La obra Los espejos nocturnos (AKAL) presenta la poesía reunida (de 1984 a 2014) de Ángel Antonio Herrera, escritor y periodista —colaborador en televisión y radio, y columnista en ABC— que ha publicado a lo largo de su carrera quince libros, que abarcan la novela, el ensayo y la crónica. La mitad de sus obras son poemarios.
En Los espejos nocturnos están los poemarios El demonio de la analogía, En palacios de la culpa, Te debo el olvido, Donde las diablas bailan boleros, Los motivos del salvaje y El piano del pirómano. Los poemas están acompañados por las ilustraciones de José Manuel Ciria, que recrean su interpretación personal de los versos de Herrera.
A continuación, reproducimos un extracto del prólogo escrito por Antonio Lucas para esta obra, y cinco poemas incluidos en el libro.
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DEL PRÓLOGO DE ANTONIO LUCAS:
En Los espejos nocturnos ha convocado Ángel Antonio Herrera algunos de sus mejores demonios. Los vuelos de su extravío son aquí poderosos. El hombre que habla y vibra en estos poemas no es el que acepta la resignación y se hace sitio en lo común, sino aquel otro que viaja por la vida en dirección contraria y establece una jurisdicción buscando en la palabra una nueva astronomía. Aquí se llega a la emoción por el idioma, por combustión de palabras, por alteración semántica, por exceso. Nada es normal en estos poemas. Nada quiere serlo. Las palabras están sacadas de quicio porque sólo en la posibilidad de su desvarío podemos encontrar su otra verdad, su envés de idioma nuevo, su fibrilación.
Este libro de sus libros devuelve a un poeta más severo visto al trasluz y en conjunto. Más hondo en el mirar. Ángel Antonio Herrera es el dueño único de su expedición. No se malversa. No especula. Y cree en una poesía que se aúpa sobre el vértigo y dice más de lo que dice sin temer a la luz oscura ni al fulgor del adjetivo. «Ni a ese día en que trae la tristeza gama de relámpago», según arriesga. Hay en lo suyo una intuición velocísima que va ordenando y desordenando la vida a cada verso, levantando enigma y estremecimiento. Porque la poesía también es eso: no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio, amar sólo del tiempo el oscuro sobresalto de su rumbo.
Este trabajo compilatorio es el puntal de madurez de Ángel Antonio Herrera y la redefinición de su poesía de golpe, concretando mejor lo que hay de radical en su sonido, en su deslizamiento por una tradición fuera de sitio, lejos de modas.
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POEMAS DE LOS ESPEJOS NOCTURNOS DE ÁNGEL ANTONIO HERRERA
I
Aún no sé qué hondo lobo le impide a la dicha divulgar sus gladiolos,
qué luto de atadura no nos deja el edén de morirnos durante cada siesta,
qué último carbón se emociona si pulso la pureza de la mácula de aquel septiembre cuando se acabó una madre que fue la mía.
No sé todavía qué alacrán de secuela arde en la blancura donde los placeres desguazan el sábado.
Qué premio de astro pretende hasta dormirse el miedo que me divide por dentro,
qué sitio de espada, qué cárcel de río hasta soltarme del puño de penumbra que por corazón llevo.
Aún no sé qué violín de aguas agrias nos envenena el consuelo.
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II
En el momento de embocar este primer verso, un solitario sin lucha ya, ni consuelo, se habrá enamorado de otra muchacha que ajenamente pasa, la muerte mirará el minutero bajo una última palmera, las ojeras habrán ganado una vikinga.
Mientras yo elijo la esdrújula con que tejer el siguiente desvarío, una nueva tragedia habrá matado la misma esmeralda en diversas familias, la deshora inventará el indulto entre piratas, la matemática se habrá apuntado a la orgía.
En lo que dura el recodo de la recitación de un deseo, la noche habrá visitado una república de tímpanos, el pánico habrá ocupado la autoridad de varias proas, la tormenta habrá vuelto entera al desánimo de los que cuidan quizá en vano el andamio de los antídotos del estrago.
Probablemente, mientras tú apuras este poema, una vida se habrá declarado desierta, una tarde habrá debutado como lecho de lesbianas, un consulado de octubres habrá inaugurado la tentación de la tristeza.
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III
Contra el paradero del verdugo, tengo un verano de antídoto.
Ahora mismo estoy cruzando en bicicleta las ocho de la tarde del segundo viernes de agosto de mi adolescencia.
Me creo el dueño de un cielo donde cantan todas las cosechas del color azul. Mi vida es ancha como una promesa, mi corazón suspira como un revólver.
Sé y no sé que respiro eternidad acaso en el último engaño de la alegría.
Contra las prédicas de la rutina, está la bengala del descuido y la lógica de la selva.
Yo quería lograr un poema igual que bucea un príncipe, igual que desoye la trayectoria el águila.
Todavía voy a la espera de saber cuánto le dura al amante una canción de desdicha, cuánto de primer astro aún gobierna en la lejanía de la noche donde no tiene timón sino la desdicha.
Contra el corazón de deriva, está el camposanto seguro y la muchacha mágica.
Casi todo poema es la ponencia de un sonámbulo, la misa de una lejanía que nos alborota un mar por dentro.
Si no fuera porque ahora mismo sigo cruzando en bicicleta las ocho de la tarde del segundo viernes de mi adolescencia, tú y yo estaríamos besándonos en medio de estos versos.
Entonces, yo quería desempeñarme en el robo de desafíos. Entonces, y hoy, yo quería indagar en la secreta geometría del susto, hospedarme para siempre en la hemeroteca de lo que ama la primavera, y es así miniatura del futuro de la fortuna de la propia primavera.
Contra el ahogo de tanto calendario, queda la autoría de la imaginación y el taller de la lluvia.
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PUERTO
La desdicha que me apague ya escogió su noche.
Heme aquí, sin embargo, contrario al duelo,
bajo luna de caníbal, donde el halcón de mi herida.
Son míos los motivos del salvaje.
Al salvado lunes dicto en pie mi urgente espejo,
y gasto en sílaba la sangre todavía ligera,
entre el difunto que daré, tarde o temprano,
y el prófugo de éste, cuya frontera es ninguna.
Heme así, de nuevo, demorando qué tragedia,
o qué redada de adioses, antes de la última tragedia.
Como si no supiese que en todo lo escrito
tendré una mitad de primavera y otra mitad de espanto.
Como si en verdad hubiera olvidado
que va en el decir mi dolor, y va mi consuelo.
***
ANTÍDOTO
Si digo dicha digo también infancia.
Y digo que fue palafrén de la primavera
aquel con el que yo andara los calendarios,
cuando mi juventud tenía extranjería de estrellas
y la vida prosperaba sin la disciplina del olvido,
sin el examen de la sombra o el litigio del lamento.
Si escribo abril también escribo beso.
Y escribo así que cené ternura entre tigresas,
y que me juzgaron inmortal aquellas lunas,
cuando la audacia cazaba de mi vuelo,
cuando el mar no era el mar, sino su riesgo,
cuando no era el corazón
esta inútil brújula de solitario.
***
RÚBRICA
Dónde el agosto de la fortuna, nunca elegido.
El afán de haberme querido suicida, dónde,
la suerte de no haber abierto aquel lunes un primer libro.
Quedará dónde el sur de la sospecha que no escuchamos.
Dónde el verano de haber querido a otra muchacha,
y en su cielo la ilusión con promiscuos colores
distintos a los de esta tarde,
en cuyo balcón de nuevo barajo la suerte
de ser o no ser qué sendero.
Dónde, incluso, el hondo hueso de las horas
que no se quemaron cautivas del amor,
o de su terca herencia.
Dónde el agrado de haberse perdido
con sístole de otras nostalgias,
que es como decir dónde, o cuándo,
las vidas que sí arruiné decidiendo mi vida.
Dónde el vino vencido de haber brindado
bajo la luna de un riesgo que nunca dio conmigo.
***
IV
La noche posa en cada hombro sus promiscuas uñas pintadas y los espejos, versados en princesas, despiden a los que dudan entre entre el ron y el cianuro.
Así tendrá la memoria mitones de diablesa, así también tendrá el recuerdo carmines en sus camisas, así llevará para siempre la vida un entornado trópico de romances sin nombre y adioses vagabundos.
Los poetas y otros forajidos ocupan las mejores mesas y beben champán bajo el ámbar del jazz. Sólo algunos imaginan la nostalgia de haber amado a una hechicera cuyos ojos verdes nos existen.
Aquí llega aquel cuya vida diera cada noche su mejor isla a cambio de la oculta piratería de los besos.
Contra el amargo amor y la infernal nostalgia, las muchachas clandestinas, las caricias caníbales, los heroicos alcoholes del irse violentamente en cada solitario.
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Autor: Ángel Antonio Herrera. Título: Los espejos nocturnos. Editorial: AKAL. Venta: Todostuslibros
Versos profundos los de Ángel Antonio Herrera, que conmueven e invitan a reflexionar. Su poesía vuela alto, a diferencia de lo que es hoy habitual.
Se leen los primeros versos y no se puede parar.