Vengo de volar con mujeres de un solo ojo que huelen a sándalo y a vulva, y sus alas se elevan alto lo mismo que avanzan rasantes a través del vientre de ocho cuentos simbólicos, turbadores, subversivos, que gritan, que muerden, que te chasquean la conciencia del daño, que de primitiva intimidad te impregnan. Dicen de los relatos de Mónica Ojeda que son góticos andinos, que crujen sensaciones contagiadas de horror y de lo sórdido y zarandean al lector. Sí que lo hacen con las garras de lo que cuentan y de cómo lo cuentan, atrapándolo en una enigmática telaraña de sudor y de miel, de magma y de éter frente a la que sucede la feminidad ancestral con el vigor y el embrujo de la sangre, del fuego, de la arcilla, del bosque, de la montaña. La mujer como cuerpo abisal del lenguaje, y el lenguaje como entraña de la que nace todo: la oscuridad, los tabúes, lo sobrenatural, los sueños, la metamorfosis. Una libertad visceral en defensa propia contra la violencia que denuncia cada naturaleza emocional de estos cuentos que exploran un universo chamánico poblado por abuelas abortistas, dentaduras enterradas, madres que suenan de noche, suicidios rituales, hijas muertas, mujeres con cicatrices en la espalda, animales decapitados a los que una sacerdotisa besa antes de ejecutarlos. Hay niñas apasionadas por todos los tonos líquidos del rojo; otras que aman la ceniza de los volcanes, y también las que sueñan una piedra blanca al fondo más tenebroso de la cueva. Criaturas de dos alas entre la búsqueda y la iniciación en la supervivencia en medio del paisaje hostil de la muerte y de los mitos de la liberación que habitan el misterio de las cumbres. La tensión entre dos territorios donde las mujeres de estos cuentos asumen la condición real de su existencia, su fuerza interior y la metáfora que de lo más atávico representan.
Hay que leer despacio las historias de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), con atmósferas de Lovecraft y de Castaneda, evocaciones de Cronenberg y de Mariana Enríquez —todo escritor es alquimia de sus referencias— a la par que sus palabras pedernales encendiendo la trama y por dentro de ellas donde son un flujo catártico, el sortilegio de una belleza abismal que emana un surrealismo poético, y una plástica que recuerda a Dorothea Tanning. Y también el latido de las raíces hondas de la naturaleza humana siamesa del monstruo que resulta con un significado de lo arcaico y con otro distinto del terror patriarcal. Intenso primer libro de cuentos —espléndidos «Soroche», «Cabeza voladora», «Slasher», «El mundo de arriba»— con los que presentarse como contadora Mónica Ojeda y sus voladoras en lo alto de los tejados, incomodando a los moradores de sus casas, contemplando cómo las nubes también se oxidan, llamando con sus alas a las niñas a las que aún no se les ha despertado la animalidad que llevan dentro. De su posesión y su desgarro interior surgirá su coraje para defender la imaginación de las agresiones del silencio o el encantamiento de los sonidos, la rebeldía frente a la fealdad condenada, la impostura y la identidad vulnerable que resulta de mirar y ser observada en las redes. Los conflictos que subyacen entre el vínculo como nudo y desenlace de aquello que se grita y aquello que se oculta. De este modo, y a través de las encrucijadas y dramas de sus historias, manifiesta Ojeda la política del cuerpo y del lenguaje femenino, y bajo la piel sonora y salvaje del idioma más insumiso desvela el feminicidio en las clases medias, las huellas de la violación, del incesto, de las mutilaciones, de la humillación, la sexualidad primitiva, del deseo y la ensoñación. Igual que alumbra la caverna de los miedos irracionales y de los cotidianos cuyos fantasmas nos respiran por dentro; la crueldad en las relaciones afectivas; la conflagración entre madres e hijas, el ecuador entre el dolor y el duelo.
Me gustan los libros personales, los que contradicen tendencias, los que dinamitan géneros y ejercen un destello que incomoda y fascina a la vez, que golpea y enternece. Que deja en la punta de los labios que leen a través de los dedos el flujo del lenguaje, y lo que en él sucede. Es lo que ocurre con Las voladoras de Mónica Ojeda y la enigmática sonoridad de un conjuro que suena igual que una canción sobre la mujer y la cultura de su paisaje en la herencia, en la vida, en la muerte, en lo mágico. Un estreno de voz a tener muy en cuenta después de volar con ella hacia lo hondo de los infiernos, encontrar un colibrí que brota del corazón y se precipita en la nieve y la belleza del ave fénix que al final trágico de todo se eleva.
Es curioso que me llegue el libro con su sugerente portada en estos días en los que no dejan de regalarme alas.
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Autora: Mónica Ojeda. Título: Las voladoras. Editorial: Páginas de Espuma. Venta: Todostuslibros y Amazon
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