El lenguaje es una cosa siniestra llena de misterios. ¿Nunca se han preguntado por qué la masculinidad, siendo tan masculina, es del género femenino? Pues yo he dedicado largos periodos a considerar esta circunstancia, a mi juicio, chocante. Y lo mismo que ésta, otras que en no pocas ocasiones son circunstancios. Siempre en mi línea, esta mañana, que me he levantado flamenco, me he parado a discurrir delante del café por qué teniendo como tenemos médicas, modistos, juezas y enfermeros carecemos de artistos, adolescentas, periodistos y caballeras. La misma caballería, sin ir más lejos, siendo bien masculina, como nos enseña el gallardo Séptimo de Caballería, también se encuadra en el género femenino.
Y como que no.
¿No sería hermoso —y, sobre todo, preciso, me he dicho— un mundo poblado por trapecistos, coristos, periodontistos, policíos y especialistos? Y he encontrado que sí. También he encontrado que si tenemos alumnos y alumnas, así como niños y niñas, debiéramos tener, en justa consecuencia, jóvenes y jóvenas.
Pero no.
Algo parecido le pasa a la Humanidad, tan plural y que aun así es femenina, vaya por Dios. No digo que tenga que ser masculina, pero al menos podría ser neutra e inclusiva. Como lo neutro, mismamente. Lo Humanidad. Tenemos, en cambio, lo humano conviviendo con la humana y el humano. Un lío. Tanto que esa misma Humanidad contiene en su seno una buena porción de seres humanos con sexo femenino que, por tanto, debieran considerarse, desde un estricto punto de vista lingüístico, seras humanas. La lengua española que, por cierto, es femenina, también es muy cabrita y compone el plural de las palabras que terminan en consonante añadiendo no una simple ese, sino la desinencia es. Y así nos va. Que no tenemos mujeras en vez de mujeres, floras en vez de flores ni feminidadas en vez de feminidades, que son las distintas formas de ser mujer que caben en el ancho mundo. La contradicción alcanza su cénit con el feminismo, masculinísimo sustantivo impuesto a lo loco por el lenguaje cuando lo coherente sería la feminisma. Tendríamos así una feminisma militanta y también la feminisma activa.
Pero, bueno, mejor será dejarlo estar o acabaremos por montar un pitote.
Se me olvidaba comentar que el habla popular, siempre atenta a esta problemática, creó tiempo ha el vocablo palabro, simpática expresión llamada a designar, pienso yo, conceptos de género gramatical estrictamente masculino. Así gato, perro, adoquín, jarro, pitote o muermo no serían palabras, sino palabros. En cambio sólo hada, algarabía, perra o jarra serían verdaderas palabras.
En la misma línea va una consideración que me hizo una vez un guardio, que no una guardia, a propósito de las gatas y las leonas. ¿Por qué tiene que haber gatas y leonas si no hay, por ejemplo, tigras? Aquel buen señor razonaba, con implacable lógica aristotélica, que tenemos, en cambio, tigresas. Cierto que también tenemos leonesas, repuse yo, pero esa es otra historia. Los Grandes Misterios del Lenguaje.
No deja de resultar curioso que la tragedia, la mentira, la desazón, la muerte y también la polca sean tenidas en el universo gramatical por femeninas, igual que la lengua, mientras el amor, el elogio, el cantar, el arte y el cabestrante fichan como masculinos, como el lenguaje. ¿Por qué?
Sería bueno que algún sabio o sabia perdiera un rato en explicarnos y explicarnas tan abstrusos fenómenos para que las personas normalas no nos volviéramos locas. Ni los personos normalos, locos. Especialmente las personas extranjeras y los personos extranjeros que, empeñadas y empeñados en aprender español, llenan nuestros días de escaleros y piedros y sus noches, de pesadillas con jarras, jarros, jarritos, jarretes, jarreteras y jarretadas. Luego diréis que el inglés es difícil. ¡No sabéis la suerte que tenéis, majos, de que el español sea vuestra lengua materna!
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