Recuerdo que durante los años de mi infancia, el conjunto de sensaciones que experimentábamos mis condiscípulos y yo al estudiar el descubrimiento de América nos agobiaba y dejaba lastrado el ánimo.
La razón de ello radicaba en las sensaciones que nos transmitían nuestros maestros, sensaciones que no coincidían con la realidad de los hechos. Quizá, por ponerle al universal suceso un envoltorio aventurero —que lo fue— y por hacer del relato una especie de “tebeo”, nos contaban que en las tres naves viajaban, sin rumbo fijo y a la aventura, un grupo de marineros, muchos de ellos ladrones y asesinos, que constituían la hez de la marinería de aquel tiempo.
Nos contaron que aquellos aventureros sin escrúpulos, cuando se les acabó la comida, se comían las ratas de su barco. Comer rata le daba al personaje un tinte malévolo, propio del desalmado y perverso pirata. No se nos permitía caer en la cuenta de que el mar es una gigantesca despensa de alimentos, abundante en peces de infinitas especies, muchas de ellas bien conocidas de los marineros, capaces de alimentarles todo el tiempo que hiciera falta, pues solían pescarlos, como sin querer, mediante los cabos con anzuelos cebados que solían colgar por la borda hasta una prudente profundidad de las aguas del mar para realizar capturas cuando el mar estaba en calma.
Luego resultó que las cosas, real y verdaderamente, según la documentación conservada, habían sido diferentes. Ni comieron ratas, ni todos eran gente patibularia.
Para que las cosas queden claras y en su justa medida, y para que la historia no vuelva a ser contada erróneamente, vamos a traer aquí algo que escribió personalmente Cristóbal Colón en el Diario de a bordo cuando cuenta que a los diecinueve días de navegación encontraron en la mar “muchas toninas y los de la Niña mataron una”. Llamaban toninas a lo que ahora llamamos atunes; tonina o atún hembra, que los marineros de la carabela comieron bien fresca.
También tendremos un negro recuerdo para los cuatro únicos tripulantes marineros que tenían asuntos pendientes con la Justicia; esto es, los cuatro carcelarios que se alistaron con objeto de procurar el perdón de sus condenas.
Según la Nueva lista documentada de los tripulantes de Colón en 1492, compilada por la investigadora norteamericana Alice Bache Gould, publicada por la Real Academia de la Historia en 1984, el primero y principal de los tipos carcelarios embarcados en el llamado “viaje del descubrimiento” se llamaba Bartolomé de Torres, vecino de Palos, que había matado a cuchilladas al pregonero del pueblo, Juan Martín, en una pendencia habida entre ambos por razones no declaradas. Sus compinches fueron Juan de Moguer, vecino asimismo de Palos, embarcado como marinero y reo de muerte; Alonso Clavijo, vecino de Veguer (¿quizá la actual Vejer de la Frontera o quizá Moguer con mala grafía?) y Pedro Yzquierdo, vecino de Lepe, reo de muerte y posible tripulante en la Santa María.
Los tres últimos “quebrantaron la cárcel de Palos” para poner en libertad al primero de ellos, al que podemos considerar cabecilla de la cuadrilla de delincuentes. Por alistarse en la expedición a Indias quedó suspendida la ley que les “condenaba a pena de muerte y a perdimiento de todos vuestros bienes” por una cédula de 30 de abril de 1492 dictada por la Reina Isabel, y su puesta en libertad al regreso.
El mero hecho de que los cuatro aquí indicados figuraran como criminales o reos de muerte, siendo solamente uno de ellos el homicida, tiene una explicación: Juan de Moguer, Alonso Clavijo y Pedro Yzquierdo asaltaron la cárcel para poner en libertad a Bartolomé de Torres, único de los cuatro con delito de sangre. Pero téngase en cuenta que una ley de aquel tiempo condenaba a quienes asaltaban una cárcel para liberar a un preso a la misma pena con que había sido castigado el preso liberado, aunque no hubieran intervenido en la comisión del delito.
Cartela del monumento a la Pinta en Bayona la Real
Ningún otro marinero embarcado tenía cuentas pendientes con la Justicia. Según las cuentas de Alice B. Gould, en las tres naves fueron un total de 87 hombres. Su relación —llena de datos y pormenores personales reunidos en su prolongada investigación— es más fiable que las de otros investigadores de la categoría de Fernández Duro, Nicolás Tenorio y Henri Vignaud, que fueron menos meticulosos o persistentes que la investigada norteamericana, quien, por cierto, falleció en 1953 a las puertas del Archivo de Simancas cuando se disponía a iniciar una jornada más de trabajo.
Por su interés documental transcribimos la parte más sustancial de la ficha que elaboró Alice B. Gould del único criminal embarcado:
“Bartolomé de Torres, vecino de Palos, criminal.
Fuentes y citas. Su perdón, con motivo de haber ido con Colón.
(Arch. Simancas. Sello de Mayo de 1493; impreso, Bol. Acad. Hist.; Marzo de 1920.
Documentación. Dice el perdón:
Por quanto por parte de vos Bartolomé de Torres, vesyno de la villa de Palos, nos fue fecha rrelacion disiendo que puede aver año y medio que por ciertas palabras que ovo Juan Martin pregonero de la dicha villa de Palos toujstes cierta question & le distes una cochillada de que dis que murió, sobre la qual dis que vos estando en la carcel publjca de la dicha villa algunos amjgos vuestros quebrantaron la dicha carcel vos sacaron della e vos delibraron por lo qual dis que fue precedido contra vos por la justicia de dicha villa & en absencia fuistes condenado a pena de muerte e perdimiento de todos vuestros byenes & despues dis que veyendo los parientes del dicho pregonero el ser (el) en alguna culpa de la dicha muerte vos perdonaron e rremjtieron & se apartaron e quitaron de la querella & acusación contra vos ynterpuesta & avjades ydo por nos servir ponjendo vuestra persona a mucho peligro (con) don Xpoual Colon nuestro almirante del mar oceano a descobrir las yslas de las yndias… En la cibdad de Barcelona a veynte e seys djas de mayo de noventa e tres años. Yo el rrey, yo la rreyna.
Observaciones. Es la figura central del pequeño grupo de tripulantes criminales, y es el único cuyo crimen sería hoy digno de la última pena, y aún se debe notar que entre las razones para el perdón se dice que los parientes del pregonero habían confesado que éste tuvo alguna culpa. De la “question” que originó las cuchilladas no he logrado averiguar nada.
Hay otros tres tripulantes condenados por haber delibrado a Torres de la cárcel». Hasta aquí la ficha del tripulante”.
Si usted, amigo lector, vuelve a leer el castellano antiguo en que está redactado el documento de perdón, observará que éste manifiesta muy claramente que el pregonero de Palos acuchillado por Bartolomé tuvo buena parte de culpa en la agresión, por lo que sus parientes perdonaron al condenado y “se apartaron de la querella”, según observa la investigadora. Añade ésta a su ficha sobre Bartolomé de Torres que el personaje se embarcó en el segundo viaje como ballestero, permaneciendo en las Indias más de tres años, no regresando a su tierra natal hasta unos cinco meses después de Colón en 1496.
Una última consideración sospechada: El que hemos nombrado como Pero o Pedro Yzquierdo pudo ser el marinero de Lepe que aseguró haber visto tierra y lo gritó, pues está demostrado hasta la saciedad que Rodrigo de Triana nunca existió como tal, y que el nombre “Rodrigo” es error de transcripción del apellido Rodríguez, correspondiente a Juan Rodríguez Bermejo, marinero, vecino de Molinos, en tierra de Sevilla, que iba en la Pinta. Como se sabe, el premio prometido en dineros por los Reyes Católicos (30 escudos) no se le concedió a él, sino que se lo reservó el propio almirante (quien lo donó posteriormente), pues era cierto que vio tierra antes que este marinero, cuando se encontraba en compañía del vallisoletano Pedro de Salcedo, su paje (del que algún día escribiremos), y otros testigos. Se cuenta que por culpa de este desaire, Pedro Yzquierdo se cogió tal berrinche que renegó de su condición de cristiano y se fue a tierra de moros, donde al parecer murió.
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