En realidad nunca lo quisiste. Sí, nunca lo quisiste. Hay que repetirlo. Te veías, nada ensimismada, como una ciudad con un cierto encanto, en algunas zonas decadente y en otras con un futuro que no acababa de llegar. Nunca creíste que podría alcanzarse. Era una quimera. Ahora dicen que vives el mejor momento de tu vida milenaria, que eres la ciudad de moda, y que eres imbatible.
Mónica López es malagueña, se ha criado en el barrio de El Palo, uno de los de más personalidad de la ciudad, donde periodistas y escritores viajan al rebalaje, sueñan los versos de Emilio Prados y curiosean por el mercado a la caza de las mejores historias. Málaga. Cuaderno de viaje (Traspiés) se publicó hace tres años y lo encuentro en la librería Áncora, en la Noche de Reyes, mientras Enrique del Río y Elías Ortigosa sirven jugosas conversaciones librescas en las que hay que poner el oído para emprender “viajes que se suman al antiguo color de las pupilas” (Aurora Luque en Acuarela).
Escribe López:
Pienso en este año en el que he redescubierto la ciudad, en este cuaderno de viaje que hemos escrito. Ciorán decía que caminar impide rumiar interrogaciones y respuestas. Estaba equivocado, si no que le pregunten a Beckett. Surgen respuestas y se renuevan las preguntas.
La ciudad está en ebullición y a mí me gusta sentirme, a veces, un extranjero en tierra ignota, un aventurero en la Antártida de principios del siglo XX. Intentando explicarme en gerundio: buscando territorios, viviendo instantes con sabor a dejà vu de los 80, como ha retratado Manuel Alberca. Yo me acuerdo del olor a papel de la librería Denis y sus cuentos colgados en un tendedero de hilo que atravesaba el local de punta a punta. Mi madre compró uno que se llamaba Cristina, el nombre de mi hermana. Y Antonio Soler posando para Jesús Domínguez delante de la librería Cervantes: objetos de escritorio, imprenta, tintas y postales, decían sus letras doradas con fondo verde.
Un viaje es incompleto si no se entra en las librerías. Dice una copla ya manida hasta la saciedad que Málaga es la ciudad de las mil tabernas y una sola librería. A los lectores también nos gustan las tabernas, tanto como las librerías, ambas son parte de la literatura de la ciudad, pero hace tiempo que la cita quedó anticuada.
Tengo que entregar este Omoshiroi en Zenda. Devuelvo en la biblioteca de Pedregalejo el libro de Millás que tenía dentro, en la última página, una factura de un tal Facundo. Voy a tirarla a la basura. No, mejor la guardo en el chaquetón, que a esta hora no sirve para nada porque hace un calor de enero casi subsahariano.
En una de las estanterías veo el libro de Mónica López, destacado para que alguien lo lea allí o en su casa. Cuando salgo me doy cuenta que podría haberlo fotografiado. La ciudad me espera con miradas, sensaciones y personajes por transitar. Un nuevo paseo en día por delante. Y este sol que avanza, con firmeza, entre los libros que aún quedan por descubrir.
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