Las tripas de la Historia dejan ver inesperadas historias. Como la muy desconocida Operación Bernhard, una maniobra perversamente económica ideada por el mando nazi durante la Segunda Guerra Mundial, consistente en fabricar millones de falsas libras esterlinas y de dólares que inundaran el mercado, provocaran una galopante inflación y colapsar la economía de los aliados, cuya potencia industrial iba a decidir la guerra. Para esa tarea, me imagino que ideada o consultada en tranquilos gabinetes de economistas y financieros, hay que contar con personas digamos que socialmente no muy recomendables. La gente del hampa. Toda la naturaleza humana que busca los recovecos de la vida para ganar dinero. Una forma, ejem, de economía. Muchos de ellos artistas del diseño, el dibujo, la manufactura artesanal perfecta, la excelencia de la falsificación de documentos de identidad, pasaportes y, naturalmente, dinero. Si a ellos se les añaden artesanos honrados de la impresión, algún bancario capaz de detectar falsificaciones, sean o no, y preferiblemente que lo sean, judíos, disidentes políticos o sindicales y se les interna en un campo de concentración, el secreto de la Operación Bernhard parece bien encaminado.
Los falsificadores cuenta una historia dramática de supervivencia, casi girada en el azar, a la vez que una toma de posición moral, del personaje protagonista, Salomon “Solly” Sorowitsch, una manera de decirnos que en un caso como el de los campos de concentración y la política de exterminio nazi, sin ni Ley ni Derecho, nunca hay prisioneros, nunca hay neutrales. Sorowitsch es un delincuente, exitoso en el viscoso submundo berlinés de 1936. Hábil dibujante, falsificador de éxito, sólo quiere vivir bien y hacer dinero, sea como sea. Cae en una redada y no puede ocultar que además es judío. Tras un periplo por campos de exterminio acaba en una sección especial del de Sachsenhausen, en compañía de una heterogénea compañía de gente capacitada diversamente para promover con éxito la falsificación masiva prevista por la Operación Bernhard. Viven, y son tratados, mejor que los prisioneros de ese mismo campo, de los que son aislados. El dilema moral es completo. Ayudar a los nazis a cambio de sobrevivir si pueden. Cumplir como profesionales para sobrevivir si les dejan. Cualquier error, enfermedad, vacilación, significa la muerte instantánea. Sorowitsch, consumado profesional subhawksiano, tiene ante sí el desafío ansiado de su vida: poder falsificar el dólar norteamericano. Es una película entre la picaresca de supervivencia de Billy Wilder y la gestión de un grupo de profesionales atrapados en un peligro mortal de Hawks, pero esos terrenos que el cineasta sobrevuela de manera inversa, los convierte luego en algo muy personal e intransferible.
Los falsificadores se puntúa musicalmente con algunos aires de tango, esa melodía arrabalera, nocturna, bonaerense y legendaria, una manera de sublimar un mundo que se va pero persiste en el peligroso modus vivendi, antes y en Sachsenhausen. La película también comienza y acaba en el glamuroso ambiente de Montecarlo, juego, playa, casino, en el que nuestro hombre, personificado magníficamente por Karl Markovics, un actor desconocido para mí, debe cambiar de hábito, no de hábitos. Aunque ahora su mirada sea más acuosa, más lejana, más abstraída. No lo parece, pero Los falsificadores está construida enteramente por un flashback. Ese peligroso juguete narrativo, que en tantas ocasiones revela la impotencia del guión para contar la historia por si misma, se nos manifiesta aquí como una herramienta esencial. Una introspección sobre cómo vivir siendo un hombre cuando te han despojado de esa condición otros humanos que no parecen serlo.
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Los falsificadores (Die Fälscher, 2007). Producida por Josef Aichholzer, Nina Bohlman y Babette Schröder. Dirigida y escrita por Stefan Ruzowitzky, adaptando la novela The Devil’s Workshop, de Adolf Burger, inspirada por el libro de memorias de Des Teufels Werkstatt, de Adolf Burger. Fotografía de Benedict Neuenfels. Música de Marius Ruhland, con temas de tango por Hugo Díaz. Montaje de Britta Nahler. Interpretada por Karl Markovics, August Diehl, David Striesow, Martin Brambach, August Zime, Veit Stübner, Sebastian Urzendowsky, Andreas Smidt. Duración, 95 minutos.
Me gustó. La recomiendo.