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Los crímenes del caviar, de Reyes Calderón

Los crímenes del caviar, de Reyes Calderón

Reyes Calderón regresa a las librerías con una nueva novela protagonizada por Lola MacHor. En esta ocasión, la jueza investigará la muerte simultánea de seis personas y su vinculación con un grupo exclusivo que se hace llamar “El club del caviar”.

En Zenda reproducimos el primer capítulo de Los crímenes del caviar (Planeta), de Reyes Calderón.

***

1

Es doblemente placentero mentir al impostor.

Nicokás Maquiavlko, El príncipe

5 de agosto, Lyon

El sábado cinco de agosto amaneció sin una nube en el horizonte. Las noticias locales, que escuché en la radio mientras me afeitaba, indicaban que, en Lyon capital, el termómetro simplemente se fundiría. No presté demasiada atención. Las temperaturas extremas no son ninguna rareza en esta zona y además, no iba a aguantarlas demasiado tiempo: era mi última mañana de trabajo. Sobre la enorme cama de dos metros de mi pequeño y coqueto apartamento de sesenta descansaban mi maleta y mi mochila dispuestas a venir conmigo de vacaciones. Había alquilado una pequeña cabaña de piedra en A Fonsagrada, una aldea rural en el primitivo Camino de Santiago, en la montaña lucense, donde pensaba dedicarme al dolce far niente.

Siendo sábado, y estando en agosto, no podía esperarme más que una mañana de trámite. Dedicaría las horas a archivar papeles, a cerrar y enviar el último informe sobre drogas sintéticas y a ordenar la mesa, aunque esto último, en mi caso, es del todo innecesario: soy muy pero que muy ordenado. Enfermizamente ordenado.

Abrí el balcón para que la estancia se ventilara y, con una taza de café negro en una mano y doce almendras en la otra, mi desayuno habitual, saboreé mis privilegiadas vistas.

Lyon es una ciudad atravesada por dos ríos que forman una península en el centro, con hermosos puentes y pasarelas que los cruzan. Vivo en la margen izquierda y trabajo en la derecha, por lo que cada día empleo una media hora en alcanzar la sede de la Organización Internacional de Policía Criminal, más conocida como Interpol, que es donde trabajo codirigiendo la unidad para la delincuencia organizada a nivel europeo.

Llevo casi diez años aquí. Con anterioridad, ejercí de policía judicial en España. Mi traslado se entendió como un ascenso y a nivel laboral lo fue, pero en realidad se trató de una huida: hui por ella, por la juez MacHor, la única mujer a la que he querido; a la que sigo queriendo. No soportaba verla en brazos del doctor Garache, su pomposo y encantador marido. Tenerla tan cerca y tan inmensamente lejos me hacía enfermar y opté por poner millas entre nosotros. De poder escoger, viviría en España, preferentemente en mi Pamplona natal, pero, de no residir en mi tierra, la vida en Lyon no está nada mal. Es una localidad histórica bellísima, pero también una ciudad cosmopolita, tanto que, a veces, uno olvida que está en Francia. Es posible que sus tres universidades y la fuerte presencia industrial farmacéutica y biotecnológica, que atraen a muchos expatriados como yo, la hagan especial. Especial y carísima: tras París, es la ciudad francesa con el PIB más alto.

A pesar de que vivo solo y no he permitido jamás que una mujer suba a mi apartamento, no soy un ser solitario. Tengo mi equipo de montañismo, mi grupo de colegas de Interpol y mis aventurillas. No soy famoso, ni rico ni joven (paso de los cincuenta), pero cosecho un cierto éxito con las mujeres: supongo que la placa y ser español afectan, aunque, de hacer caso a sus comentarios, ellas mencionan mis ojos verdes y mi contundente físico, que, dicho sea de paso, cuido con esmero.

Terminé la última almendra, cerré el balcón, me lavé los dientes y, con la mochila al hombro, bajé silbando las escaleras.

Nada más verme entrar en el ala de Interpol donde se ubica mi unidad, mi secretaria se levantó de su puesto y me persiguió por el pasillo hasta mi despacho. Louise es una mujer de mediana edad, soltera, eficiente, con bastantes años de experiencia en la Casa y muy discreta; sin embargo, no esperó a que abriera la puerta para abordarme.

—Comandante Iturri, los sábados de agosto solo estamos dos administrativos de retén en la Unidad —comentó con su cantarín acento parisino, que siempre me provoca una sonrisa. La información salió de su boca mezclada con una colección de gestos extemporáneos, extraños en una mujer tan pausada y comedida como ella. Luego, añadió—: Y recordará, porque llevo meses comentándolo, que esta tarde salgo de viaje al extranjero.

Louise tenía razón. La tregua de agosto es una norma no escrita que polis y cacos respetamos por igual. Once meses al año, nuestros parroquianos (terroristas, traficantes y capos de la droga) se afanan en joder al mundo, pero el mes de agosto es inhábil: debe pasarse en Marbella o en Ibiza pillando nuevos psicótropos y derramándose ante familia, colegas y amantes. Estando los malos en hibernación criminal, los mandos policiales nacionales pueden relajarse al sol de cualquier playa. Y los miembros de Interpol, que trabajamos para estos últimos, pasamos a mejor vida. Esa es la ley.

Dejé la mochila sobre la mesa y me di la vuelta para responderle con una amplia sonrisa:

—Louise, ambos sabemos que el retén no nos afecta: mañana tú te irás a tu gran viaje y yo volaré a España. Está claro que estás intentando decirme algo, pero no te sigo.

¿Me explicas qué me he perdido, por favor?

—Verá, comandante, esta mañana, a eso de las nueve, he bajado a tomar un café de despedida con mi amiga Sophie, de la oficina del secretario general, y ha comentado… No ha sido nada concreto, ya sabe cómo son estas cosas, pero ha insinuado que…

—¡Adelante, Louise! —bromeé—. Me encanta la información reservada. No me ahorres detalles.

—No, comandante, nada de eso, pero me ha dicho… En fin, Sophie me ha dicho que ha escuchado a otra compañera que le van a llamar… ¡Vale, ya lo he dicho! —concluyó soltando de una vez todo el aire que le quedaba en los pulmones.

Extendí las manos con las palmas hacia arriba, expresando confusión.

—Que me van a llamar… Dime, Louise: ¿quién va a llamarme y para qué?

—De los paraqués y los porqués mi amiga no sabe nada, pero sí que le va a llamar alguien del cielo —dijo, levantando el dedo índice—. En la Secretaría General se ha mencionado su nombre…

Tras escuchar el impreciso mensaje, y ya completamente tranquilo, respondí:

—No parece preocupante, Sophie. Será por el informe definitivo sobre Sinaloa…

*

Se cuadró y me clavó en el rostro sus ojos grises, gatunos. Louise no es muy grande, pero sí tiene el carácter que se espera en alguien que debe meter en vereda a avezados policías procedentes de distintas partes del mundo.

—Debería tomárselo en serio, comandante Iturri. Mi amiga Sophie es más fiable que un oráculo: lo que dice siempre se verifica. Yo que usted —me dijo pasando sin disimulo revista a mi vestimenta casual— iría a buscar el uniforme. O un traje como Dios manda.

Divertido por aquel despliegue de imaginación, agradecí la advertencia, que olvidé de inmediato, me acomodé en el despacho y me metí en mis informes.

A las doce y veinticinco sonó el teléfono: una extensión interior. Estaba cerrando el informe sobre las relaciones entre proveedores chinos de químicos para fabricar fentanilo y el cártel de Sinaloa, siempre un ave fénix. El teléfono insistía y yo recordé la conversación, me asomé a la zona de Secretaría y busqué a Louise con la mirada. Ella sacó la cabeza por encima del panel que la separaba de su compañera, enarcó exageradamente las cejas y movió los labios diciéndome: «¡Se lo avisé!».

Una voz de mujer con un fuerte acento alsaciano, más próximo al alemán que al francés, me comunicó que el jefe del gabinete del secretario general necesitaba verme a la una, sin excusas. Se aseguró de que lo había entendido, repitió dos veces a cámara lenta el lugar del encuentro y la hora, y colgó. Lo primero que hice fue bajar la vista y toparme con mis chinos beis y mis queridas pero viejas zapatillas Nike. Debería haber hecho caso a Louise. Pero ya no tenía arreglo.

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Autora: Reyes Calderón. Título: Los crímenes del caviar. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros.

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