuesto, y que se ha desarrollado también en la obra de Quevedo, El buscón, y que se despliega por toda la tradición española de comedia y sátira política, en La Codorniz, hasta Azcona y Berlanga.
—Ambos vienen del mundo del teatro. ¿Qué los predispuso hacia el género de la comedia?
—A.L. La encontramos por casualidad —responden al unísono y luego Alberto López toma la palabra—. Influye un elemento: la demanda del público. Hay un momento concreto en que notas y sientes que la gente necesita la risa. Sobre todo durante una etapa en la que, debido a la situación del país, también era necesario pensar lo que estaba ocurriendo. Ese fue el año en el que surgió el corto. A partir de ahí empezamos a reírnos. Esto ya ha ocurrido anteriormente en el cine, pero habíamos pasado por una etapa en blanco. Justo después, surge el momento Ocho apellidos y Vaya semanita, un fenómeno con el que nosotros convivimos y que demuestra que el camino hacia la comedia es la demanda. Fue una reacción del público que tampoco esperábamos como tal, porque si lees el guion del corto Esto ya no es lo que era, es un drama: dos tipos que no han dado palo al agua porque no tienen oportunidades terminan robando un coche… ya con una edad. Nosotros no sabíamos cómo iba a salir eso, pero también es cierto que luego, en la composición de personajes y en la interpretación, conseguimos que fuese fresco, que pudiéramos contrastar el drama con algo divertido. Es ahí cuando ocurre la catarsis y el acto de comedia total.
—Hay comedias y comedias…
—A.S. La comedia es un mecanismo de defensa, una cuestión de salud mental. En España, cuando haces costumbrismo, que es como definen lo que hacemos nosotros, costumbrismo radical, lo cómico surge de forma natural. El material que lo inspira es tan potente… Como también es potente la imagen que obtenemos cuando nos miramos en el espejo, que como dice Valle-Inclán, te devuelve la imagen deformada. En el fondo esa imagen no está tan deformada, somos así. Por eso acudimos a la risa. Esto ocurre no sólo en España, también forma parte de la tradición del humor negro británico. Si no hubiesen tenido eso, la tasa de suicidios seguramente sería mucho más alta. Es lo que ocurre con Trump en Estados Unidos, donde hay un boom. En sociedades sometidas a tanta presión, el humor aparece.
—“En España se premia más la lealtad que el talento”, dicen Rafi y Fali. ¿Cómo funciona eso en ustedes?
—A.S. En nuestras carnes no ha funcionado, o no lo hemos vivido —dice, tras un largo suspiro—. En agosto hago 20 años de profesión. Si ves mi filmografía, te das cuenta de que salvo ciertas cosas puntuales, tampoco es tremendamente extensa. No soy quién para decir si tengo más o menos talento, pero para demostrarlo hemos tenido que ir produciéndolo todo nosotros. Si éramos talentosos o no, la verdad es que no hemos tenido demasiadas oportunidades para mostrarlo.
—A.L. En los productos donde hemos estado y han tenido un impacto económico y mediático grande o que se han convertido en fenómenos populares —se refiere a Ocho apellidos vascos y otras producciones cinematográficas y televisivas, como Grupo 7— no han repercutido luego en que tengamos más trabajo. No sé si es porque no vivimos en Madrid o una cuestión de la cercanía o lealtad hacia el sistema…
—A.S. Quizá no nos hemos comido suficientes platos de gambas como para llevarnos un plato de comida a nuestra casa —dice, irónico—.
—En Los Compadres hay una crítica al sistema social alrededor del poder, el que se ejerce y el que se busca. Rafi vive atormentado (y arruinado) con dar el pelotazo y Fali vive de un braguetazo amargo. Es risible, pero el bucle es trágico.
—A.S. Desde el inicio de la literatura, en la comedia hay implícita una tremenda tragedia. Alberto habla muchas veces de un libro como La conjura de los necios. Es una obra trágica absoluta, pero es que las situaciones son tan estrambóticas y están tan en el límite que provoca la hilaridad.
—A.L. Sería imposible sostener la lectura de esa novela si no existiera ese humor. Por lo dura que es, lo duro que es el personaje y la relación con su madre … Kennedy Toole fue muy inteligente. Consiguió aportar aire a través de situaciones de humor.
—Los compadres son misóginos, machistas, clasistas, racistas, catetos. ¿Una respuesta anticipada?
—A.S. Hay opiniones para todos los gustos. Hemos hecho una ficción. Son personajes de ficción. No somos Rafi y Fali. El autor no piensa como los personajes que interpreta o que ha escrito. Los Compadres es una sátira, y quien no la vea así… quien no asuma la doble lectura…
—A.L Si la gente no quiere pelar la cebolla…
—A.S …no va a disfrutar la película. Ese va a ser el problema: no se va a divertir. Eso tiene que ver con lo que hablábamos antes. Nos enfrentamos al arte, a la comedia por supuesto, con prejuicios y creo que para enfrentarse al hecho cultural hay que ir con ganas de fomentar tu propio espíritu crítico.
—A.L. Hay un diseño de guion que evita promover todo lo que has dicho. No existe una apología al racismo o el machismo. Eso queda claro. Si te quedas en esa capa, pues claro, los personajes te parecerán «atorrentaos». El problema va a surgir cuando le cojas cariño a esos personajes. O si te lo permites. Habrá gente que no, porque lo considera políticamente incorrecto.
—A.S. Es nuestra convicción como cómicos y por mi parte como director, guionista, dramaturgo y a fin de cuentas contador de historias: no juzgar al personaje. Quien debe juzgar al personaje y lo que está bien es el público, nunca el autor. Ya sean Rafa y Fali o El Culebra y El Cabesa, no puedes acercarte a ellos juzgándolos. Ni quiero ni intento sentar cátedra. Se trata de mostrar lo que hay.
—La trilogía sevillana, ¿en qué va a desembocar?
—A.S. El concepto es ese. Partimos de una primera trilogía de cortometrajes donde creamos el germen de los personajes: El Culebra y El Cabesa; Rafi y Fali y Roque y Bladi, los antisistema. Conseguimos completar ese triángulo, lo cual fue un triunfo. Ahora pretendemos hacer lo mismo. Hemos hecho la primera. Hemos tardado seis años en hacer la segunda y la intención es hacer una tercera parte que implique a los antisistema. ¿Que lo conseguimos? Bien. ¿Que el público demande más Compadres? ¿Por qué no? Quizás entre todos, público, nosotros y los que acompañen la producción, nos damos cuenta de que sea un ángulo más amplio. No es de 45 grados, a lo mejor es de 90, perfecto. No lo sé. El artista propone y el público dispone.
—Si les ofrecen presentar los Goya, ¿aceptarían?
—A.S. Si me dejaran dirigir la gala, sí. Depende de muchas cosas: de quién produce, quién escribe el guion, de quién dirige…
—A.L. Son muchas cosas… Hay un proceso.
—A.S. Es un reto, ¿por qué no? No cerramos la puerta. Lo importante ahí es saber quién dirige.
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