Este La ceniza de la vida de Josep Pla es un libro oportuno. Creo que es el calificativo que mejor le conviene. Pla tiene la imagen reconocida del periodista, del dietarista, del viajero, del pertinaz memorialista, del retratista de estampas de lugares y gentes, del historiador sui generis… Solo en muy segundo plano se le reconoce como narrador, y menos aún como novelista, aunque aquello le interesó bastante desde primera hora. Y esto dio lugar a una obra, La calle Estrecha, interesante pero a la vez prueba de una cierta incapacidad para hacer novela-novela y sí habilidad para deslizar en forma de relato sus particulares consideraciones sobre la vida. Y si no incapacidad, al menos falta de aplicación laboral al trabajo sostenido que exige el género. Era más propia de Pla la repentización, la escritura concentrada y expeditiva al hilo de un impulso testimonial, el dejar correr opiniones que no exigieran el sostén de una trama argumental. Le iba más, quizás por influencia del periodismo, el relato corto, la narración que se solventa en pocas páginas, a lo mucho en la medida de la novela breve; estas formas de reducida extensión le permitían practicar bien el arte de observar a la gente y deducir de ello sentencias morales.
Pero no despreció ni ignoró esta modalidad de escritura, la cual, por otra parte, impregna su articulismo, en el que podría considerársele un pionero del arti-cuento, esa variedad que ha ocupado un innovador y destacado papel en nuestra prensa de las últimas décadas. Como sea, el prolífico Pla escribió un buen caudal de narraciones y, de hecho, le atrajeron con mucha fuerza en sus inicios literarios, hace por estas fechas un siglo. Varios de sus títulos de los años veinte fueron, en catalán, libros de cuentos. Luego los rescató, los reelaboró, los incorporó a otros títulos.
Esta labor de cuentista es la que recoge La ceniza de la vida con el explícito subtítulo Narraciones 1949-1967. El grueso volumen lo ha preparado el filólogo y editor Jordi Cornudella con un magnífico trabajo de búsqueda y selección de materiales a los que acompaña una información explicativa del itinerario de Pla en este género y una “biografía” de los textos. Excelente labor la de Cornudella, concisa, sin rellenos ni paja, todo magro, utilísima y necesaria que solo merece un reparo: que tan puntual conocedor del escritor ampurdanés no se haya explicado más por largo.
Esta recopilación de narraciones de Pla recoge treinta y cuatro piezas extraídas de tres libros: de su gran legado, el ficticio diario El quadern gris (1966); de la reunión de sus relatos marineros, una de sus grandes aficiones, en Aigua de mar (1966) y del volumen misceláneo La vida amarga (1966). El saldo de prosa narrativa resulta cuantioso, aunque no lo hiciera suponer lo que bien advierte Cornudella, que anduviera “demasiado desperdigado por el vasto océano de su obra completa”.
¿De qué van los cuentos de Pla? En realidad, de lo mismo que el conjunto de su obra. Tienen una base memorialística, o, siendo más precisos, un sustrato de experiencias de las que desprende una lección. Esa tónica autovivencial la subraya el uso predominante de la primera persona, un yo poco imaginario que remite al propio autor, a una voz que identificamos con él mismo, quien, por si acaso, en ocasiones se delata al utilizar su apellido. Ese yo que barniza todo recuerda nimios sucesos, exhuma una larga galería de personas comunes, rememora pueblos y ciudades, catalanes y europeos, resultado natural de un “nomadismo recalcitrante”, y pinta escenas marinas.
Algo de acción se encuentra en los cuentos, en las pequeñas actividades de los personajes, pero se trata en esencia de cuentos estáticos, contemplativos. Y cuando la mirada capta actividad, el narrador, conservador, amigo de un sosiego antiguo, reniega: la toma con “estos señores que tienen el dinamismo, el frenesí, pintado en la cara. Curiosa, la vida moderna. Un laberinto de contradicciones. Inexplicable. El humazo de los aceites pesados, las espirales azuladas de la gasolina”. Busca Pla pequeños grandes escaparates de la vida y ambienta bastantes piezas en semejantes medios: en reducidos lugares de reunión. Los cuentos ofrecen la sistemática presencia de residencias provisionales (pensión, hotel, casa de huéspedes) y de espacios para la fugaz convivencia (cafés, restaurantes). Esos sitios le permiten ver al conjunto humano como en un zoológico. Se convierten en pequeños mundos en los que queda representado el gran mundo del hombre, donde se reflejan pasiones y aficiones, el desengaño de amor, la justicia, el dinero, el juego, la picaresca… incluso milagrerías y leyendas.
Todo el repertorio noticioso está dispuesto para saltar de la anécdota a la categoría. Y la categoría supone una evaluación moral de la vida y sus afanes, con harta frecuencia falsos o risibles. Pla no desaprovecha ocasión para difundir su misantropía y su ideario nihilista. Revelan estos cuentos de entreguerras un existencialismo avant la lettre. Apostilla al referirse al parisino restaurante Chez Èmile: “en aquellos tiempos era un buen restaurante. Ahora ya no existe. Todo pasa sin remisión”. Remata el pesimista cuento “Lo que os puede suceder: nada”: “Estuve enamorado de aquella mujer quizá durante un año. Después, todo se fue borrando poco a poco y el recuerdo se perdió entre la niebla gris de las semanas, de los meses y de los años”. Y otro cuento parabólico, “La conversación de Saint James Park”, utiliza el paralelismo entre animales y humanos para sentenciar nuestra naturaleza: “Proyectada sobre una perspectiva de eternidad, la agitación de los hombres es tan vana como el caminar solemne y sagrado de los pingüinos y sus obras son tan ridículas como el piar matutino y voluptuoso de los gorriones”.
Carecen, sin embargo, los cuentos de Pla de énfasis trágico. Todo sucede en ellos con la habitualidad de lo cotidiano conocido. Solo excepcionalmente aparece la declaración solemne: “La confusión mental es muy densa y oscura. La vida es oscura”. Nada más alguna vez el enunciado tiende a la vehemencia o la ampulosidad: “Y comienza la noche, inmensa, terrible, misteriosa, ilimitada. Soledad sin remedio entre millones y millones de seres humanos”, leemos en “La eficacia”, uno de los dos cuentos inéditos aportados por Corcullela.
Lo contrario, la comunicación conversacional, distingue la literatura de Pla. Lo característico suyo es, por ejemplo, el modo en que expresa el ideario senequista que remata el otro texto inédito, “El señor Joanola”: “Y así va pasando el verano, ingenuamente, en el Canadell”. Este revelador “ingenuamente” se corresponde, en espíritu, con las bien modestas aspiraciones del protagonista de otro cuento, “Un análisis”: daría la vida, dice, “por una brizna de ternura, de cordialidad y de calma”.
Pla convierte los casos particulares en motivos generalizables, que recrea con una encantadora impresión de sencillez, con auténtica humildad literaria (debida al estilo claro, escueto, coloquial, comunicativo: antibarroco y antirretórico). Como en los personajes detectamos una cierta encarnación de los pensamientos del autor, merece la pena trascribir lo que dice de su difunto amigo el cónsul Santaniol, a quien se refiere en varios textos: “Santaniol escribió mucho. Todo lo que fue observando a lo largo de su corta vida trató de dibujarlo, o al menos de hacer pequeños croquis animados”. También Pla escribió mucho y sus relatos, quizás el conjunto de su obra, no sea otra cosa que un mosaico de “pequeños croquis animados”. Y desde luego, ahora con certeza porque lo sostiene el propio autor sin atribuírselo a nadie más, su “obra no es perentoriamente más que una suma de hojas de un diario íntimo vastísimo —unas reminiscencias, unas reminiscencias de la ceniza de la vida”.
De aquí, de estas palabras del prefacio a La vida amarga que el presente volumen de “Narraciones” incluye en apéndice, procede el atinado título del libro, La ceniza de la vida. En este prólogo más programático que declarativo se explica Pla con claridad absoluta. (Por cierto, y discúlpeseme el paréntesis, habría estado bien igualmente que se recogiese el prólogo a La calle Estrecha, otra gran divagación teórica sobre la ficción sin pujos doctrinales). ¿Qué ha pretendido, según su balance de 1966? Al parecer, poca cosa, algo modesto: “es evidente que con mis escritos he tratado de hacer una especie de inventario de algunas situaciones dignas de mención en que me he encontrado enmarcado en el curso de mi existencia”. Modesto, pero no ajeno a una aspiración de totalidad: “He tratado de plasmar sobre el papel, escalonadas, un conjunto de escenas de la vida humana, escenas muy diversas, con la miseria y la belleza entremezcladas, alternando el vicio y la virtud, la línea del sentimiento y la línea quebrada de la insania”.
La treintena de narraciones agavilladas en La ceniza de la vida levantan con palabras un retablo del mundo contemporáneo entero impregnado de escepticismo pero también con abundantes testimonios que declaran auténtica pasión por la vida. El de Pla era el escepticismo melancólico o enrabietado de un vividor.
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Autor: Josep Pla. Título: La ceniza de la vida: Narraciones 1949-1967, Barcelona. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.
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